El castillo de Chillon lo tiene todo para ser un triunfador: una localización espectacular, una arquitectura evocadora y una larga historia que contar. Todo ello lo ha convertido en el monumento histórico más visitado de Suiza.
El conjunto de torres y tejados inclinados se ve desde la distancia, asentado en una isla rocosa junto a la costa del Lago Lemán, cerca de la localidad de Montreaux. El fondo del decorado lo constituyen las majestuosas laderas de los Alpes suizos. No sorprende pues que ya en la edad del Bronce los habitantes de la zona decidieran establecer aquí un asentamiento que aprovechaba la protección natural que ofrecían las aguas del lago.
Los primeros elementos defensivos se remontan probablemente al siglo X. Los duques de Saboya lo ocuparon en el siglo XII, utilizándolo como apoyo para una serie de conquistas a lo largo del siglo siguiente, las cuales les harían dueños de la mayor parte de los señoríos que conformaban lo que hoy es la Suiza francófona. Ello incluía el control del paso de San Bernardo, una de las principales rutas comerciales que conectaban Italia con el resto de Europa continental. El castillo ofrecía protección y se ocupaba de mantener los caminos en buenas condiciones, servicios por los que cobraba un impuesto. Así, a su valor puramente estratégico, se sumaba su importancia como fuente de ingresos, que en 1214 favorecerían la creación de la ciudad de Villeneuve, a dos kilómetros de Chillon.
Los Saboya llevaron a cabo diversas ampliaciones y reformas aun cuando no solían visitar el castillo, ya que sus extensos dominios les obligaban a llevar una vida cortesana nómada, trasladándose a menudo de un lugar a otro con el fin de atender los asuntos de los territorios bajo su gobierno. Llevaban con ellos un séquito de ayudantes y soldados y todos sus muebles y objetos personales, por lo que el castillo se quedaba vacío cuando ellos se marchaban. Vacío, a excepción del castellano, un miembro de la aristocracia cuya misión era custodiar la fortaleza, resolver disputas y recaudar los impuestos. Chillon fue uno de los principales baluartes de la importante familia hasta finales del siglo XIV, momento en el cual se llevó a cabo una reorganización administrativa que centralizó todos los asuntos en Chambery.
Chillon dejó así de tener la importancia de otros tiempos y los trabajos de mejora y mantenimiento se abandonaron hasta que en el siglo XVI los berneses conquistaron el País de Vaud haciéndose con el castillo, que estaba algo descuidado pero cuya estructura fundamental era lo suficientemente sólida como para perdurar aún mucho tiempo. Se adaptó y modernizó el sistema defensivo para el uso de armas de fuego, pero la política y la evolución de la técnica y tácticas militares transformaron radicalmente las necesidades estratégicas y, con ellas, el papel de la fortaleza. El alguacil que vivía aquí se trasladó a Vevey en 1733, cambiando el húmedo ambiente de las habitaciones del castillo por un palacio más confortable.
Con la formación del Cantón de Vaud en 1803, el edificio pasó a ser administrado por el gobierno cantonal, que no se preocupó demasiado por restaurarlo. Los robustos muros de la fortaleza pasaron a servir de almacén, arsenal o prisión de acuerdo con las necesidades de cada momento. El personal asignado a la vigilancia del edificio se componía tan solo de un guardián y dos policías.
Fue la sensibilidad del movimiento Romántico del siglo XIX la que vio a Chillon bajo una nueva luz. Su imagen de castillo de relato de aventuras y aspecto señorial, semioculto por las brumas matutinas que brotan del lago y rodeado por las cumbres nevadas de los Alpes fue muy apreciada por pintores, poetas y novelistas. De Jean-Jacques Rousseau hasta Dumas, pasando por Victor Hugo o Henry James plasmaron en sus obras la pintoresca silueta de las antiguas murallas. Lord Byron, en particular, visitó el castillo en el verano de 1816 durante su estancia con Percy y Mary Shelley a orillas del Lago Leman. Tras la experiencia escribió una historia, El Prisionero de Chillón, inspirada en la historia de François Bonivard, prior de Saint-Victor, en Ginebra, que se opuso a los Saboya y fue encarcelado en una celda abovedada del castillo tallada parcialmente en la roca bajo la Gran Sala. Fue liberado al cabo de seis años por los berneses cuando tomaron la fortaleza. Byron convirtió al personaje, magnificando sus sufrimientos de acuerdo al gusto romántico, en un símbolo casi místico de libertad.
