span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Parque Nacional Chobe: Santuario de elefantes (y 3)

viernes, 25 de marzo de 2011

Parque Nacional Chobe: Santuario de elefantes (y 3)


Después de comer, en las orillas del río Chobe abordamos la motora que habíamos contratado en la agencia. Las entradas a los parques nacionales de Botswana son muy caras incluso para el nivel de precios occidental. En 1989, el gobierno subió las tarifas para extranjeros en un 600% (los locales pagan muchísimo menos). Las autoridades animan así a los viajeros de alto presupuesto marginando a los mochileros al suponer para éstos un gasto enorme el privilegio de disfrutar de los mayores atractivos del país. El dinero obtenido no se dedica, como algunos podrían pensar, a la conservación de las reservas naturales (de hecho, el presupuesto de los parques es muy ajustado). La intención del gobierno es sacar lo máximo de los parques invirtiendo lo mínimo en infraestructuras y limitando los efectos negativos del turismo de masas. El ejemplo que ponen es el de Kenia, con sus autobuses llenos de turistas rodeando a un león en el Masai Mara. Pero, dado que los locales no tienen el tiempo, la inclinación ni los medios para visitar los parques de Botswana, éstos se convierten, de facto, en reservas privadas para disfrute de ricos extranjeros, compañías de tours de lujo, occidentales expatriados y trabajadores de ONG´s.

Se trataba de una motora con capacidad para una docena de personas, pero sólo la ocupamos tres y el piloto, Salomón, un joven nativo de espigada pero fuerte constitución y carácter tranquilo que hizo un papel silencioso pero eficiente. Aquella tarde nos resarcimos de la sequía faunística del paseo de la mañana. Por supuesto, los animales más fáciles de ver en cualquier lugar de África son las aves, y aquí eran multitud, desde veloces martines pescadores a señoriales águilas, pasando por estilizados cormoranes que volaban rasantes con sus alas casi tocando la superficie del agua y centenares de ágiles abejarucos escarlata que construían sus nidos en los arcillosos desniveles de las orillas. En el capítulo de pesos pesados, disfrutamos del panorama de cocodrilos, búfalos, hipopótamos, elefantes, jirafas, cebras…. Todo lo que Chobe nos había ocultado en las anteriores ocasiones, ahora lo mostraba generosamente. Era como participar en un documental de National Geographic (una analogía que es muy utilizada por todos los viajeros al continente negro).

En la orilla del río, un par de hipopótamos remoloneaban indecisos. Nos acercamos lo más silenciosamente que el motor permitía hasta situarnos a no más de dos metros de los imponentes animales. Fue un encuentro típico de turista blanco con un hipopótamo en 9 fases:

1- Nuestro guía nos señala que en la zona del río donde nos encontramos es fácil ver hipopótamos

2- Uno de los pasajeros, de repente, decide compartir con nosotros un breve dato fácilmente encontrable en cualquier guía de campo: los hipopótamos son los animales que más muertes causan en África todos los años, pero solamente cuando están en el agua o entrando en ella.

3- Nuestro guía exclama: “Oh, allí está”, señalando a un conjunto de ojos asomando fuera del agua a tan sólo veinte metros de distancia.

4- Yo, encantado de poder ver un hipopótamo en su hábitat natural.

5- Los ojos del hipopótamo desaparecen súbitamente bajo el agua

6- Todos nos preguntamos dónde demonios está el hipopótamo y recordamos el punto nº 2

7- Yo empezando a estar preocupado, acompañado en el sentimiento por mis compañeros

8- El guía imprimiendo máxima velocidad a la lancha para alejarnos de allí lo más rápido posible.

9- El hipo volviendo a asomar exactamente en el mismo lugar donde estaba anteriormente, esta vez con una satisfecha y maliciosa expresión en su cabezota.

