span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: San Vital - Luz y Reverencia

sábado, 21 de febrero de 2015

San Vital - Luz y Reverencia




Los orígenes de Rávena son inciertos. El primer asentamiento se atribuye de forma diversa a los tirrenos, los tesalios o los umbrios. En aquellos tiempos, el primer milenio antes de Cristo, la ciudad no era sino un conjunto de casas construidas sobre pilotes en una serie de pequeñas islas en una laguna pantanosa - una situación similar a la de Venecia varios siglos después.



No fue hasta su incorporación a la República Romana como una ciudad federada, en el año 89 a.C., que comenzó a prosperar gracias a su situación fronteriza. Como apunte histórico, podemos decir que fue el lugar en el que, en el año 49 a.C., Julio César reunió sus fuerzas antes de cruzar el Rubicón e iniciar la guerra civil. Unos años después, ya en tiempos de Augusto, se construyó un puerto militar en la cercana Classe que se convirtió en un importante punto estratégico de la flota imperial. Actualmente la ciudad está tierra adentro, pero Rávena siguió siendo un importante puerto de mar sobre el Adriático hasta principios de la Edad Media.

Rávena siguió mejorando su urbanismo y economía bajo el imperio romano. El emperador Trajano construyó un acueducto de 70 km de largo a principios del siglo II. En 402 fue la capital del Imperio romano de Occidente, pues el emperador Honorio trasladó aquí la corte imperial. El traslado se hizo, ante todo, con finalidades defensivas: Rávena estaba rodeada de ciénagas y pantanos y tenía fácil acceso a las fuerzas militares del Imperio Romano de Oriente. Sin embargo, en 409, el rey visigodo Alarico I simplemente evitó Rávena, y marchó a saquear Roma y tomar como rehén a Gala Placidia, hija del emperador Teodosio I. Después de muchas vicisitudes, Gala Placidia regresó a Rávena con su hijo, el emperador Valentiniano III y el apoyo de su sobrino, Teodosio II.

Rávena disfrutó de un periodo de paz sin precedentes, durante el cual floreció la religión cristiana y la
ciudad construyó sus monumentos más famosos, tanto seculares (y demolidos) como cristianos (muchos conservados durante largo tiempo, incluso hasta hoy.).

En 476, cayó el Imperio Romano de Occidente. El Emperador oriental, Zenón, envió al rey ostrogodo Teodorico el Grande a recuperar la península italiana. Después de la batalla de Verona, Odoacro se retiró a Rávena, donde soportó un sitio de tres años por parte de Teodorico, hasta que la toma de Rímini privó a Rávena de suministros. Después de que Teodorico asesinase a Odoacro, Rávena fue la capital del reino ostrogodo de Italia.

Sin embargo, el emperador bizantino Justiniano I, cabeza del Imperio Romano de Oriente con sede en Constantinopla, era no sólo fanáticamente ortodoxo sino opuesto tanto al gobierno ostrogodo como a la variedad arriana del Cristianismo que allí se practicaba. En 535, el general Belisario, hombre de confianza de Justiniano, invadió Italia y en 540 tomó Rávena, que se convirtió en la sede del gobierno bizantino en Italia a partir del 554, una vez se completó la conquista de toda Italia.

En su calidad de capital bizantina occidental, Rávena se transformó en un crisol arquitectónico de influencias italianas y orientales y un ejemplo extraordinario del característico arte bizantino de los mosaicos, el cual se mantuvo durante 1.000 años. El edificio que mejor representa todo esto es la iglesia de San Vital, cuya construcción comenzó el mismo año de la toma de la plaza por Belisario, 540. Según la leyenda, fue edificada sobre el supuesto lugar donde los romanos juzgaron a San Vital por su condición de cristiano. Lo torturaron y enterraron vivo, convirtiéndolo en el primer y más venerado mártir de la ciudad.

En realidad, el templo había sido iniciado años antes, en el 527, bajo el patrocinio del arzobispo Eclesio, cuando Rávena aún pertenecía a los ostrogodos: Tras la conquista bizantina, se decidió que sería el templo oficial para el gobernador de la región occidental del imperio, el llamado Exarcado de Rávena. De esta forma y por deseo expreso de Justiniano, se reformó con el objeto de acelerar la integración al Imperio Bizantino de los territorios conquistados.

Considerada como la primera iglesia verdaderamente bizantina, San Vital es el mayor monumento de
Justiniano después de Hagia Sofia en Constantinopla. En el siglo IV, las primeras iglesias cristianas habían seguido el plano general de la basílica romana, pero San Vital está planificada en forma centralizada, sustituyendo la idea de «espacio-camino» de las primeras basílicas, por el de la contemplación del ámbito celestial, con mayor carácter ascensional.

La forma es octogonal, con un segundo octógono más pequeño que se levanta sobre el primero, coronado por una cúpula de 16 metros de diámetro. En torno al octógono está dispuesta una galería iluminada por ventanas de arco de medio punto que se abre al espacio interior formando igualmente arcos semicirculares. La galería se eleva en dos pisos; el superior dispone de tribunas revestidas a su vez con semicúpulas. La impresión en general es de espacio y luz, un efecto realzado por las pálidas columnas de mármol y las distinguidas arcadas.

El nártex o porche de ingreso a la iglesia tiene dos puertas, una para los hombres y otra para las mujeres. Éstas debían entrar por la nave sur y, si estaban casadas, asistir a la eucaristía desde la tribuna, situada en el piso superior, sobre el deambulatorio. La tribuna dispone también de palcos que dan directamente al presbiterio, reservados a las altas jerarquías (teóricamente, el emperador y su esposa, pero, dado que nunca llegaron a conocer el templo concluido, sería el exarca o gobernador quien les representase).