Pero el gobierno del Cantón de Vaud no se mostró demasiado impresionado por todos estos poetas y pintores algo chiflados. Es más, modificó el edificio para adecuarlo mejor a su papel de arsenal y prisión. Los visitantes que llegaban hasta aquí inflamados de pasión romántica mientras realizaban el Grand Tour por Europa propio de los miembros de las mejores familias inglesas, eran conducidos a través de las habitaciones del castillo por los dos guardias, que no quitaban ojo de encima a aquellos estrafalarios personajes. No tardaron aquéllos en aprender los trucos propios de los guías turísticos, narrando a los asombrados oyentes sus propias y adornadas versiones de las leyendas y los episodios que tuvieron al castillo como escenario. Varios de los nombres que hoy tienen las habitaciones de la fortaleza provienen de aquellas historias.
El castillo de Chillon, tal y como lo vemos hoy, es, por tanto, el resultado de siglos de construcción, renovación, adaptación y restauraciones. Pero una cosa es cierta: desde la Edad del Bronce hasta la Edad de Internet, no ha dejado de despertar el interés, el asombro y los sueños de cuantos lo han visto. Completamente renovado, hoy se ha reinventado como atracción turística de primer orden y entorno ideal para organizar eventos. Tras los horarios de visita, se puede alquilar el castillo para banquetes o recepciones por un módico precio base mínimo de 3.000 euros en el que se incluyen el uso de las cocinas, velas y candelabros, la limpieza posterior, el guardarropa y el uso de las cocinas. Uno de los patios se utiliza frecuentemente para los conciertos del Festival de Jazz de Montreux ¡Que dirían ahora aquellos dos solitarios guardias que durante decenios abrían a viajeros ocasionales las vacías estancias!
A diferencia de tantos otros castillos, éste no se localizaba en un punto elevado, fácil de defender desde el punto de vista táctico y al que es necesario llegar tras una empinada subida. Chillon está en el agua y se accede a él cruzando el puente de madera que salva el foso natural formado por el propio lago. Si se llega aquí con el barco de línea que cruza el lago Leman, el castillo tiene la apariencia no tanto de una fortaleza medieval como de una elegante mansión señorial, con las aguas lamiendo sus cimientos de roca. Esta parte del castillo, que requería menos protección, estaba dedicada a las estancias principescas de los duques de Saboya, con magníficas vistas sobre el lago.
Además del agua circundante, el castillo está protegido en la parte continental por una doble muralla con torres, paseo de ronda y rampas dobles. Tras el puente, se atraviesa la torre de vigilancia hasta el patio exterior. Una segunda entrada da acceso al patio interior, el cual está virtualmente dividido en dos por un gran torreón. En el lado externo hay dos grandes salas, con majestuosas bóvedas del siglo XIII y, al norte, los aposentos ducales y la Torre de los Duques, incluyendo la Camera Domini o Cámara de los Lores, la habitación más interesante del castillo, con columnas de roble y techo artesonado. Las habitaciones han sido amuebladas y decoradas con armas antiguas, blasones, armaduras, tapices, chimeneas de piedra…
No es un castillo tan grande como otros, pero sus murallas guardan más encantos de los que uno podría pensar: mazmorras que estimulan la imaginación, subterráneos con decoraciones góticas, una capilla encantadora, balconadas de madera, grandes salones, pasajes secretos y la Torre del Homenaje, desde lo alto de la cual se disfrutan insuperables vistas sobre el lago Leman y los Alpes.
Visitar el castillo de Chillon es como volver atrás en el tiempo o como sumergirse en un relato de aventuras medievales salido de la imaginación de Walter Scott. El silencioso espíritu del Romanticismo aún perdura entre sus muros.
