span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Walt Disney World: Diseñadores de Sueños (1)

sábado, 5 de junio de 2010

Walt Disney World: Diseñadores de Sueños (1)


Los logros de Walt Disney en el campo del entretenimiento son muchos y variados. Su nombre, convertido en marca, es conocido en todo el mundo y sus personajes se han convertido en iconos de la cultura popular del siglo XX. Disney tuvo la agudeza de elegir la ocasión idónea para que cada proyecto alcanzara la máxima repercusión. Inventó los dibujos animados sonoros, la animación en color y dirigió el primer largometraje de dibujos animados en color, “Blancanieves y los Siete Enanitos”. Ganó numerosos Oscar y fue responsable directo de películas clásicas como “Pinocho”, “Fantasía” o “La Cenicienta”, por nombrar sólo unas pocas.

Ya fuera porque se aburría con facilidad o por su espíritu inquieto, su interés se desplazó luego a las películas de acción real (“Mary Poppins” fue la más popular) y el cine documental. Pero a partir de los años cincuenta, su esfuerzo se centró en una idea que había estado madurando en su cabeza durante veinte años, un concepto que marcaría la industria del entretenimiento de la segunda mitad del siglo XX.

La idea de un espacio donde niños y adultos pudieran divertirse juntos había nacido en la imaginación de Disney en las visitas que hizo con sus hijas pequeñas a las ferias y parques de atracciones convencionales. Ya en la década de los treinta empezó a gestar algunas de las atracciones que 25 años más tarde se harían realidad, pero las fuertes inversiones que realizó en sus Estudios de Burbank, California, no le dejaron profundizar demasiado en ese campo. El sueño quedó aparcado hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces cuando el doctor de Disney le recomendó que, para compensar el estresante esfuerzo que realizaba en los Estudios, buscase un hobby con el que relajarse un par de horas al día. Y así nació su pasión por los trenes en miniatura, afición compartida por Ward Kimball y Ollie Johnston, dos legendarios animadores de su estudio. Las maquetas y dioramas de Disney crecían cada vez más, construyendo para ellas todo tipo de detalles y recorridos. A la vista de aquellos paisajes artificiales en miniatura, donde todo sueño tenía cabida, recuperó la idea que había dejado aparcada años atrás.

En 1952, Disney fundó una organización llamada WED (las iniciales de su nombre, Walter Elias Disney) cuyo propósito era elaborar los fundamentos de lo que más tarde se convertiría en Disneyland. En sus inicios eran un puñado de diseñadores, la mayoría de ellos extraídos de los estudios Disney, hombres que comprendían cómo trabajaba su jefe y que tuvieron a su disposición todo tipo de medios para interpretar sus ideas. Planos y modelos fueron realizados sin tener todavía un espacio físico concreto, por lo que el futuro parque fue diseñado sin limitaciones, sin tener que ajustarse a las restricciones topográficas de un emplazamiento predeterminado.

A medida que los conceptos se iban asentando, se encargó al Stanford Research Institute la localización de un paraje en el área de Los Ángeles. El lugar seleccionado fue un campo de naranjos con una superficie de 65.000 m2 en Ahaheim, al sur de Los Ángeles, elección cuyos motivos eran múltiples: por un lado, su situación a tan sólo hora y media del centro de la ciudad lo hacía fácilmente accesible para los automóviles; el terreno era relativamente barato y Anaheim disfruta de un clima templado que permitiría al parque permanecer abierto todo el año; además, era liso, sin ningún tipo de irregularidad, lo que facilitaba las obras.

Un proyecto de tal envergadura se enfrentó a no pocos problemas. En primer lugar, la propiedad de los terrenos estaba repartida entre varios propietarios y la viabilidad de la operación dependía de que todos decidieran vender su parte a Disney. Y, a nivel interno, Walt tuvo que convencer a su hermano y socio Roy y al resto de los ejecutivos de la compañía, muchos de los cuales no creían en la rentabilidad económica de la iniciativa. Aunque a Disney le sobraban el entusiasmo y las dotes de vendedor, no lo tuvo fácil. Envió a un equipo a recorrer los parques y ferias de Estados Unidos para recoger puntos de vista y opiniones, todas las cuales, salvo alguna excepción, ignoró por completo. Su fantasía y sentido de la innovación, el extenso abanico de personajes, situaciones e imaginería que podía extraer de sus propias películas, el talento y la experiencia acumulados en el campo de la publicidad y la promoción y su propia energía y determinación empujaron y arrollaron a todos los objetores y opositores.

Excepto a uno: los bancos.

