span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Angkor Wat : Belleza Eterna

lunes, 21 de enero de 2013

Angkor Wat : Belleza Eterna







La expansión de la cultura india por el Sudeste Asiático dio como resultado la construcción de alucinantes monumentos religiosos. Borobudur, en la isla de Java, fue uno. El otro, sin duda más impactante, fue Angkor Wat. A menudo considerado como la estructura religiosa más grande del mundo, este coloso de piedra es sencillamente único, una sorprendente mezcla de espiritualidad y simetría, la fusión de los principios materiales y espirituales de la cultura jemer y un ejemplo duradero de la devoción del hombre por sus dioses. Es el templo mejor conservado de toda la ciudad de Angkor, porque nunca fue abandonado a su suerte.

La adopción del hinduismo por parte de la realeza jemer de la ciudad de Angkor Thom llevó consigo la identificación de cada soberano jemer con un dios al que consideraba su protector. Estos reyes ordenaban alzar un templo en honor de esa deidad con la que se deseaba reunir después de su muerte. El templo constituye por tanto una expresión arquitectónica de tamaño gigantesco de esta tradición hinduista.


En este sentido, Angkor Wat fue probablemente construido como templo funerario para Suryavarman II (1112-1152) en honor a Visnú, el "Controlador del Mundo", la divinidad hindú con quien se identificaba a sí mismo. Más tarde, sin embargo, con el cambio de religión oficial, pasó a ser un wat o monasterio budista.

Además de sus dimensiones, hay mucho en Angkor Wat que lo hace único entre los templos que le rodean. Aunque el estilo jemer proviene de la India, está lejos de ser una mera copia del hindú y la inventiva y la imaginación de los constructores jemer, sin mencionar sus habilidades técnicas, lo convierten en un arte propio y bien diferenciado. La forma curva de las torres, de las cuales sobreviven sólo cinco de las nueve originales, puede derivarse en última instancia de Bhubaneswar, en la India, pero es bastante diferente, como también lo es su efecto total como brotes de un tallo común.

Igualmente significativo es el hecho de que el edificio esté orientado hacia el oeste, simbólicamente la dirección de la muerte, lo que en su día llevó a un gran número de eruditos a concluir que Angkor Wat debió haber sido concebido como una tumba. La idea se sustentaba por el hecho de que los magníficos bajorrelieves del templo se diseñaron para ser vistos en el sentido contrario a las agujas del reloj, una práctica que tiene sus precedentes en antiguos ritos funerarios hindúes. Visnú, sin embargo, a menudo también se asocia con el oeste, y en la actualidad se acepta que Angkor Wat sirvió principalmente como templo y mausoleo para Suryavarman II.

Los hombres religiosos de la época de Angkor se debían haber deleitado en sus múltiples capas llenas
de significado, de la misma forma que un experto en iconografía artística y arquitectónica europea podría deleitarse con las más ricas catedrales medievales. Las dimensiones espaciales de Angkor Wat son paralelas a las longitudes de las cuatro épocas del pensamiento clásico hindú. El visitante de Angkor Wat que atraviesa el paso elevado hasta la entrada principal y a través del patio hasta la torre central, que en su día contuvo una estatua de Visnú, está viajando metafóricamente de vuelta a la primera época de la creación del universo. Por todos sitios hay pistas, señales que hablan al peregrino. Yo sólo soy capaz de descifrar algunas de ellas.

Como los otros templos-montaña de Angkor, Angkor Wat también es una réplica en miniatura del universo. Primero, el visitante o peregrino atraviesa un foso de 190 m de ancho, que forma un rectángulo gigantesco de 1,5 km por 1,3 km, que hace que los fosos que rodean a los castillos europeos parezcan un juego de niños. Ese foso simboliza los océanos, y se salva por el oeste mediante un paso elevado de arenisca. Angkor Wat se construyó con bloques de arenisca transportados por vía fluvial a bordo de balsas que debían recorrer más de 50 km. La logística de tal operación es impresionante: se necesitó el trabajo de miles de personas en una época en la que no existían ni grúas ni camiones.

Atravesado el foso, llegamos a la pared rectangular exterior, que mide ¡1.025 m por 800 m!. Hay una
puerta en cada lado, pero la entrada principal, un porche de 235 m de ancho muy bien decorado con tallas y esculturas, está en el lado oeste. Hay una estatua de Visnú, de 3.25 m de altura, esculpida en un único bloque de arenisca, situada en la torre derecha. Los ocho brazos de Visnú sostienen un laberinto, una lanza, un disco, una caracola y otros objetos. Da igual que Visnú sea una deidad hindú y que su presencia aquí date de la época en la que Camboya seguía esa religión. La religiosidad natural del pueblo la ha incorporado al budismo con total naturalidad como lo demuestran los mechones de cabello que se ven a su alrededor: se trata de donaciones de gente joven próxima a contraer matrimonio y de peregrinos que dan las gracias por su buena fortuna.