El conjunto de torres y tejados inclinados se ve desde la distancia, asentado en una isla rocosa junto a la costa del Lago Lemán, cerca de la localidad de Montreaux. El fondo del decorado lo constituyen las majestuosas laderas de los Alpes suizos. No sorprende pues que ya en la edad del Bronce los habitantes de la zona decidieran establecer aquí un asentamiento que aprovechaba la protección natural que ofrecían las aguas del lago.
Los primeros elementos defensivos se remontan probablemente al siglo X. Los duques de Saboya lo ocuparon en el siglo XII, utilizándolo como apoyo para una serie de conquistas a lo largo del siglo siguiente, las cuales les harían dueños de la mayor parte de los señoríos que conformaban lo que hoy es la Suiza francófona. Ello incluía el control del paso de San Bernardo, una de las principales rutas comerciales que conectaban Italia con el resto de Europa continental. El castillo ofrecía protección y se ocupaba de mantener los caminos en buenas condiciones, servicios por los que cobraba un impuesto. Así, a su valor puramente estratégico, se sumaba su importancia como fuente de ingresos, que en 1214 favorecerían la creación de la ciudad de Villeneuve, a dos kilómetros de Chillon.
Los Saboya llevaron a cabo diversas ampliaciones y reformas aun cuando no solían visitar el castillo, ya que sus extensos dominios les obligaban a llevar una vida cortesana nómada, trasladándose a menudo de un lugar a otro con el fin de atender los asuntos de los territorios bajo su gobierno. Llevaban con ellos un séquito de ayudantes y soldados y todos sus muebles y objetos personales, por lo que el castillo se quedaba vacío cuando ellos se marchaban. Vacío, a excepción del castellano, un miembro de la aristocracia cuya misión era custodiar la fortaleza, resolver disputas y recaudar los impuestos. Chillon fue uno de los principales baluartes de la importante familia hasta finales del siglo XIV, momento en el cual se llevó a cabo una reorganización administrativa que centralizó todos los asuntos en Chambery.
Chillon dejó así de tener la importancia de otros tiempos y los trabajos de mejora y mantenimiento se abandonaron hasta que en el siglo XVI los berneses conquistaron el País de Vaud haciéndose con el castillo, que estaba algo descuidado pero cuya estructura fundamental era lo suficientemente sólida como para perdurar aún mucho tiempo. Se adaptó y modernizó el sistema defensivo para el uso de armas de fuego, pero la política y la evolución de la técnica y tácticas militares transformaron radicalmente las necesidades estratégicas y, con ellas, el papel de la fortaleza. El alguacil que vivía aquí se trasladó a Vevey en 1733, cambiando el húmedo ambiente de las habitaciones del castillo por un palacio más confortable.
Con la formación del Cantón de Vaud en 1803, el edificio pasó a ser administrado por el gobierno cantonal, que no se preocupó demasiado por restaurarlo. Los robustos muros de la fortaleza pasaron a servir de almacén, arsenal o prisión de acuerdo con las necesidades de cada momento. El personal asignado a la vigilancia del edificio se componía tan solo de un guardián y dos policías.
Fue la sensibilidad del movimiento Romántico del siglo XIX la que vio a Chillon bajo una nueva luz. Su imagen de castillo de relato de aventuras y aspecto señorial, semioculto por las brumas matutinas que brotan del lago y rodeado por las cumbres nevadas de los Alpes fue muy apreciada por pintores, poetas y novelistas. De Jean-Jacques Rousseau hasta Dumas, pasando por Victor Hugo o Henry James plasmaron en sus obras la pintoresca silueta de las antiguas murallas. Lord Byron, en particular, visitó el castillo en el verano de 1816 durante su estancia con Percy y Mary Shelley a orillas del Lago Leman. Tras la experiencia escribió una historia, El Prisionero de Chillón, inspirada en la historia de François Bonivard, prior de Saint-Victor, en Ginebra, que se opuso a los Saboya y fue encarcelado en una celda abovedada del castillo tallada parcialmente en la roca bajo la Gran Sala. Fue liberado al cabo de seis años por los berneses cuando tomaron la fortaleza. Byron convirtió al personaje, magnificando sus sufrimientos de acuerdo al gusto romántico, en un símbolo casi místico de libertad.
