span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: abril 2011

martes, 19 de abril de 2011

Jerash: Vida en las provincias romanas


Testigos y legado de la gloria y constancia del Imperio Romano, un collar de antiguos asentamientos bordea la costa del Mediterráneo y sus proximidades. Desde Libia hasta Turquía, desde España hasta Grecia, una ininterrumpida cadena de ciudades provinciales jugó un papel fundamental no sólo en acrecentar la grandeza de la propia ciudad de Roma, sino, más importante aún, como centros de irradiación de su cultura. Una de las más recomendables, por la calidad, espectacularidad y capacidad de evocación de sus restos, es Jerash, al norte de Jordania.

Fue en esta región donde nació la Decápolis, una asociación de diez ciudades que ya en la época de Alejandro Magno comenzaron a estrechar sus relaciones mutuas. Los historiadores desconocen los términos exactos en los que se desarrollaba esa cooperación, cuándo surgió o cómo evolucionó, pero seguramente las relaciones comerciales fueron la base de la misma. Además, compartían una historia y cultura urbanas de corte griego en un territorio de etnia semita y tradición rural. De todas ellas, Jerash, la antigua Gerasa, es la mejor conservada. Su fácil accesibilidad (está a tan sólo 50 km de Ammán), su tamaño asequible y la diversidad de las estructuras conservadas, la convierten en una parada imprescindible para el viajero interesado en el mundo antiguo.

Cuando Alejandro Magno, en su campaña de conquista del imperio persa, se presentó aquí en
334, Gerasa, situada en la falda de una colina, ya acumulaba en sus piedras una larga historia que se remontaba a la Edad del Hierro (II milenio a.C.). Pueblos semíticos y nabateos vivieron aquí, pero no fue hasta que Alejandro estableció una colonia griega que Gerasa evolucionó de un sencillo pueblo de pastores y agricultores a una próspera colonia que, tras la muerte del joven general, pasó a estar controlada por los Tolomeos de Egipto y luego por los Seléucidas, ambos imperios de cultura griega que extendieron la cultura helena y favorecieron el comercio caravanero.

En el año 63 a.C., otro general, Pompeyo, incorporó Gerasa al imperio romano. La sofisticada civilización urbana de los griegos y su papel como centro de intercambio en las rutas comerciales del Levante se combinaron con la estabilidad, eficacia administrativa y fuerza militar de los romanos, convirtiendo a la creciente urbe en una próspera y bella ciudad.

De la época romana proviene el plano básico de Gerasa tal y como la conocemos hoy en día. El eje principal es el cardo, una larga calle columnada de 800 metros que cruzaba la ciudad de norte a sur, paralela al lecho del río. Es una vía espectacular y aún se pueden apreciar las piedras del pavimento original, marcadas por las rodadas de los carros que transportaban las mercancías a las tiendas que la bordeaban. Las 500 columnas que flanqueaban la calle a lo largo de su recorrido, hoy parcialmente reconstruidas, tenían diferentes alturas para adaptarse a las fachadas de los edificios que había tras ellas.

Esa vía desemboca en uno de los espacios más impresionantes de la ciudad, la plaza oval que, con
su gran tamaño servía de principal espacio público de Gerasa. Su función exacta aún está por determinar. Quizá sirvió de foro, de centro comercial o, en virtud de la cercanía del templo de Zeus, de lugar para celebrar los sacrificios. Dos mil años después de su construcción, su pavimento de caliza, sus proporciones y las 56 columnas jónicas que la perfilan siguen asombrando a los visitantes por su equilibrada sencillez.

La plaza oval, como otros edificios representativos de la ciudad cuyas ruinas aún conservan parte de su grandeza original, fue construida en la época de mayor esplendor de Gerasa, iniciada con las reformas políticas y administrativas del emperador Trajano a comienzos del siglo II d.C. El reino nabateo de Petra, que controlaba una parte importante del comercio de la región, fue finalmente conquistado; se creó la provincia de Arabia incorporando ciudades del sur de Siria y, aunque la Decápolis dejó de existir al pasar a formar todos sus miembros parte del mismo imperio y estar sujetos a las mismas leyes, Gerasa continuó prosperando gracias a la construcción de la Vía Nova Trajana, que facilitó el transporte de hombres y mercancías.

A la relevancia económica se sumaría su importancia política. El emperador Adriano trasladaba
aquí en invierno la sede imperial, aumentando su prestigio, actividad y población. Se construyeron las infraestructuras necesarias para atender las necesidades de sus 25.000 habitantes, ya fueran materiales o espirituales: fuentes y baños que proveían de agua (el Ninfeo aún da una idea de la fusión romana entre sentido artístico y funcional), templos (las columnas del santuario de Artemisa sobrecogen aún hoy por sus colosales dimensiones), espacios comerciales (como la vía del Cardo o la Plaza Oval) y teatros. Estas sólidas estructuras públicas son las que mejor aguantaron el paso del tiempo, pero a ellas hemos de añadir en nuestra imaginación la extensa superficie residencial de la que apenas han quedado los cimientos.

Pero ninguna gloria es eterna. Invariablemente, los vaivenes de la Historia acaban antes o después con el poder, la riqueza, la influencia y la prosperidad. A partir del siglo III, comienza la decadencia de la ciudad a raíz de la inseguridad que comenzó a dominar la zona. Pero fue un crepúsculo largo, irregular, con momentos de fugaz renacimiento. Entre los siglos IV y VI d.C., el cristianismo hizo de Gerasa una de sus principales sedes en la región. El ojo entrenado podrá distinguir, en el interior de algunos templos paganos, los restos de iglesias que en su día aprovecharon la sólida estructura preexistente.

La invasión árabe no fue tampoco la estocada mortal de Gerasa. Los restos arqueológicos datados
en los siglos VII y VIII indican que la ciudad aún mantenía parte de su pujanza y actividad. Fue la naturaleza la que mató la ciudad en forma de terremoto a mediados del siglo VIII. Gerasa ya no pertenecía a un próspero imperio cuya estabilidad, extensión y poder había creado las condiciones necesarias para el crecimiento de sus ciudades. La desmembración del imperio, la ausencia de una autoridad firme, los conflictos y disputas religiosos y la invasión árabe se unieron a las rencillas internas que plagaban a los nuevos amos: el califato omeya de Damasco desaparecería muy poco después y el nuevo centro de poder, el Bagdad de los abásidas, tendría poco interés en reconstruir un centro urbano que quedaba tan lejos de su área de influencia inmediata. No había quedado suficiente riqueza en la ciudad como para que sus habitantes pudieran levantar de nuevo sus propias casas, no digamos ya monumentos, templos y mercados. Así que, sencillamente, se fueron a otra parte. Y de la misma manera que la prosperidad atrae más prosperidad, la decadencia multiplica el propio declive. Gerasa dejó de existir.

Hubieron de pasar más de mil años hasta que, de nuevo, el asentamiento recibiera nuevos habitantes: a finales del siglo XIX una pequeña aldea se levantó en lo que había sido la zona oriental de la ciudad romana. Quizá ese prolongado olvido y la ausencia de urbanizaciones superpuestas contribuyó a conservar los restos, hoy restaurados gracias a una larga labor apoyada por el gobierno jordano pero llevada a cabo por equipos arqueológicos extranjeros.

Gerasa no tiene la importancia ni el atractivo turístico de otras joyas jordanas, como Petra o el desierto del Wadi Rum, pero para quienes deseen profundizar en la historia de Roma a través de la vida cotidiana de quienes contribuyeron a su grandeza, aquí encontrarán uno de los mejores ejemplos de ciudad provincial romana del Próximo Oriente.
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