Una avenida elevada de piedra, de 475 m de largo y 9,5 m de ancho y bordeada con barandillas con nagas, lleva desde la entrada principal hasta el templo central. La naga de siete cabezas, la serpiente universal, se convierte así en un simbólico puente en forma de arco iris para que el hombre alcance la morada de los dioses. Sus cabezas -una imagen recurrente en el hinduismo- representan los colores del arco iris (originalmente debió de haber estado pintada de brillantes colores). Resultan sorprendentes las similitudes entre los conceptos y los símbolos de diferentes religiones. La imaginería religiosa de las pinturas rupestres del Parque Nacional de Kakadu, en Australia, ya mostraban al arco iris asociado a la serpiente como puente entre la tierra y el cielo, una manifestación de lo sagrado; lo mismo ocurre en la teología de los incas.

El recorrido del peregrino nos conduce hasta la gran entrada cruciforme al complejo del templo propiamente dicho, que mide cerca de 200 m de largo. Todo aquí, desde el gran foso hasta las serpientes de piedra que vigilan mi camino, está diseñado para hacerle a uno sentir diminuto ante la majestad de Visnu.

El patio está dividido en cuatro por galerías maravillosamente decoradas. La planta es cuadrada, una forma inspirada por el mandala o carta divina usada como base del diseño de muchos templos hindúes. Las paredes de la galería inferior del templo están cubiertas con bajorrelieves. Los personajes de las escenas narran en una sucesión de alucinantes imágenes la cosmología hinduista, escenas del poema épico Mahabharata, episodios bélicos de la historia jemer y admoniciones sobre las torturas del infierno. A pesar de los más de ocho siglos de saqueos y erosión, las tallas, que ocupan una longitud superior a 800 metros y una superficie de 2.000 m2, han conservado su abrumadora belleza.

Empinados peldaños conducen al segundo nivel, delimitado por galerías, con torres en cada esquina. Otra empinada pendiente conduce al patio central, otra vez dividido en cuatro, con torres en las esquinas y, en el centro donde las galerías se cruzan, la torre central. El complejo del templo central está formado por tres plantas, cada una de ellas hecha de laterita, que encierran una plaza rodeada por galerías intrincadamente unidas entre sí. Dentro del plano espiritual del universo, estos patios representan los continentes rodeando la torre central.

Las esquinas de la segunda y tercera planta están jalonadas por torres, cada una rematada con simbólicos capullos de loto. A 31 m por encima del tercer nivel y 55 m por encima de la tierra está la torre central, el Monte Meru, que proporciona a todo el conjunto su sublime unidad. Las escaleras que llevan al nivel superior son muy empinadas, porque alcanzar el reino de los dioses no era una tarea fácil.

Se completa el peregrinaje al llegar a la torre central. Hemos llegado al centro de esta enorme representación del universo jemer, reflejo de una íntima relación entre la naturaleza, la arquitectura y el espíritu de tal intensidad que las construcciones contemporáneas parecen desprovistas de alma.

Los visitantes de Angkor Wat se ven sorprendidos por su impresionante grandeza y, de cerca, por el
minucioso detalle de sus fascinantes ornamentos decorativos y abundantes bajorrelieves, especialmente sus cautivadoras apsaras, las ninfas celestiales encargadas de transmitir la alegría del Paraíso a los dioses. Eran las consortes de los dioses, los héroes y los reyes y fueron creadas durante la guerra entre los dioses y los demonios -el bien y el mal, otra constante humana-. Las atractivas mujeres celestiales usaron sus encantos femeninos para distraer a los demonios, facilitando así la victoria de los dioses. Jóvenes ataviadas y enjoyadas como las apsaras eran seleccionadas por los sacerdotes para ejecutar los bailes que se llevaban a cabo como parte del complejo ritual hindú.

Las bailarinas de piedra muestran la parte superior del cuerpo desnuda y únicamente visten una larga
falda. Asimismo, lucen peinados llenos de imaginación. Solamente en Angkor Wat se han contado más de 1.500 de tales representaciones. Cada figura es una obra maestra por sí sola. Ningún relieve es igual a otro.

A mediodía y de forma excepcional, Angkor Wat se alza silencioso. El húmedo calor y la hora del almuerzo han vaciado de turistas el recinto. La ausencia de densas masas de visitantes permite disfrutar de la calma, el silencio y la espiritualidad que a menudo se les hurta a los edificios religiosos. La austeridad de las piedras ennegrecidas y las sólidas torres laterales contrastan con las femeninas curvas y las cálidas sonrisas de las apsaras que dirigen sus miradas hacia nosotros desde todos los ángulos. El último paso del peregrinaje, sin embargo, el ascenso a la torre central para llegar al sancta sanctorum, resulta imposible de realizar ya que por motivos de restauración el acceso ha sido restringido.

Todavía hay campesinos en Camboya convencidos de que Angkor fue construido por dioses. Y lo parece. Aunque hoy sólo queden ruinas –aunque grandiosas-, la idea de querer emular a la divinidad sigue siendo el rasgo más sobrecogedor de Angkor Wat. Su magnificencia es la expresión en piedra del deseo de inmortalidad del hombre, de su voluntad de trascendencia, de dominar el tiempo y el espacio.

Si Angkor no consiguió ser una ciudad eterna, porque hace siglos que ya nadie vive allí, sí logró que los rasgos de sus estatuas, la finura de sus bajorrelieves y la armonía de sus monumentos fuesen de una belleza eterna.

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