Después de llegar al corazón de Australia, ese espacio en blanco del centro del mapa, donde no figuran nombres que señalen accidentes geográficos ni mucho menos pueblos o ciudades, se encuentra uno con un resort de lujo. El becerro de oro del turismo seduce a todos y no perdona a nadie.
Como cualquier asentamiento construido con un fin concreto, Ayers Rock Resort (llamado también Yulara), levantado a un coste de 250 millones de dólares, posee una cierta esterilidad prefabricada, pero no es la monstruosidad que podría haber sido. El complejo está a unos sesenta discretos y respetables kilómetros de la Roca, suficiente para no interferir en el entorno de aquélla. Las primeras instalaciones turísticas en este lugar se levantaron de cualquier forma a escasa distancia de Uluru. Como el número de visitantes no cesaba de crecer, pronto resultó obvio que la ampliación del complejo afectaría a la formación natural y al equilibrio ecológico de sus alrededores. Así que se instaló el nuevo resort que, aunque más alejado, ofrece vistas sobre la Roca.
Consiste en una carretera circular a lo largo de la cual se han construido una serie de alojamientos de todas las categorías, desde campings a hoteles de lujo. Hasta hace unos cuantos años, el complejo era gestionado por el Gobierno del Territorio del Norte que, como suele ser la norma entre las administraciones públicas, se las arreglaba para perder dinero de forma inexplicable. Desde que fue traspasado a una compañía privada y tras realizar varios cambios, las cosas han mejorado bastante. Su "shopping center” es una especie de gran escaparate. De qué, no estoy muy seguro, pero parece una especie de pabellón diseñado para una expo que nunca llegó a desmantelarse. La arquitectura tiene cierto aire ochentero y el césped es tan verde que, a pesar de ser auténtico, parece falso. Lo mejor del lugar es que ninguna de las construcciones se alza a más de dos pisos de altura, por lo que el complejo no resulta visible desde los alrededores y no arruina el paisaje. Ahora bien, lo que pueda tener de agradable la sombra de su carpa y de atractivos los artículos de sus tiendas, lo tiene de caro.
Con todo, en mitad de un desierto feroz, aquello es un oasis desde el que poder abordar la exploración de una
de las maravillas de Australia. Y, desde luego, aquí se encargan de que no falten opciones: puedes conducir alrededor de Uluru y verlo por tu cuenta; pagar 100 dólares (australianos) y seguir las explicaciones de un guía/ranger durante un par de horas –comida no incluida-; pagar 140 dólares para hacer lo mismo pero con dos guías y tres horas –incluye un sándwich-; pagar una cantidad indecente de dinero por sobrevolar la Roca en helicóptero o avioneta –incluye, gratis, riesgo de accidente-; pagar una cantidad aún más absurda por conducir alrededor de la Roca en una auténtica Harley-Davidson; o, ya puestos y tirándolo todo por la ventana, puedes beber champagne mientras flotas grácilmente en globo sobre la Roca al amanecer. En resumen: pagar.
El nuevo Uluru-Kata Tjuta Cultural Centre, situado en la carretera de acceso un kilómetro antes de La Roca, fue abierto en 1995 para celebrar el décimo aniversario de la entreg
a de Uluru a sus dueños tradicionales. El centro, construido a base de madera y barro, totalmente integrado en el paisaje y respetando las formas y colores de la región, también alberga un café, una tienda de recuerdos y una galería. Oculto por biombos de cañizo dispuestos hábilmente, el edificio no se ve desde la carretera de circunvalación de Uluru hasta que uno se da de bruces con la puerta de entrada. El diseño impresionantemente innovador no oculta el hecho de que estamos contemplando un entorno muy suavizado de vida aborigen, esterilizado, limpio y con aire acondicionado.
El primer europeo que vio la Roca fue el explorador Ernest Giles, en 1872, pero fue otro aventurero, William Gosse, quien al año siguiente subió a la cima con su guía afgano y completó la primera ascensión demostrada de un europeo. Fue Gosse quien la llamó Ayers Rock, tomando el apellido del entonces gobernador de Australia del Sur, Henry Ayers. Con el asentamiento blanco en el centro de Australia vino el traslado forzoso de sus ocupantes de sus tierras tradicionales, simplemente para permitir que el ganado de los pastores blancos estropeara sin inconvenientes el frágil medio ambiente del desierto.
En 1904 llegaron los geólogos y geógrafos para medirlo y estudiarlo. Entre 1931 y 1946 sólo lo visitaron 24 perso
nas. Bien entrados los años cincuenta, Ayers Rock era inaccesible a todo el mundo excepto a los más devotos excursionistas. En 1958, el parque nacional fue separado de lo que entonces era la Petermann Aboriginal Reserve, pero más tarde, en 1985, se devolvió ampliado a los grupos Yankunytjatjara y Pitjantjatjara después de una batalla legal de diez años. Rebautizado como Uluru, el lugar no cambió mucho en un principio bajo la dirección aborigen y el turismo continuó sin cambios. Sin embargo, desde entonces, la influencia de los gestores aborígenes ha ido permeando los diferentes aspectos del parque. La comunidad aborigen recibe el 20% de cada entrada al parque, además de una cuota anual de 75.000 dólares por los derechos.
