Los paisajes de Escocia se cuentan entre los más bellos de Europa. Suaves colinas, hermosos bosques de fantasía, agrestes acantilados, castillos románticos con bellos jardines o ruinoso y fantasmagórico perfil... y, por supuesto, sus lagos, llamados en escocés "lochs". Los hay de todo tipo, tamaño, forma y color. Cada visitante les otorgará adjetivos diferentes según la luz del día, su estado de ánimo, la época del año o la perspectiva desde la que los observe. Los hay misteriosos, solitarios, luminosos, amenazadores, familiares, épicos...
Uno de los más famosos y visitados es el Loch Lomond, situado en el sur de las Highlands, a tan sólo 32 km de Glasgow. Sus 71 km2 de superficie, 37 km de longitud, 8 km de ancho y una profundidad media de 36 m, lo convierten en el mayor lago de la Gran Bretaña:
Desde Oban, en la costa occidental de Escocia, conducimos hasta el Lomond en un típico dia escocés de primavera: soleado y cambiante, pero con una temperatura fresca y agradable que invita a pasear. La orilla oriental del lago está libre de carreteras y “civilización” a excepción de un lujoso hotel con embarcadero que no perturba la paz reinante en el lugar. La orilla occidental, por el contrario, es la que canaliza el importante volumen de tráfico que discurre a lo largo de la carretera A82, vía que une las Lowlands con las Highlands y que supuso una estresante experiencia automovilística. El lago, que se extendía a nuestra izquierda, quedaba oculto por una a menudo espesa capa de vegetación. Pero aunque las vistas hubieran sido completamente diáfanas, la tensión que causaba la combinación de carreteras estrechas y tráfico denso y voluminoso no hubiera permitido el disfrute del panorama. Camiones y autobuses turísticos salían de las cerradas curvas a una velocidad intimidante y la angosta carretera aumentaba la impresión de que los vehículos se nos venían encima.
Nos detuvimos en Tarbert, una diminuta población diseminada a lo largo de un tramo de la carretera principal. Allí se abría una amplia explanada cubierta de mullido y fresco césped desde donde se podía disfrutar del azul de las aguas del Lomond. Un tranquilo muelle situado en un extremo de la apacible bahía servía de punto de atraque a los barcos que ofrecían a los turistas paseos por el lago. Teníamos tiempo suficiente hasta la siguiente salida, así que nos dedicamos a descansar y disfrutar del magnífico día.
Una vez en el barco, acompañados por una suave brisa, pudimos contemplar el panorama de este legado geológico del Cuaternario esculpido por los glaciares. Su aspecto y características varían según se asciende desde el sur hacia el norte, resultando más espectacular el paisaje en la parte septentrional. En la orilla este se eleva el pico más elevado de la región, el Ben Lomond, de 974 m. La situación geográfica del lago, además, le dio un protagonismo especial en la historia de Escocia al hallarse enclavado en la intersección de los tres antiguos reinos escoceses de Strathclyde, Dalriada y Pictland. La mayor de las 37 islas del lago, Inchmurrin, tomó su nombre del santo misionero Mirrin, que pasó algún tiempo en ese lugar y por sus orillas y alrededores deambuló Rob Roy, el popular héroe escocés del siglo XVIII.
Junto al lago, el mayor atractivo de la región lo constituyen los bosques salpicados de lagunas. La zona es conocida como The Trossachs, nombre que originalmente designaba solamente la garganta situada entre el Loch Katrine y el Loch Achray, pero que ahora se utiliza para toda la comarca y para el Parque Nacional que se constituyó aquí en 2002 con una extensión de 1.865 km2.
Aberfoyle es conocido como la puerta sur de los Trossachs. Esta población queda en el extremo oriental del Queen Elizabeth Forest Park (parte del Parque Nacional) y constituye un buen punto de partida para recorrer la zona a pie o en bicicleta. Lo único que estrictamente merecía el nombre de pueblo era la calle principal, a lo largo de la cual se alineaban restaurantes y comercios. Nuestro B&B para esa noche, la Creag-Ard House, resultó ser un lugar de una belleza especial. Situada en las afueras, era una antigua casa de aspecto imponente, situada sobre un pequeño promontorio y a cuyos pies se extendía un verde jardín con un auténtico lago. Las vistas eran maravillosas y el lugar gozaba de una tranquilidad absoluta. Su dueña, una joven mujer de aspecto más británico que escocés, era una persona servicial y amable que nos mostró nuestra impecable habitación... a excepción de un terrible detalle: no sólo el generoso ventanal carecía de cortinas (a pesar de que tras casi dos semanas en Escocia ya no esperábamos otra cosa, siempre nos invadía la misma desazón al entrar en las habitaciones y comprobar una y otra vez la corta noche de descanso que nos esperaba), sino que, por si fuera poco, teníamos una hermosa claraboya en el techo, por supuesto, sin tapaluz alguno. Con una sonrisa resignada y sabiendo que a las cinco de la mañana ya estaríamos empachados de luz solar, felicitamos a la buena señora por lo acogedor de su casa y la limpieza de la misma y nos dirigimos hacia Aberfoyle para echar un vistazo a lo poco que había que ver antes de elegir un sitio para una temprana cena.
El plan del día siguiente consistió en explorar los senderos y caminos que serpentean por los Trossachs. El temperamental clima escocés decidió mostrar esta vez su cara más amable en forma de día soleado y caluroso. Sin alejarnos de Aberfoyle emprendimos un par de caminatas de tres horas por las pistas forestales del Loch Ard Forest. Los caminos, razonablemente bien señalados, bordeaban lagos flanqueados por espesos bosques y prados a los que el sol arrancaba un brillo especial. Las vistas desde las colinas de Creag Bhreac y Uamh Mor permiten al viajero tomar conciencia de la extensión de la reserva natural y el privilegio que constituye en la urbanizada Europa actual disponer de semejante paraje. No había aquí la grandiosidad, espacios abiertos y sensación de aislamiento propios de las Highlands, sino una naturaleza más amable, menos áspera y con una desbordante vida animal y vegetal.
Fue por estas trochas, senderos y barrancas por donde anduvo escondiéndose el "Robin Hood" escocés, Rob Roy MacGregor, un personaje del que los nativos se sienten orgullosos y quien, más allá de leyendas y mitificaciones, en realidad caminó por la delgada y no siempre clara línea que separaba al bandido del héroe popular. Aunque sus andanzas, en gran medida exageradas, habían sido puestas por escrito con anterioridad, fue el famoso novelista sir Walter Scott quien conformó la imagen inmortal de MacGregor como un héroe de las Highlands. El relato de ficción de Scott contaba con una pátina de realidad puesto que el autor había recogido datos directamente de gente que había vivido los sucesos y que, aunque muy ancianos, todavía vivían. Además, alteró la geografía de los sucesos muy poco, de tal manera que los visitantes que se aventuraran en aquellas tierras pudieran identificar los diferentes lugares en los que tuvieron lugar los principales hechos de su vida.
El Rob Roy de Scott es un símbolo del guerrero highlander, en claro retroceso ante el empuje de la civilizada administración de las Lowlands. Aunque la novela alteraba ciertos aspectos de la vida de Rob Roy –su esposa, por ejemplo, probablemente no era esa especie de guerrera amazona que se nos cuenta-, sí que recoge la verdad esencial: Rob Roy había nacido justo al final de una era. El sistema de clanes fue finalmente desmantelado en la década que siguió a su muerte. El desafío de McGregor a los terratenientes y las fuerzas de la ley y el orden de las Lowlands puede interpretarse como una actitud contra un proceso que, en último término, era imparable. Fue el último héroe de una época que tocaba a su fin.
Había que aprovechar el día mientras las condiciones atmosféricas lo permitieran, así que nos saltamos la comida y nos dirigimos directamente al Loch Lomond. Por su orilla oriental discurre un tramo de la West Highland Way, una ruta senderista perfectamente señalizada que serpentea a través de los bosques y colinas que rodean la orilla oriental del lago. El Lomond es un destino muy popular tanto entre los escoceses como entre sus vecinos ingleses. Muchos excursionistas acuden aquí no sólo por las vistas, sino también por la infinidad de actividades que se pueden realizar: deportes acuáticos, observación de aves, ciclismo, cruceros de recreo y senderismo. Multitud de autobuses de turistas se asoman al famoso lago en su parte meridional, donde se han dispuesto diversas instalaciones que, por desgracia, humanizan en demasía el paisaje. Aunque la gente nunca llega a desaparecer del todo, los caminantes se espacian cada vez más a medida que se avanza hacia el norte por la West Highland Way.
En las pequeñas playas que se abren entre el lago y el bosque, se puede ver a matrimonios de jubilados tomando el sol, muchachos jugando con sus perros, niños haciendo frente a enfadados cisnes que ven invadidos sus dominios, parejas cortejándose, merendando o, simplemente, disfrutando del paisaje y olvidándose de las muchedumbres y la vida urbana de la ajetreada Glasgow. Dos horas de marcha después, cuando el camino comenzaba a distanciarse del lago, desaparecían los bosques y el paisaje se tornaba reseco y castigado por un sol contra el que no existía cobijo, decidimos dar la vuelta y regresar al coche para encaminarnos hacia nuestro albergue para esa noche, en Callender, una localidad turística que se anuncia como la puerta oriental a los Trossachs. Aquí llevan acudiendo turistas desde hace más de 150 años, y las tiendas preparadas para atender a los veraneantes ocupan la calle principal.
Era el final de nuestra exploración, forzosamente breve, por uno de los muchos escenarios de leyenda de Escocia, la historia de Rob Roy y sus fantásticas escaramuzas, fugas e intrigas por los bosques y lagos de esta región fronteriza con las míticas Highlands.
miércoles, 30 de marzo de 2011
Loch Lomond y los Trossachs: las huellas de Rob Roy
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