A mediados de los cincuenta, Disney era indiscutiblemente un empresario con éxito: logró crear de la nada una empresa creativa a fuerza de hacer trabajar a sus empleados hasta 24 horas seguidas (lo que le costó algunas huelgas), pero los resultados fueron rotundos: había producido 657 películas, mil millones de niños se habían convertido en sus espectadores incondicionales y 30 millones de ejemplares de sus cómics se habían traducido a 36 idiomas. Pero hacían falta más recursos de los que contaba Disney en esos momentos para poner en marcha su gran idea y los bancos eran parte fundamental del plan. Éstos no se sintieron impresionados por las grandes palabras, la trayectoria y la autoconfianza del empresario que, al final, hubo de dirigir sus esfuerzos hacia otros industriales en busca de financiación. Más de treinta compañías compraron participaciones en el proyecto, proporcionando un primer impulso monetario a Disneyland. El resto del dinero lo aportó la cadena televisiva ABC (que siempre había estado deseosa de poner a Disney en plantilla) y la Western Printing and Lithographing Company a cambio de las correspondientes participaciones. La propia Walt Disney Productions compró el resto de las acciones, así como el propio Disney a título particular. La nueva situación dio mayor confianza a los bancos, quienes acabaron prestando el resto del dinero.

Desde el principio Disney decidió que las diversas atracciones debían salir en forma radial de un punto central bien situado. Los visitantes -a los que siempre se refieren como "guests", "invitados"- serían atraídos a ese lugar gracias a un elemento de referencia inconfundible. Y éste no podía ser sino un castillo, el castillo de la Bella Durmiente. Las obras dieron comienzo el 21 de junio de 1954.

Los inicios de los trabajos no parecían augurar que de allí fuera a salir nada de provecho: naranjos talados, palas excavadoras, camiones y equipos de obreros y construcción mezclados en un ruidoso caos. Sin embargo, menos de un año después, el parque se inauguró con todo el bombo y platillo de que Disney fue capaz. Pero no fue su mejor estreno.

En primer lugar, Walt podía controlarlo todo menos el tiempo, y aquel día 17 de julio de 1955 fue uno de los más calurosos de Anaheim, así que los tacones de aguja de las señoras se hundían en las calles recién asfaltadas, se quedaron sin refrescos, no había suficientes fuentes, los aparatos se estropearon, un bribón falsificó unas 30.000 entradas, así que el lugar estaba totalmente abarrotado... en resumen, un desbarajuste. Al día siguiente comenzaron a arreglar los problemas y tras varias semanas, el parque estuvo a pleno rendimiento y listo para triunfar. Y vaya si lo hizo. La combinación de fantasía y tecnología, cobertura mediática y originalidad convirtió al parque en un fenómeno nacional. Aquel verano cruzaron sus puertas más de un millón de personas. Antes de cumplir un año esta cifra se elevó hasta los cuatro millones. En 1971, se dio la bienvenida al visitante número 100 millones. Había nacido el primer parque temático, una experiencia nueva dentro del campo del entretenimiento en el que el público entraba en un cuento del que podía participar de forma activa.

Disneyland pronto se convirtió en escala habitual para todo tipo de personalidades y dignatarios extranjeros. En el momento de su inauguración, sin embargo, las instalaciones eran bastante diferentes del complejo actual: no se había instalado el monorraíl ni se habían abierto espacios que hoy forman parte del parque; muchas de las atracciones actuales no existían. Lo que había era un entorno agradable y acogedor con atracciones novedosas con las que podían disfrutar personas de todas las edades. El parque podía ser aprovechado tanto por aquellos que desearan participar como por los que únicamente quisieran observar y pasear. Se instaló una amplia oferta de áreas para comer y beber, convirtiendo Disneyland en un lugar para familias, un destino para pasar el día.

Así pues, un éxito. Pero, ¿total? No del todo. El parque no sólo atrajo visitantes. Cuando se inauguró, los alrededores no eran otra cosa que un agradable campo de naranjales. Hoy ya no existen. La expansión urbanística hubiera ocupado el lugar antes o después, pero la instalación de semejante gancho turístico aceleró el proceso al olor del dinero. A medida que las multitudes entraban en Disnleyland, los especuladores extendieron sus alas sobre la zona. Hoy en día, el cuidadosamente construido mundo de fantasía está rodeado de una acumulación desorganizada de horribles moteles, complejos hoteleros de dudoso estilo y "contraatracciones" de escasa calidad esperando comer de las migajas del gigante

Una vez dentro del parque, todo lo feo desaparece, pero Disney observaba estos acontecimientos con desagrado, arrepintiéndose de no haber adquirido más terreno para poder rodear a todo su complejo de una extensa área verde. Además, dentro del parque existían problemas de orden práctico, como el transporte de los empleados o la recogida de basura, que también arruinaban la ilusión. Sintió además no haber pensado en los hoteles, una extraordinaria fuente de ingresos que no se había contemplado por no caer dentro de la experiencia de su equipo. Se prometió que no volvería a cometer los mismos fallos en su segundo intento. Disneyland se convirtió así en el primer borrador de un paisaje recreativo más grande y extenso: el Walt Disney World.