A finales de los años cincuenta no se alcanzaron siquiera los 3.000 visitantes. En 1967 ya eran 19.000 y en 1980 la cifra se había disparado hasta los 80.000 anuales. Actualmente, el parque da cobijo a 300.000 turistas cada año, y la cifra no para de crecer. Incluso tiene aeropuerto propio, y Yulara se convierte en la tercera población más grande del territorio en temporada alta.
El Centro Cultural es también un acercamiento a la vida de las tribus aborígenes que habitan este lugar desde hace milenios
. Extendernos sobre la llegada del hombre a Australia, un misterio aún sin resolver, y su desarrollo y adaptación a los diferentes ecosistemas de la isla-continente sobrepasa el propósito de este artículo, por lo que me centraré en la relación de los aborígenes con este lugar. Me limitaré a señalar, para que nos podamos hacer una idea del período de tiempo con el que estamos tratando, que los aborígenes podrían haber llegado hace unos 60.000 años. A esta escala, el período total de ocupación de Australia por los europeos representa un 0,3% del total. En otras palabras, durante el 99,7% del tiempo a partir de su llegada, los aborígenes tuvieron Australia para ellos solos. Están allí desde hace un tiempo que se nos hace difícil asimilar.
Uluru y el gigantesco desierto que lo rodea están relacionados con una mitología que busca unir a sus creyentes con el pasado además de proporcionarles una guía para la vida. Las trib
us aborígenes creen en un pasado mítico al que conocen como Tiempo del Sueño, una lejana era durante la que los Ancestros, grandes seres con forma de animales y personalidad y comportamiento humanos, vagaban por la tierra creando, en el curso de sus andanzas, luchas y aventuras, los accidentes geográficos, los animales y los elementos de la naturaleza. Liberaron a los humanos, que dormían en forma de embriones bajo la superficie, les enseñaron a sobrevivir y cómo debían relacionarse entre ellos y con sus ancestros... y luego se ocultaron, regresando a las profundidades de la tierra de donde habían surgido. Así, el aborigen vive entre los restos, las señales y los caminos de aquellos ancestros. Para él, todos los lugares, los elementos topográficos, los animales, guardan una conexión directa con la esencia de los antepasados, renovada una y otra vez a través de sus ritos, sus canciones y sus bailes.
Tradicionalmente, para los aborígenes Uluru fue concebido durante el período de la creación del mundo. Su imponente presencia lo convierte en un punto de referencia esencial a la hora de orientarse y así queda plasmado en la mitología aborigen, que lo considera intersección de varios "dreaming trails" (senderos místicos recorridos por los Ancestros). Desde un punto de vista antropológico, su importancia deriva, además, de su carácter de fuente de agua, comida y sombra.
El mundo aborigen es tan diferente al occidental que se nos antoja inabordable. El corredor de entrada del centro muestra una serie de paneles acompañados de bajorrelieves de inspiración nativa en los que se nos cuenta la concepción tradicional de los aborígenes sobre cómo se formó Uluru. No había nada instructivo en un sentido histórico o geológico.
Como cualquier asentamiento construido con un fin concreto, Ayers Rock Resort (llamado también Yulara), levantado a un coste de 250 millones de dólares, posee una cierta esterilidad prefabricada, pero no es la monstruosidad que podría haber sido. El complejo está a unos sesenta discretos y respetables kilómetros de la Roca, suficiente para no interferir en el entorno de aquélla. Las primeras instalaciones turísticas en este lugar se levantaron de cualquier forma a escasa distancia de Uluru. Como el número de visitantes no cesaba de crecer, pronto resultó obvio que la ampliación del complejo afectaría a la formación natural y al equilibrio ecológico de sus alrededores. Así que se instaló el nuevo resort que, aunque más alejado, ofrece vistas sobre la Roca.
Consiste en una carretera circular a lo largo de la cual se han construido una serie de alojamientos de todas las categorías, desde campings a hoteles de lujo. Hasta hace unos cuantos años, el complejo era gestionado por el Gobierno del Territorio del Norte que, como suele ser la norma entre las administraciones públicas, se las arreglaba para perder dinero de forma inexplicable. Desde que fue traspasado a una compañía privada y tras realizar varios cambios, las cosas han mejorado bastante. Su "shopping center” es una especie de gran escaparate. De qué, no estoy muy seguro, pero parece una especie de pabellón diseñado para una expo que nunca llegó a desmantelarse. La arquitectura tiene cierto aire ochentero y el césped es tan verde que, a pesar de ser auténtico, parece falso. Lo mejor del lugar es que ninguna de las construcciones se alza a más de dos pisos de altura, por lo que el complejo no resulta visible desde los alrededores y no arruina el paisaje. Ahora bien, lo que pueda tener de agradable la sombra de su carpa y de atractivos los artículos de sus tiendas, lo tiene de caro.
Con todo, en mitad de un desierto feroz, aquello es un oasis desde el que poder abordar la exploración de una

