span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: noviembre 2012

martes, 20 de noviembre de 2012

Bayón: Budismo y egolatría real


En el centro de Angkor Thom, la ciudad devorada por la selva y antaño llena de vida, sobrevive lo que siempre fue el edificio más importante de la urbe, el Bayon, un espectacular templo funerario rodeado por un foso. Ahora se sabe que fue construido por Jayavarman VII, aunque durante mucho tiempo sus orígenes permanecieron en la sombra. Envuelto en la densa jungla, a los investigadores también les costó bastante tiempo darse cuenta de que se encuentra en el centro exacto de la ciudad de Angkor. Todavía hay muchos misterios asociados con el Bayon –como su función exacta o su simbolismo-, algo que parece de lo más apropiado para un monumento cuya imagen es la de un enigmático rostro sonriente.

El Bayon fue único incluso entre sus pétreos contemporáneos, porque se trataba de un monumento no sólo a un hombre, sino a una nación y su religión. Hacia 1181, cuando comenzó la construcción de la ciudad de Angkor Thom, el imperio jemer había sustituido el hinduismo por el budismo como fe oficial, por lo que las imágenes e iconografía de ambas religiones se solaparon y fusionaron en su arte. Esto nos da una clave para comprender la presencia de las cabezas que vimos en las murallas de la entrada a la ciudad. Jayavarman VII se veía a sí mismo como un buda compasivo, por lo que aquellas grandes cabezas podían interpretarse bien como las de Buda bien como las del egocéntrico monarca. De ahí se infería que el rey era un bodisatva, un ser iluminado comprometido a ayudar a los demás.

Es un lugar de pasillos estrechos, empinados tramos de escaleras y, lo mejor de todo, una colección
de 54 torres góticas decoradas con 216 enormes rostros de Avalokiteshvara, que se parecen mucho al propio rey y que ofrecen una fría sonrisa. Estas enormes cabezas observan desde todos los ángulos, emanando poder y control mezclados con pequeñas dosis de humanidad, precisamente la combinación necesaria para dominar tan enorme imperio, asegurando que la dispar y remota población cediera sumisa a su magnánima voluntad. Al caminar por aquí, una docena o más de cabezas se hacen visibles de una sola vez, a cara completa o de perfil.

A diferencia de Angkor Wat, que impresiona desde todos sus ángulos, el Bayon, en la distancia, no parece más que un cúmulo de glorificados escombros. Únicamente cuando se entra al templo y se accede al tercer nivel, la magia se hace aparente. La estructura básica del Bayon la constituyen tres sencillos niveles, que se corresponden más o menos con las tres fases de construcción. Debido a la avanzada edad del rey Jayavarman VII al inicio de las obras, éste nunca confió en que pudiera ser acabada antes de su muerte. Solo cuando se completaba una fase, se pasaba a la siguiente. Los dos primeros niveles tienen forma cuadrangular y están decorados con bajorrelieves. Desde aquí se asciende a un tercer nivel, este circular, en el que se encuentran las torres y sus rostros.

Pero puede que el Bayon, además de su poder y simbolismo espiritual, hubiera sido el custodio de un mensaje político, aunque hoy no sea posible verlo de forma clara. Porque en su origen, una estatua de Jayavarman, desaparecida hace tiempo, se alzaba sobre el resto de las cabezas coronando toda la estructura. El aspecto triunfal y mundano del Bayon se refuerza por el kilómetro de bajorrelieves con más de 11.000 figuras que decoran sus muros. En ellos se recoge con detalle la victoria de los ejércitos jemeres liderados por el propio Jayavarman sobre los invasores cham.

Las tallas, no obstante, deben su fama no sólo a la representación de batallas, sino a la información
que nos han legado sobre la vida cotidiana en la Camboya del siglo XII. Efectivamente, son los únicos que no muestran temas mitológicos sino acontecimientos cotidianos del siglo XII: desfiles militares, hindúes adorando un lingam, gente despiojándose, mujeres dando a luz, personas jugando al ajedrez, peleas de gallos, mujeres vendiendo pescado en el mercado, animales persiguiendo personas, un circo jemer con equilibristas y enanos, gente comiendo en sus casas, trabajando el campo... Es curioso comprobar cómo muchos aspectos de la vida cotidiana de los antiguos jemeres son similares a los de hoy. Las casas, los mercados, los carros tirados por bueyes, los rickshaws, los instrumentos musicales actuales... son casi idénticos a los que unos anónimos escultores tallaron en granito hace ocho siglos.

Es, sin duda, un lugar con un poder extraordinario. Antes de marcharnos me detengo junto al foso y vuelvo a mirar al Bayon, sus cabezas del dios/rey se reflejan en las tranquilas aguas del foso que lo circunda. Parece como si aquellas caras hubieran sido talladas y colocadas en el lugar exacto que proclamara que el edificio estaba vivo, que era una estructura sagrada cuyas mismísimas piedras vibraban con energía.

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