Disneyland había sido concebida para atraer principalmente a los habitantes del oeste de Estados Unidos. Su éxito persuadió a Disney para construir otro situado en la costa este. Desde 1959, Disney se dedicó a buscar el mejor emplazamiento. Éste resultó ser el Estado de Florida. Su clima –similar al de California del Sur y alejado de las rutas de los habituales huracanes veraniegos- permitiría tener abierto el parque todo el año y el Estado, por sí solo, atraía ya a 20 millones de turistas cada año. Más del 75% de esos visitantes viajaban en automóvil atravesando Florida central. Y, como la mayor parte de todas esas personas eran naturales del este de las Rocosas, ambos parques no competirían entre sí.

Pero, ¿por qué se eligió un lugar, Orlando, en el que no había absolutamente nada? Otros emplazamientos, como Miami ya tenían una concentración hotelera importante y una reputación turística más que consolidada. Pues bien, Disney quería aislar su mundo de todo aquello, que el disfrute y la inmersión fueran totales, sin que otras maravillas naturales o artificiales pudieran hacerle la competencia. En una apuesta arriesgada, alejó su nuevo proyecto del océano, de las montañas, de las grandes ciudades, de los museos y parques nacionales... Y ganó.

Disney no era hombre que gustara de repetirse a sí mismo, así que concibió un proyecto nuevo, mucho más ambicioso que el de Anaheim. El equivalente del Disneyland de California (Magic Kingdom) pasó a ser una pequeña parte de un enorme complejo vacacional, aislado del resto del mundo, con alojamientos y campings propios, así como todo tipo de actividades de ocio, desde la vela hasta el golf. El proyecto comprendía también un parque industrial destinado a mostrar los logros de la empresa americana y una pequeña comunidad, el Lago Buena Vista, que incluiría tanto residencias vacacionales como permanentes. Todavía más ambicioso era EPCOT –Experimental Prototype Community of Tomorrow- que pronto se convirtió en parte inseparable del plan. De EPCOT dijo Disney: “Tomará su existencia de las nuevas ideas y tecnologías provenientes de los centros creativos de la industria americana. No dejará de introducir, probar y mostrar nuevos materiales y sistemas. Será un lugar donde la gente podrá experimentar una vida que no encontrará en ningún sitio del mundo moderno”. Un objetivo ambicioso que se vería cumplido sólo parcialmente.

Los medios de transporte convencionales se eliminaron de toda la zona para evitar la polución y se hicieron toda clase de esfuerzos para preservar, tanto como fuera posible, la topografía del lugar, manteniendo un equilibrio ecológico. El éxito de Disneyland hizo que el futuro Walt Disney World fuera mucho más sencillo de financiar. Pero todavía se tenía que localizar un sitio adecuado y comprar los terrenos, que entonces estaban a unos 90 dólares la hectárea. Y esto debía hacerse con el sigilo más absoluto, puesto que de no ser así los propietarios y especuladores harían subir los precios hasta niveles prohibitivos.

Así, en 1964, los habitantes de la pequeña población de Orlando veían con extrañeza cómo grandes parcelas de pantanos inaprovechables de las cercanías estaban siendo compradas, pero nadie sabía por quien ni por qué. A través de representantes, intermediarios y empresas fantasma, Disney adquirió una extensa superficie de 112 km2 en la línea divisoria de los condados de Orange y Osceola, entre las ciudades de Orlando y Kissimmee, no muy lejos de las principales carreteras estatales. Para hacernos una idea, Walt Disney World es tan grande como la ciudad de San Francisco y dos veces mayor que la isla de Manhattan.

Una operacion de semejantes dimensiones difícilmente podía mantenerse en secreto durante mucho tiempo y, finalmente, en el otoño de 1965, un periódico de Orlando publicó en su portada la primicia: “Afirmamos que es Disney”. Inmediatamente, el precio de los pantanos de los alrededores se disparó a 500 dólares la hectárea. Todo el proyecto Florida, sus 11.066 hectáreas, había quedado al descubierto. En una rueda de prensa convocada a toda prisa junto al gobernador del Estado, Disney anunció oficialmente sus intenciones: no sólo iba a construir un Disneyland de la costa este, iba a construir todo un mundo Disney.

Pero el proyecto estuvo a punto de morir antes de que se moviera la primera palada de tierra. El 15 de diciembre de 1966, Walt Disney murió de cáncer.

(Continuará)

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