El nuevo Uluru-Kata Tjuta Cultural Centre, situado en la carretera de acceso un kilómetro antes de La Roca, fue abierto en 1995 para celebrar el décimo aniversario de la entreg

El primer europeo que vio la Roca fue el explorador Ernest Giles, en 1872, pero fue otro aventurero, William Gosse, quien al año siguiente subió a la cima con su guía afgano y completó la primera ascensión demostrada de un europeo. Fue Gosse quien la llamó Ayers Rock, tomando el apellido del entonces gobernador de Australia del Sur, Henry Ayers. Con el asentamiento blanco en el centro de Australia vino el traslado forzoso de sus ocupantes de sus tierras tradicionales, simplemente para permitir que el ganado de los pastores blancos estropeara sin inconvenientes el frágil medio ambiente del desierto.
En 1904 llegaron los geólogos y geógrafos para medirlo y estudiarlo. Entre 1931 y 1946 sólo lo visitaron 24 perso

A finales de los años cincuenta no se alcanzaron siquiera los 3.000 visitantes. En 1967 ya eran 19.000 y en 1980 la cifra se había disparado hasta los 80.000 anuales. Actualmente, el parque da cobijo a 300.000 turistas cada año, y la cifra no para de crecer. Incluso tiene aeropuerto propio, y Yulara se convierte en la tercera población más grande del territorio en temporada alta.
El Centro Cultural es también un acercamiento a la vida de las tribus aborígenes que habitan este lugar desde hace milenios

Uluru y el gigantesco desierto que lo rodea están relacionados con una mitología que busca unir a sus creyentes con el pasado además de proporcionarles una guía para la vida. Las trib