Pero el gobierno del Cantón de Vaud no se mostró demasiado impresionado por todos estos poetas y pintores algo chiflados. Es más, modificó el edificio para adecuarlo mejor a su papel de arsenal y prisión. Los visitantes que llegaban hasta aquí inflamados de pasión romántica mientras realizaban el Grand Tour por Europa propio de los miembros de las mejores familias inglesas, eran conducidos a través de las habitaciones del castillo por los dos guardias, que no quitaban ojo de encima a aquellos estrafalarios personajes. No tardaron aquéllos en aprender los trucos propios de los guías turísticos, narrando a los asombrados oyentes sus propias y adornadas versiones de las leyendas y los episodios que tuvieron al castillo como escenario. Varios de los nombres que hoy tienen las habitaciones de la fortaleza provienen de aquellas historias.
El castillo de Chillon, tal y como lo vemos hoy, es, por tanto, el resultado de siglos de construcción, renovación, adaptación y restauraciones. Pero una cosa es cierta: desde la Edad del Bronce hasta la Edad de Internet, no ha dejado de despertar el interés, el asombro y los sueños de cuantos lo han visto. Completamente renovado, hoy se ha reinventado como atracción turística de primer orden y entorno ideal para organizar eventos. Tras los horarios de visita, se puede alquilar el castillo para banquetes o recepciones por un módico precio base mínimo de 3.000 euros en el que se incluyen el uso de las cocinas, velas y candelabros, la limpieza posterior, el guardarropa y el uso de las cocinas. Uno de los patios se utiliza frecuentemente para los conciertos del Festival de Jazz de Montreux ¡Que dirían ahora aquellos dos solitarios guardias que durante decenios abrían a viajeros ocasionales las vacías estancias!
A diferencia de tantos otros castillos, éste no se localizaba en un punto elevado, fácil de defender desde el punto de vista táctico y al que es necesario llegar tras una empinada subida. Chillon está en el agua y se accede a él cruzando el puente de madera que salva el foso natural formado por el propio lago. Si se llega aquí con el barco de línea que cruza el lago Leman, el castillo tiene la apariencia no tanto de una fortaleza medieval como de una elegante mansión señorial, con las aguas lamiendo sus cimientos de roca. Esta parte del castillo, que requería menos protección, estaba dedicada a las estancias principescas de los duques de Saboya, con magníficas vistas sobre el lago.
Además del agua circundante, el castillo está protegido en la parte continental por una doble muralla con torres, paseo de ronda y rampas dobles. Tras el puente, se atraviesa la torre de vigilancia hasta el patio exterior. Una segunda entrada da acceso al patio interior, el cual está virtualmente dividido en dos por un gran torreón. En el lado externo hay dos grandes salas, con majestuosas bóvedas del siglo XIII y, al norte, los aposentos ducales y la Torre de los Duques, incluyendo la Camera Domini o Cámara de los Lores, la habitación más interesante del castillo, con columnas de roble y techo artesonado. Las habitaciones han sido amuebladas y decoradas con armas antiguas, blasones, armaduras, tapices, chimeneas de piedra…
No es un castillo tan grande como otros, pero sus murallas guardan más encantos de los que uno podría pensar: mazmorras que estimulan la imaginación, subterráneos con decoraciones góticas, una capilla encantadora, balconadas de madera, grandes salones, pasajes secretos y la Torre del Homenaje, desde lo alto de la cual se disfrutan insuperables vistas sobre el lago Leman y los Alpes.
Visitar el castillo de Chillon es como volver atrás en el tiempo o como sumergirse en un relato de aventuras medievales salido de la imaginación de Walter Scott. El silencioso espíritu del Romanticismo aún perdura entre sus muros.
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