Sólo el elefante supera en masa al hipopótamo y un ejemplar adulto alcanza, por término medio
los 1.500 kilos. Sus orejas, ojos y nariz nacen de su cabezota en la forma de protuberancias, de tal manera que sus sentidos continúan operativos cuando su cuerpo está sumergido (los hipopótamos no son anfibios y necesitan respirar aire fresco, pero pueden aguantar bajo el agua hasta seis minutos). No dudará en mostrar su enfado ante las embarcaciones que pasen cerca de él, abriendo la enorme bocaza y enseñando los amenazantes dientes que le crecen en la mandíbula inferior. Aunque su cuerpo está totalmente cubierto de grasa con un espesor de hasta cinco centímetros, el hipopótamo carece de pelo, su epidermis es muy delgada y no tiene glándulas sudoríparas. Por tanto, la única manera que tiene de enfriarse es permaneciendo sumergido o revolcándose en el barro para “vestirse” con una capa protectora de lodo. Una secreción glandular que hace que el animal parezca estar sudando sangre hace el papel de crema protectora del sol. Aunque de aspecto cómico y apariencia torpe y poco inteligente, estas criaturas tienen un carácter especialmente violento y los nativos saben muy bien que hay que tratarlos con respeto.

Sólo un poco más allá, Salomón nos señaló lo que parecía ser un pedazo de madera flotante en mitad del río y que no era otra cosa que un cocodrilo, totalmente inmóvil, tan sólo sus perversos y fríos ojillos delatando su condición de ser vivo. Así, nada más empezar, habíamos visto a los animales que más muertes causan en África cada año, muy por delante de las marcas alcanzadas por leones o leopardos.

Nuestro siguiente hallazgo fueron tres viejos elefantes que caminaban parsimoniosamente por el
margen de una de las islas del río. Parecía que estaban decidiendo si cruzar o no a la otra orilla, pero no tenían demasiada prisa. Salomón acercó la motora hasta casi tocar tierra con la proa. Nos acercamos hasta una distancia tan corta que hubiera bastado alargar la mano para tocar sus trompas. No daba la impresión de que se sintieran amenazados por nosotros. Quizá estaban acostumbrados a la presencia de embarcaciones; o tal vez, viniendo del río, no nos identificaban como algo peligroso. Bien es verdad que los elefantes no temen a ningún animal y que es el resto de los habitantes de la sabana los que ceden con temor el paso y el turno de beber en ríos y estanques a los grandes paquidermos.

De mayores dimensiones que los elefantes asiáticos, son animales que destilan un poderío
extraordinario y aunque a menudo se comportan de manera tranquila –puesto que saben que ningún animal les atacará- a decir de los expertos hay pocas visiones más aterradoras que un elefante cargando de frente, agitando furiosamente las orejas y barritando con ira. Unos días después nos contaron que durante un safari en el delta del Okavango, tan solo un par de semanas antes, un elefante embistió contra uno de los vehículos de safari, volcándolo y matando a una turista japonesa. Un recordatorio de que no estamos en un safari park, sino en plena naturaleza, y los extraños aquí somos nosotros. De todas formas, tragedias como aquélla no son habituales. Hay que tener en cuenta que en Botswana los elefantes pueden mostrar más agresividad que en otros lugares de África debido a que la política conservacionista que se lleva a cabo en el país permite su caza en aquellos momentos en los que el número de ejemplares amenaza, supuestamente, con rebasar los recursos de la reserva en la que viven. Esto tiene como consecuencia el que los elefantes –que, como todo el mundo sabe, además de con su instinto animal, cuentan con una enorme memoria- no consideren al hombre precisamente un amigo o un actor neutro en su vida.

Se siguieron sucediendo escenas inolvidables a lo largo de la tarde: un numeroso grupo de jirafas que bajaba
n cautelosamente a abrevar al río, sus largos cuellos asomando por entre los arbustos mientras oteaban los alrededores, temerosas de ser atacadas en el momento en que son más vulnerables (mientras beben, han de abrir sus patas delanteras para que el cuello llegue al agua y les resulta imposible incorporarse rápidamente, lo que las convierte en blancos perfectos para un depredador); un pequeño elefantito tumbado de costado junto al agua profundamente dormido y al que nos pudimos acercar tanto –sin que pareciese advertir nuestra presencia- que alargando la mano lo hubiéramos podido tocar. Esto fue un privilegio. Los elefantes viven mucho tiempo –unos 60 años o incluso más- pero sólo duermen unos minutos al día. Los naturalistas se las ven y se las desean para fotografiarlos o simplemente estudiarlos durante ese breve periodo.