Tradicionalmente, para los aborígenes Uluru fue concebido durante el período de la creación del mundo. Su imponente presencia lo convierte en un punto de referencia esencial a la hora de orientarse y así queda plasmado en la mitología aborigen, que lo considera intersección de varios "dreaming trails" (senderos místicos recorridos por los Ancestros). Desde un punto de vista antropológico, su importancia deriva, además, de su carácter de fuente de agua, comida y sombra.
El mundo aborigen es tan diferente al occidental que se nos antoja inabordable. El corredor de entrada del centro muestra una serie de paneles acompañados de bajorrelieves de inspiración nativa en los que se nos cuenta la concepción tradicional de los aborígenes sobre cómo se formó Uluru. No había nada instructivo en un sentido histórico o geológico.
Después pasamos por una aburrida película que mostraba una inma (ceremonia) anangu, una exposición de obj

Una hora después, otra vez montados en nuestro camión, entramos en el camino de circunvalación de Uluru para contemplarla en todo su esplendor por primera vez

Pero entonces, llegas junto a él y te olvidas de todo lo que has visto. Es imposible no

Nuestro guía Terry nos guió en un corto paseo en la vertiente oriental de la Uluru, un milagroso oasis alimenta

Nos alejamos un poco de la cueva para tener una perspectiva más amplia de las paredes a nuestro alrededor,


Los manantiales que brotan de las laderas de Ayers Rock en épocas de lluvia han hecho posible la supervivencia de los aborígenes y de un centenar largo de especies animales –pájaros en su mayoría- en una zona marcadamente desértica a la que Uluru, como si de un poderoso corazón se tratara, irriga vitalidad. Él y sólo Él permite que esta zona no sea tan árida como podría parecer y que en la llanura que lo rodea coexistan árboles y plantas de una sorprendente variedad de acacias a eucaliptos, de algas a líquenes.
El sol comenzaba a descender cuando llegamos a Sunset Point, el lugar desde el que, teóricamente,


Por otro lado, la publicidad, como suele ocurrir, contribuye a la decepción del personal cuando la realidad no se ajusta a lo que muestran las fotos de los folletos. Muchas de ellas han sido tomadas en circunstancias muy especiales que hacen refulgir a Uluru con una paleta de colores extraordinaria. Y esto no suele suceder con la regularidad que a los turistas les gustaría.
Los colores que el atardecer extrae de Uluru dependen de las condiciones de la at

Dado que estos factores siempre varían, resulta imposible saber cuán espectacular va a ser la puesta de sol. Uluru, así, tiene muchas caras. Con lluvia, adquiere una pátina plateada al tiempo que multitud de cascadas se forman en sus lomos. Tras la lluvia, si el cielo permanece cubierto, la roca se vuelve gris metalizado. Estos colores, dicen, pueden ser tan bellos como el característico rojo. Aquel día en particular, la cosa no fue para tirar cohetes. Crucé los dedos y esperé que el amanecer nos ofreciera una compensación.
Por la noche
, en el camping de Yulara, tras la cena, sombras furtivas rondaban a nuestro alrededor, una presencia que sería habitual durante los días siguientes. Se trataba de dingos, que penetraban en el camping buscando apoderarse de cualquier resto de comida. Si se les deja en paz y no se los persigue, no constituyen un peligro. Su aspecto de atléticos perros, sin embargo, no debe llamar a engaño, porque son salvajes y conviene no tomarse confianzas: nada de tratar de acariciarlos o darles de comer.


Pero hay otros invitados, más notorios y ruidosos, cuya visita recibíamos todas las noches: insectos a miles, desorientados por la luz de nuestros faroles de gas o, como aquella noche, de los fluorescentes de la pérgola. No sólo mosquitos, sino bichos voladores de todo tamaño y textura, que a veces teníamos que sacudirnos de la ropa, de la cabeza o que atraían nuestra atención por el sordo sonido de su vuelo, como bombarderos en misión suicida.
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