span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: BANCO DE HONG KONG Y SHANGHAI: High-tech y Fengsui

domingo, 29 de agosto de 2010

BANCO DE HONG KONG Y SHANGHAI: High-tech y Fengsui


Cuando se piensa en el centro de una ciudad vienen a la mente imágenes de edificios oficiales de estilo clásico, museos o plazas en cuyo centro se alza la estatua de algún ciudadano ilustre. En Hong Kong, el protagonismo urbano lo ocupan las sedes de sus bancos, el auténtico poder del territorio y la razón última de su existencia.

Hong Kong es una de las ciudades más densamente pobladas de la Tierra: siete millones de personas se apiñan en 1.104 km2. Es también una de las más activas. Aquí, los negocios no se detienen, el capitalismo y la obsesión china por el dinero parece engullirlo todo: especulación inmobiliaria descontrolada, centros comerciales espectaculares, polución generalizada, tráfico incesante, un hormiguero de gente comprando y vendiendo en incontables tiendas, tenderetes, puestos y carritos callejeros distribuidos por toda la urbe... Sin embargo, bajo ese frenesí capitalista, a poca profundidad, respira la antigua China, la de las nigromancias y esoterismos. La fusión entre ambos extremos, la alta tecnología y las supersticiones más elaboradas, el mundo del dinero y el espiritual, lo tangible y lo inaprensible, coinciden en puntos tan inesperados como un rascacielos: la sede del HSBC, el Banco de Hong Kong y Shanghai.

Los ingleses llegaron a la isla de Hong Kong en 1820. En aquel entonces, habitada por unos cuantos pescadores, carente de recursos naturales, infestada de malaria y sin un adecuado suministro de agua potable, su única virtud era un profundo y protegido puerto natural, un refugio del peligro de tifones y piratas. Tras la Primera Guerra del Opio (1839-1842), los humillados chinos se vieron obligados a ceder la propiedad de la isla a los británicos, cuyos comerciantes y armadores la convirtieron en centro de su infame tráfico de opio.

Hong Kong prosperó más rápido de lo que nadie hubiera podido prever. Protegido por la ley inglesa, pronto llegó a ser el principal puerto comercial del sudeste asiático. Y, con el comercio, no tardaron en establecerse sus primos hermanos, los bancos, haciendo de ella una de las capitales financieras del globo.

Uno de los actores en el ascenso imparable de la isla fue la Hong Kong and Shanghai Banking Corporation (HSBC), cuyas oficinas se abrieron en la isla en 1864 con licencia para emitir divisas. En 1935 se inauguró una nueva sede, construida por los arquitectos Palmer y Turner. Era el orgullo de la institución, reflejada en los talonarios de cheques emitidos por la entidad, una estructura de acero revestida en piedra que presumía de incorporar dos grandes novedades en aquella época: aire acondicionado y ascensores eléctricos.

Pero ni siquiera tan brillante edificio pudo mantenerse al día en el vértigo económico e inmobiliario de Hong Kong. El crecimiento de la corporación y la introducción de nuevas tecnologías hicieron necesario que en 1979, menos de cincuenta años después de su construcción, hubiera de plantearse un nuevo proyecto para la que sería la cuarta sede de la institución financiera en el mismo emplazamiento. El ganador del concurso convocado a tal efecto fue la firma Foster Associates.

La fusión entre arquitectura e ingeniería nació en el siglo XIX, pero fue en la década de los sesenta del siglo XX cuando alcanzó su apogeo en el llamado estilo High Tech, cuyo elemento más característico es la sustitución de los muros exteriores por cortinas de cristal y la utilización de membranas extremadamente finas. Norman Foster fue uno de sus principales representantes y vio en el encargo del HSBC la ocasión para desarrollar buena parte de su ideario arquitectónico. Éste incluye una amplia y cercana colaboración con ingenieros de estructuras -en este caso fue la firma Ove Arup & Partners, responsable de otros famosos edificios como la Ópera de Sydney-, el uso del cristal, el acero inoxidable y las estructuras vistas, la construcción de formas icónicas fácilmente reconocibles, el diseño sostenible y la utilización de la luz natural.


El desafío de construir el nuevo edificio comenzó desde las primeras etapas del diseño y planificación. El concepto básico era el de una estructura a base de resistentes mástiles situados a cada lado del solar sobre los que se apoyaban unos puentes de los que "colgarían" los pisos. Esta idea permitía llevar a cabo una construcción en fases sin necesidad de derribar primero el edificio precedente; esto es, a medida que se iba construyendo el nuevo rascacielos, se iba destruyendo el edificio antiguo, por lo que no solamente no hubo que interrumpir el tráfico rodado, sino que el banco no dejaba de funcionar y se evitaba tener que alquilar nuevas oficinas mientras durasen las obras, aspecto este nada baladí en un lugar de precios inmobiliarios desorbitados como Hong Kong.

El armazón del edificio, el esqueleto por así decir, es perfectamente visible desde el exterior. La ortodoxia estilística de la arquitectura high-tech exigía dejar también a la vista la estructura interna, pero hubo otro tipo de consideraciones -medidas contraincendios, húmedo clima de la región- que aconsejaron la instalación de un revestimiento de gran durabilidad. En este aspecto, los ingenieros desarrollaron una maquinaria de soldadura de gran precisión, controlada por ordenador, que permitió que los paneles protectores tuvieran cualquier distorsión, algo que hasta ese momento había sido habitual en las placas de aluminio. La mayoría de los componentes fueron construidos en el extranjero, traídos a Hong Kong y ensamblados en el lugar

Estéticamente, las soluciones son tan radicales como las estructurales, lo que ha motivado que los locales llamen a este edificio “Robot Builiding”. No es difícil darse cuenta por qué: recuerda a esas maquetas de plástico transparente que dejan ver cómo funcionan las "tripas" del modelo. En este caso, los motores, cadenas y otras partes móviles de las escaleras mecánicas y ascensores son visibles desde el exterior; las escaleras sólo cuentan con un recubrimiento de cristal, lo que permite contemplar a los trabajadores en el interior.

Norman Foster rompió con este edificio el paradigma de la banca como institución fría y anclada en el pasado cuando no hostil. La planta baja, por ejemplo, es de libre acceso y los peatones pueden atravesar la estructura sin entrar en el edificio propiamente dicho, puesto que el acceso al mismo para los clientes (los empleados utilizan unos ascensores situados en los extremos del edificio, entre los mástiles de soporte) se efectúa subiendo por unas escaleras mecánicas. Éstas atraviesan un armazón de catenarias y cristal, la "barriga", cuya función es impedir que el aire acondicionado escape del edificio hacia esa planta baja abierta a la calle.



El visitante, al subir por las escaleras desde el nivel del suelo y atravesar esa membrana de separación, se encuentra con un impresionante atrio central de diez pisos de altura, el resultado del planteamiento estructural a base de mástiles, pisos "colgantes" y acristalamiento de techo a pared. Los amplios espacios abiertos y la ausencia de incómodas medidas de seguridad inspiran un sentimiento acogedor. La inteligente utilización de la luz natural juega un papel fundamental en esta sensación: en la cara sur del edificio hay colgados 480 espejos, cuya orientación controla un ordenador y cuya misión es reflejar la luz del sol hacia el atrio central.

El edificio se finalizó en 1985. El HBSC puede presumir no sólo de tener como sede central una obra maestra de la arquitectura moderna sino también uno de los edificios más caros. Toda esa innovación y sofisticación técnica y estética elevaron la factura hasta los casi 1.000 millones de dólares americanos, convirtiéndolo en su momento en el edificio más caro del mundo. Y aunque sus 178 metros de altura no lo sitúan entre las construcciones más elevadas de Hong Kong, ha soportado bien el paso del tiempo gracias a su calidad.

Los domingos, las emigrantes filipinas que trabajan como empleadas domésticas en la ciudad, se reúnen en parques y plazas de toda la geografía urbana para intercambiar fotos, cartas y noticias de sus casas. Uno de esos lugares es la planta baja del Banco, a cuya sombra organizan sus meriendas vigiladas por Stitt y Steven, dos leones chinos de bronce que fueron colocados aquí no sólo como homenaje a la antigua y desaparecida sede del banco, sino por otros motivos más etéreos, tan ligados al edificio como la alta tecnología y la arquitectura de vanguardia, pero mucho más ocultos.

Vivir rodeados de ordenadores, rascacielos de cristal o redes globales de comunicación no ha erradicado una parte esencial de la cultura y la vida diaria chinas: la superstición. Prácticamente todos los chinos, ya sean ateos, budistas, taoístas, musulmanes o cristianos, creen en la existencia de fuerzas ocultas, invisibles, que nos rodean.

La superstición se manifiesta de muy diversas formas, desde la adivinación del futuro utilizando los más pintorescos métodos hasta la numerología. Una de las más arraigadas es una mezcla de mística, ecología, leyes espirituales, sentido común y estética que goza de gran predicamento también en Occidente: el feng shui o geomancia. Su precepto básico es que la salud, la riqueza, la suerte y la armonía (en una palabra, la prosperidad en todos los ámbitos de la vida) vienen fuertemente condicionadas por el equilibrio de las fuerzas naturales; las casas, centros de trabajo y hasta cementerios, forman parte de una red invisible que los une al relieve del terreno, los árboles, los ríos e incluso el viento o el sol. La disposición y formas internas y externas, orientación y momento de construcción de las estructuras levantadas por el hombre han de integrarse adecuada y armónicamente en esa red si no se quiere desequilibrar las fuerzas opuestas del ying y el yang –de chi, el “aliento cósmico” benéfico, y so chi, el “aliento de la mala fortuna”-, de los que depende la suerte individual. En cuanto a los edificios, el ideal del feng shui es que su parte posterior, orientada hacia el norte, cuente con la protección de colinas o montañas. Su fachada debe dar a un bello paisaje, preferiblemente acuático.

Podría pensarse que este tipo de creencias corresponden a una sociedad medieval y que están desterradas de la Nueva China como protagonista activo del mundo globalizado. Nada más lejos de la realidad. Los geománticos son unos profesionales extraordinariamente bien pagados. Y su tarea no resulta sencilla en una ciudad tan densamente poblada como Hong Kong, donde colocar un edificio de acuerdo con los preceptos del feng shui (que literalmente significa “viento y agua”) puede ser realmente complicado. El resultado de su detallado análisis desembocará en una serie de recomendaciones encaminadas a restaurar el equilibrio: eliminar muros o paredes, abriendo ventanas, trasladando puertas, aconsejando el uso de determinados muebles, de colores propicios (el rojo es uno de los preferidos pues se considera que atrae la buena suerte) o determinados símbolos en forma de animales (dragones, tigres, leones...)

Ni siquiera Norman Foster eludió la supervisión del geomántico chino. Le gustara o no, hubo de realizar modificaciones sustanciales siguiendo las directrices del experto: para maximizar el flujo de energía hacia el edificio, se cambió el ángulo de inclinación de las escaleras mecánicas, dejándolas así bajo la “cola del dragón” que se proyecta desde una colina cercana. Se recomendó también el traslado de los viejos leones de bronce Stitt y Steven desde la vieja sede, un domingo a las cuatro de la madrugada, utilizando dos grúas en funcionamiento simultáneo para situarlos en una posición que armonizaba con el fengshui de las cercanías.

Las características formas y la avanzada tecnología del Banco de Hong Kong que han hecho del edificio un icono de la ciudad, son testimonio no sólo de las capacidades de la arquitectura contemporánea o de la opulencia del banco, sino de la convivencia, no aparente sino real, entre modernidad y tradición

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