La siguiente postal: una manada de elefantes que, levantando una gran polvareda, bajaban hasta
el río para cruzar la corriente y pasar la noche pastando en una de las islas tapizadas de jugosa hierba que jalonan el Chobe. Los elefantes no tienen ningún problema a la hora de nadar. Como sus antepasados y parientes, los dugongos y manatíes, los elefantes acostumbran a vadear todos los ríos de África y lo hacen divirtiéndose. Sus grandes cavidades sinoidales y un enorme volumen de grasa les permiten flotar sin problemas.

Aquí, en el norte de Botswana, los elefantes encuentran un santuario. Su prodigiosa presencia atestigua una dura realidad. Los elefantes no sólo acuden por el agua, sino también porque saben que están a salvo. Esto último lo corrobora la marcha generalizada de elefantes de toda África a las tierras protegidas de los parques. Sus conocimientos de las fronteras humanas quedan conmovedoramente demostrados cuando se congregan aquí, en el río Chobe. El río atraviesa la franja de Caprivi, en Namibia, un lugar donde se han cazado furtivamente muchos elefantes, pero donde las exuberantes orillas están repletas de hierba y árboles. Desde la orilla del Chobe que pertenece a Botswana, los elefantes nadan hasta Namibia, sumergidos en el río, con la trompa alzada como un periscopio para respirar. A menudo hacen la travesía a estas horas, durante el crepúsculo, para pacer y ramonear al amparo de la oscuridad, y regresan al alba al refugio de Botswana.

Mientras completábamos nuestro recorrido por el río, disfrutamos de las águilas pescadoras de intensa mirada y elegante perfil posadas sobre árboles secos que asomaban sus esqueléticos troncos por encima de una lámina de nenúfares en flor. Como broche de la tarde, Salomón nos llevó hasta un recodo del río para poder contemplar cómo el sol, convertido en una bola de fuego con reflejos dorados, se iba escondiendo tras el horizonte, silueteado por un grupo de elefantes que recorrían una isla ya sumida en penumbras.

El regreso, con el sol por debajo del horizonte y el cielo desvaneciéndose entre tonos lila y
anaranjados, lo hicimos a gran velocidad, viéndonos sometidos a un bombardeo intensivo de pequeños insectos que sobrevolaban la superficie del río al atardecer y que impactaban contra nuestros cuerpos (aunque sería más exacto decir que éramos nosotros los que chocábamos contra ellos). Teníamos que sacárnoslos continuamente de los ojos y oídos y escupir los que conseguían colarse en nuestras bocas. Al final no tuvimos otra opción que cubrirnos la cara con lo que teníamos más a mano, cerrar los ojos y resignarnos a perdernos parte de la explosión de rojos y anaranjados de aquel ocaso africano sobre el río Chobe.

Una vez llegamos a la orilla, nos encontramos con el uruguayo Walter quien, como reconocimiento a nuestra condición de latinos, nos ofreció un rodeo nocturno por las carreteras externas al parque cercanas a Kasane, taladrándonos con sus historias de explorador chiflado y volviendo a escupirnos encima sus irritantes comentarios racistas. Las carreteras estaban prácticamente desiertas. Los turistas ya se habían refugiado en sus campings o lujosos lodges y los locales no deambulaban a oscuras por los alrededores. Siendo noche cerrada, apenas se distinguían los arbustos que crecían a diez metros del asfalto. Tampoco ayudaba que circuláramos sin faros para no asustar a los animales que pudieran encontrarse por los alrededores. De repente, Walter aminoró la velocidad hasta detenerse a tan sólo cuatro metros de una enorme sombra que salió de no se sabe dónde a nuestra derecha y cruzó velozmente la carretera sin un solo ruido. Se trataba de un elefante, y verlo a esa distancia, en plena noche y desde un vehículo descubierto, resultó una experiencia ciertamente impresionante. No lejos de allí, una pata de elefante tirada cerca de la carretera desprendía la fetidez característica de la carroña.

- Un elefante murió aquí hace tres días. Eso es todo lo que queda después de que las hienas, los buitres y quién sabe si algún depredador mayor, hayan dado cuenta de él. Estas noches pasadas se podían ver aquí elefantes visitando a su pariente muerto. Los paquidermos tienen una actitud hacia la muerte muy humana, si entendéis lo que quiero decir. Se reúnen junto al cadáver noche tras noche, lo olfatean y se resisten a abandonarlo.

Contaban los naturalistas Derek y Beverly Joubert una anécdota de las muchas que vivieron con los elefantes en esta misma zona:

Viajando de vuelta al campamento desde las regiones más orientales del parque, nos encontramos el esqueleto de un elefante. Los colmillos todavía estaban allí, pero podían soltarse fácilmente. Discutimos qué hacer con ellos. Estaba claro que nadie los encontraría nunca allí y, si los cogíamos para venderlos, en último término no haríamos más que alimentar el negocio del tráfico de marfil, algo que nos disgustaba profundamente. Así que recogimos los colmillos para entregárselos a los guardabosques de Savuté cuando llegáramos allí. Estábamos cansados y cuando oscureció, nos salimos de la senda, estiramos los sacos de dormir en la trasera del jeep y nos echamos a dormir.

Sobre las dos de la madrugada nos despertó un golpe en el vehículo. Beverly miró a la luna y no vio más que oscuridad. "Debe estar nublado", pensó. Pero en realidad, lo que estaba mirando no era otra cosa que el costado de un elefante, tan cercano a ella que lo hubiera podido tocar. Levanté la cabeza y vi otro animal en mi lado. Di una palmada y los paquidermos se retiraron unos cuantos pies. Volvimos a dormir con tres elefantes a nuestro alrededor, lo que nunca nos ha molestado (de hecho, nos hacía sentir cómodos y seguros). Pero media hora más tarde volvieron a zarandear el coche. Salí fuera del saco, puse pie a tierra y los espanté, esta vez parece que con éxito. Otra vez a la cama. Media hora más tarde estábamos de nuevo sintiendo los empujones de los animales. El mal genio comenzaba a adueñarse de nosotros. “¿Qué os pasa viejos?” dijo Beverly. Entonces vimos cómo una trompa se introducía dentro del coche y olisqueaba los colmillos que habíamos recogido el día anterior. A los humanos nos cuesta aprender, pero cuando nuestro sueño se ve amenazado, lo pillamos todo enseguida. Arrojé los colmillos fuera del coche y volvimos a los sacos de dormir.

El resto de la noche todo estuvo tranquilo.
Cuando nos levantamos al amanecer, seguimos las huellas de los tres elefantes. No parecían estar
en ninguna parte, pero 100 metros más allá, uno de los colmillos aparecía tirado y roto cerca de un árbol. Observando las huellas y las marcas en marfil y corteza, llegamos a la conclusión de que uno de los elefantes había tratado de encajar el colmillo en el árbol, rompiéndolo al final. Los elefantes sienten una extraña fascinación por el marfil. Si hay algún trozo en las cercanías, siempre se lo acaban llevando. Los hemos visto oliendo el marfil de los colmillos de sus compañeros muertos. Intentan a menudo aplastarlos o romperlos contra los árboles, lo que parece una especie de antiguo ritual. O quizá no quieren que los restos de sus amigos y congéneres sean utilizados por los humanos como mercancía de lujo”.

Los elefantes son asombrosos. Existen filmaciones de un elefante cuya trompa quedó herida por la metralla recibida de unos cazadores furtivos. Apenas podía beber agua puesto que aquélla se escapaba por las heridas (los elefantes absorben el agua en la trompa y luego se introducen ésta en la boca soplando y expulsando el líquido). Otros miembros de la manada cuidaban de él, pasándole ramas para alimentarlo.

Chobe es uno de los últimos refugios de África para este magnífico animal. Miles de ellos deambulan por el parque y el viajero tiene muchas posibilidades de contemplarlos desde muy cerca, en su hábitat natural y sin el agobio de los gentíos que inundan otras reservas naturales del continente.

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