Los sobrios ladrillos de los muros caracterizan el aspecto exterior del edificio, cuya línea lisa y carente de decoración se rompe por un ábside en el este, un pórtico en el oeste y varias capillas auxiliares. Nada en su exterior hace presagiar la suntuosa decoración que aguarda en el interior, en el que los artesanos bizantinos dieron rienda suelta a su pasión por la decoración recargada, con capiteles tallados y, sobre todo y especialmente en el presbiterio, sobre un alto zócalo de mármol, los mosaicos que ocupan todo el espacio posible y por los que es famosa esta iglesia.

Y es que San Vital representa uno de los pocos ejemplos conservados del dominio bizantino del arte
del mosaico en la Antigüedad tardía. Una gran parte de la decoración de las iglesias del imperio bizantino fue víctima de los iconoclastas de los siglos VII al IX, que destruyeron toda clase de iconos y representaciones. Al alinearse Rávena en contra de los iconoclastas en aquella desgarradora lucha que mezcló religión y política, sus iglesias se salvaron de la furia destructora de aquéllos.

En los muros se alternan escenas del Viejo y el Nuevo Testamento. En la pared del fondo del presbiterio puede verse un Cristo entronizado entre santos y arcángeles por encima de la zona de las ventanas. Pero no todo es religión, claro. Como hemos indicado, San Vital se levantó para dotar a Rávena de un templo digno de la que era segunda capital del imperio de Justiniano, por lo que tenía un fuerte contenido propagandístico. Así, algunos de los mosaicos representan la corte bizantina, incluyendo retratos jerárquicos del emperador Justiniano y su igualmente famosa esposa Teodora, cuya joyería es representada en madreperla.

Santos, ángeles y reyes. Faltan los banqueros, claro. La obra se financió con el dinero del acaudalado banquero Juliano Argentario, de origen griego y fue supervisada por el arzobispo de la ciudad, Maximiano, quien la consagró en el año 547. Ambos personajes aparecen representados también en los mosaicos.

Abundan los convencionalismos como la isocefalia, el hieratismo, la frontalidad, la ausencia de perspectiva, el horror al vacío, los gestos repetitivos de los personajes, ausencia de movimiento —las figuras están petrificadas, pero se sugiere la dirección que siguen con la posición de las manos—, idealización de los rostros...

Los personajes están retratados con realismo y tienen mucha fuerza expresiva, pero son hieráticos y
distantes. Su mirada es fija y penetrante, refleja el poder espiritual del emperador y sus seguidores. Sus pies, en «V» flotan en un fondo neutro, indefinido, aludiendo a los lazos con lo sobrenatural y el alejamiento de lo terrenal. Todo indica que estas figuras están más allá de la simple humanidad.

Numerosos símbolos y atributos sitúan a cada figura en una jerarquía muy rígida. Los monarcas están en el centro y tienen las vestimentas más ricas y las joyas más lujosas, además de ir coronados —símbolo del poder terrenal— llevan un halo de santidad —atributo del poder espiritual—, constituyendo un claro paradigma del cesaropapismo bizantino: el emperador posee una categoría moral superior, la Iglesia y el Estado son uno sólo en él, que es rey/basileus por mandato divino y mayordomo del mismo Dios.

El resto de los personajes, cuyos retratos son más fieles y se respeta su edad, se disponen simétricamente en torno a Justiniano y Teodora, tanto más cerca están de ellos, cuanto más importantes son, y, además, llevan uniformes propios de su rango (casullas para los eclesiásticos, togas sujetas con fíbulas para los funcionarios y eunucos de la corte, armas para los soldados, etc.).

El artista se ha permitido ciertas licencias en el mosaico de Teodora, que no hay en el de Justiniano, quizá porque el protocolo del séquito femenino no era tan rígido o, quizá, porque son obras de distintos artistas: el color es más rico y variado, los brocados, las telas y las joyas tienen más detalles e, incluso, existe un fondo arquitectónico con cortinas, fuentes y una venera situada sobre la emperatriz.

La ventaja de los mosaicos empotrados en la pared sobre su uso tradicional para los suelos era que los
artistas podían hacer mejor uso de los vidrios de colores y la luz que incidía sobre ellos. Las innumerables teselas, es decir, las pequeñas piezas de vivos colores con forma cúbica hechas de vidrio u otros materiales que forman los mosaicos, contribuyen a reforzar el asombroso efecto de opulencia que produce el interior de la iglesia. La atmósfera se ve intensificada además por los caudales de luz que invaden el espacio. 

El efecto de la majestuosa procesión, con siluetas alineadas de izquierda a derecha y los rostros pálidos, de grandes ojos, solemnes, enmarcados en un arreglo maravilloso de colores brillantes, representa el apogeo del arte bizantino.

El impresionante efecto de los mosaicos se aprecia especialmente en el ábside, la parte semicircular al fondo del presbiterio. Un rayo dorado se encuentra encima de las representaciones, que decoran incluso la bóveda del techo. Las paredes están pobladas de ángeles y santos; los nichos y los muros están cubiertos de representaciones arquitectónicas y ornamentos vegetales y geométricos.

Parece ser que no fue tanto la esplendida decoración de San Vital como su forma octogonal y su alzado de dos pisos lo que impresionó en su momento a Carlomagno. El emperador se inspiró en el diseño de la iglesia italiana para la construcción de su Capilla Palatina en Aquisgrán en torno a 800.

San Vital no está entre los templos más grandes del mundo, pero sí de los más bellos. En esta iglesia no sólo se puede apreciar uno de los más fascinantes ejemplos del arte del mosaico, sino que constituye una concreción visual impactante de los lazos religiosos y artísticos que unieron Oriente y Occidente en un periodo fundamental de la cultura europea.

No hay comentarios: