span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Valle de los Reyes: Pinturas para la Eternidad (2ª parte)

sábado, 14 de agosto de 2010

Valle de los Reyes: Pinturas para la Eternidad (2ª parte)


Por desgracia, visitar el Valle de los Reyes no es precisamente una experiencia mística. Lo sería en caso de hallarse uno completamente solo al atardecer rodeado de una tierra hostil y solitaria, con aquellos agujeros asomándose desde las laderas tostadas por el sol invitándote a explorar sus secretos. En lugar de ello, uno se ve obligado a hacer largas colas, emparedado entre un turista italiano hablando a gritos con su mujer y un sudoroso teutón de camisa floreada. La fila se prolonga por los corredores de acceso, continúa en las diferentes cámaras y no finaliza hasta volver al exterior, donde un sol inclemente te empuja a buscar cobijo bajo cualquier sombra de los alrededores, normalmente ya ocupada por un espeso grupo de turistas a los que un esforzado guía trata de inculcar a gritos en sus almas algo de historia.

Así que en lugar que dejarse inundar por el aura de misterio de estas tumbas, el turismo masivo le hace a uno mantener los pies en la tierra y ponerse a pensar en asuntos de índole práctica. ¿Qué sucedió con los miles de toneladas de trozos de piedra resultantes del tallado de las galerías? Y, más curioso aún: tan remoto y salvaje como parece encontrarse el valle, sólo está a medio día a pie desde el centro de Luxor, así que ¿cómo esperaban que semejantes trabajos de construcción pasaran desapercibidos? Incluso asesinando a todos los involucrados en las excavaciones no se resolvería el problema. Está claro que toda Tebas sabía lo que sucedía. Resultado: las tumbas fueron saqueadas, total o parcialmente, desde el primer día. Ya en el año 24 a.C., el geógrafo griego Estrabón exploró el Valle de los Reyes y encontró unas 40 tumbas abiertas y vacías.

La tradición de enterrar a la gente con objetos de valor se remonta a muchos siglos antes de la era faraónica. Y tan pronto como comenzaron a enterrarse reyes y reinas en las tumbas, aparecieron los profanadores. Existe abundante documentación de la época que ofrece testimonio de que los robos no eran algo extraordinario por mucho que el valle y los obreros que en él trabajaban estuvieran estrechamente vigilados. Los castigos a los que los ladrones eran sometidos eran escalofriantes: palizas, empalamientos, mutilaciones, descuartizamientos... y sin embargo nunca faltó gente dispuesta a arriesgarlo todo por el botín. Para comprender por qué, basta con echar un vistazo a los tesoros que se hallaron en la tumba de un faraón modesto como Tutankhamon: oro, joyas, maderas preciosas, gemas, marfil, perfumes y telas de gran valor...

Los historiadores, sin embargo, piensan que los saqueos escondían una red muy extensa que apunta a que no todos los egipcios sentían un respeto reverencial por la religión o la muerte. Para un obrero corriente, cuya vida cotidiana transcurría inmersa en una economía basada en el trueque, no debía resultar nada fácil deshacerse de tesoros de enorme valor sin llamar la atención, por lo que se sospecha que altos oficiales del ejército y miembros de la clase sacerdotal podían estar involucrados en el tráfico de esos artículos.

Desde Estrabón hasta yo mismo, el viajero no ha encontrado en el Valle de los Reyes sino tumbas maravillosamente decoradas... pero vacías. Aunque el robo es la explicación más sencilla a la ausencia de cuerpos y ajuares, hay otra menos evidente. En efecto, en la dinastía XXI, la sede real fue trasladada a la ciudad de Tanis. El Valle de los Reyes quedó entonces aún más expuesto a los saqueadores, que podían actuar con mayor impunidad. Con el fin de preservar las momias, los sacerdotes entraron en muchas de las tumbas hasta entonces intactas y trasladaron los cuerpos, agrupándolos en otros sepulcros considerados más seguros. Sólo los faraones pertenecientes al turbulento período de Amarna, Tutankhamón y el posible cuerpo de Ajenatón hallado en la tumba denominada KV 55, se dejaron en su sitio. Además, en épocas de dificultades económicas, los ajuares reales fueron "reciclados" para acompañar a otros faraones en su viaje al otro mundo.

Con todo, la decoración y atmósfera especial de las tumbas ha atraído viajeros desde mucho tiempo atrás, tal y como demuestran los grafitti tallados en algunas de ellos. Directamente encima de la pequeña tumba de Tutankhamon está la entrada al épico enterramiento de Ramsés VI. Esta tumba fue una gran atracción para los turistas de la antigüedad. Uno de los muchos grafitti en griego que "adornan" sus paredes dice: “Hermogines de Amasa ha visto y admirado las tumbas”. Más adelante, otro viajero de tiempos pasados escribió: “Yo, el portaantorchas de los sagrados misterios de Eleusis, hijo de Minucianus, el Ateniense, he visitado las tumbas mucho después que el divino Platón, el Ateniense, he admirado y dado las gracias a los dioses por el más piadoso de los emperadores, Constantino, que me ha otorgado esto”. Ya hace dos mil años estos lugares hechizaban a la gente. Por supuesto, no faltó quien adoptó un tono más prepotente: “Epifanio no vio aquí nada que admirar excepto la piedra”

Esas inscripciones demuestran que Egipto ha estado recibiendo turistas desde la Antigüedad. Durante el periodo cristiano del país, peregrinó hasta aquí mucha gente atraída por las connotaciones bíblicas de estas tierras. Pero tras la conquista islámica, las cosas cambiaron. Fueron pocos los que podían o se atrevían a viajar por el país del Nilo, y el Valle de los Reyes cayó en el olvido hasta que en el año 1708, el misionero francés Claude Sicard descubrió en este lugar y casi por azar, algunas tumbas. Fue el comienzo de la fiebre arqueológica que ha experimentado Egipto durante los últimos trescientos años.

En el precio de la entrada al recinto arqueológico no se incluye el acceso a una tumba en particular, la predilecta entre los mitómanos de la egiptología, quienes están dispuestos a desembolsar la tarifa adicional: el sepulcro de Tutankhamon. Teniendo en cuenta que fue un faraón más bien insignificante desde el punto de vista histórico, el dinero que ha generado para el país -no sólo por la venta de entradas para ver su tumba o su increíble ajuar en el Museo Egipcio del Cairo, documentales, exposiciones y comercialización de los más horripilantes objetos y souvenirs con la efigie de su máscara mortuoria sino por los miles y miles de turistas que vienen a Egipto seducidos por la mirada solemne del faraón- es sencillamente incalculable.


El hallazgo de su tumba dejó boquiabierta a la comunidad científica de todo el mundo. Su magnífica decoración y las extraordinarias ofrendas funerarias de oro puro, son testimonio tanto de una insuperable habilidad artesanal como de la riqueza del Imperio Egipcio. El 4 de noviembre de 1922, el arqueólogo británico Howard Carter (1874-1939) consiguió penetrar en la tumba de Tutankhamón, encontrándola intacta. El 17 de febrero de 1923, entró en la cámara funeraria del faraón y abrió el sarcófago, pasando no solo a la historia de la arqueología, sino a la cultura popular, si bien por razones muy distintas.

La primera, puramente objetiva y relacionada con el valor histórico y material del tesoro. Carter se pasó cinco años buscando la tumba de Tutankhamon, ocho años despejándola y casi diez catalogando los 5.000 objetos que encontró en su interior. Tanto había que estudiar que nunca llegó a publicar una lista completa de todos los hallazgos. Las siguientes anécdotas y datos sorprendentes nos pueden dar sólo una ligera idea de la emoción que debió sentir Carter al ir abriendo cajitas y desenvolviendo paquetitos:

- La famosa máscara mortuoria de oro pesa nada menos que 10.23 kilos.

- El cuerpo del faraón se encontraba protegido por 3 sarcófagos insertos uno dentro de otro. El interior estaba hecho de oro de 22 kilates y pesaba 110,9 kilos.

- Sólo el valor del sarcófago interior es de 1,5 millones de dólares.

- El mayor de los tres relicarios que cubrían el sarcófago exterior es lo suficientemente grande como para que un coche aparque dentro.

- Entre los objetos que se encontraron en la tumba se cuenta un botiquín de primeros auxilios, que incluía vendas y un cabestrillo para un dedo.

- Carter estimó que había 350 litros de aceites preciosos almacenados en vasijas de piedra. Dos de ellas aún tenían huellas de los dedos de los ladrones que lograron profanar la tumba.

- Tutankhamón no estaba solo en su sepulcro. Los cuerpos momificados de dos hijas no nacidas se encontraron en el interior de pequeños sarcófagos.

- El faraón debía haber sido un seguidor de las últimas modas, porque se encontró un maniquí de madera, quizá utilizado para colocar sobre él la ropa y comprobar su efecto.

- El ajuar incluía más de 100 pares de zapatos de todo tipo, desde cuero y mimbre hasta madera y oro. En la momia se hallaron más de 150 amuletos y piezas de joyería. Había también más de 100 taparrabos y unos 30 pares de guantes así como 30 bumeranes.

- La lista de vinos comprendía muestras de treinta variedades diferentes, almacenadas en tazas con etiquetas en las que se hacía constar el tipo de vino, el año, el viñedo y el bodeguero.

La segunda razón de la popularidad de la tumba de Tutankhamon tiene más que ver con la superstición que con la arqueología. Desde la apertura de la tumba se han contado muchas historias sobre las muertes supuestamente misteriosas relacionadas con la "profanación" y atribuidas a una supuesta maldición. Se cree que sobre la entrada de la cámara funeraria de Tutankhamón figuraba una tabla de arcilla con una amenazante inscripción: “La muerte caerá sobre aquellos que perturben el descanso del faraón”, advertencia que ya figuraba en otros monumentos funerarios del Valle de los Reyes y que, como hemos visto, nunca sirvieron para mantener a raya a los saqueadores.

Aunque es verdad que en los años siguientes al descubrimiento de la tumba se produjeron algunas muertes sorprendentes entre los miembros de la expedición, también lo es que para casi todas ellas existe una explicación lógica y sensata. Así, por ejemplo, la mayoría de la treintena de víctimas tenía entre 70 y 80 años de edad en el momento de su muerte. Lord Carnarvon, por ejemplo, que había financiado la expedición de Howard Carter, falleció a causa de una septicemia provocada por la infección de una picadura de mosquito. Desde el punto de vista científico, la teoría de la maldición del faraón está más que superada.

En 1973, la ciencia creyó haber encontrado una explicación racional de las otras muertes entre los miembros de la expedición. En la tumba de Tutankhamon se encontraron altas concentraciones de esporas del hongo Aspergillus flavus. Los productos metabolizados de este hongo son muy venenosos y peligrosos para el hombre, ya que el Aspergillus flavus puede causar reacciones alérgicas en personas con un sistema inmunitario debilitado o atacar incluso determinados órganos. En la actualidad, el hongo está considerado como el causante de las enfermedades mortales que padecieron los miembros de la expedición.

Tras tantas décadas de intenso trabajo arqueológico, el Valle de los Reyes sigue reservando sorpresas. Hace unos años se descubrió una gran tumba, sin igual en toda la región, en la que hasta el momento se han limpiado más de 150 cámaras. No se han podido desvelar aún los motivos de su tamaño ni su peculiar diseño. Los arqueólogos saben que un tesoro como el de Tutankhamon podría estar aguardándoles escondido bajo las amarillentas rocas del valle.

Esta sed de nuevos descubrimientos, junto con la gloria, fama y prestigio que reportan, ha recibido críticas por parte de no pocos arqueólogos, que denuncian el descuido de otro aspecto fundamental: el de la conservación de lo ya descubierto. Las tumbas reciben la visita de masas de turistas que deterioran las estructuras a un ritmo acelerado, especialmente aquellas con pinturas en las paredes, ya que están expuestas al aire, la luz del sol, la humedad de la respiración humana y los flashes de las cámaras. Se ha intentado limitar el daño prohibiendo tomar fotografías y colocando láminas de plástico o cristal transparente protegiendo las pinturas. Pero, dadas las multitudes que se dan cita aquí todos los días, no es suficiente: la sal en el sudor de los turistas, las vibraciones de las voces y de las ruedas de miles de pesados autobuses moviéndose en las cercanías y, por supuesto, aquellos que no se resisten a tocar las paredes para experimentar el tacto de los jeroglíficos en bajorrelieve son ataques que algunos arqueólogos opinan que serán causa de que muchas pinturas murales se pierdan en un plazo inferior a doscientos años.

Por otro lado, el Valle de los Reyes, está sometido a inundaciones repentinas que se suceden con cierta regularidad y todas las tumbas excepto nueve han sufrido sus efectos, llegando a cubrirse con los detritos dejados por el agua. En 1991, parte del techo de la tumba de Tutankhamon, pintado con maravillosas escenas astronómicas, y parte de un muro, se vinieron abajo. Hay quien responsabiliza de esto a los arqueólogos, ya que la mayoría de esas tumbas se llenaron de agua después de que aquéllos las dejaran expuestas a los elementos. Las excavaciones arqueológicas, especialmente la apertura de los túneles de entrada a las tumbas, han debilitado aún más la integridad estructural de los hipogeos, algunos de los cuales han comenzado a derrumbarse

Y, a pesar de lo dicho, en el Sexto Congreso Internacional de Arqueología de 1991, de 340 trabajos expuestos, sólo 3 eran acerca de preservación. Cuando el director de la Organización de Antigüedades Egipcias subrayó este particular y afirmó que era necesario y urgente un trabajo de conservación, llamando a la acción en este sentido, fue acribillado por el presidente del Congreso, que le recordó que ese foro estaba dedicado a la Egiptología, no a la conservación arqueológica. A pesar del hecho de que los egiptólogos son los que más invierten en antigüedades y que, por lo tanto, tienen mayor responsabilidad en su protección, poco se ha hecho para restaurar y conservar los monumentos. Muchos egiptólogos egipcios se quejan de que los arqueólogos se interesan mucho más por hacer nuevos descubrimientos y continuar excavando que en financiar la restauración y acondicionamiento, aunque este se limite a un sencillo cristal que proteja las inscripciones de las manos y el aliento de los visitantes.

Historias y leyendas protagonizadas por dioses, reyes, aventureros y científicos se sobreponen, unas sobre otras, en el valle de los faraones. De acuerdo con la antigua religión egipcia, sus habitantes originales, sus cuerpos profanados, robados y dispersos, sus ajuares saqueados o exhibidos en museos, no pudieron alcanzar la vida eterna. Sin embargo, la inmortalidad que ellos ansiaron no se ha perdido: permanece unida a las colinas, las rocas, los pasadizos, cámaras y pinturas de un lugar escogido para albergar a los muertos y que hoy fascina y atrae a los vivos de todo el mundo.

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