span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Parlamento de Londres - Símbolo del imperio

sábado, 11 de diciembre de 2010

Parlamento de Londres - Símbolo del imperio


A lo largo de los siglos, los arquitectos han buscado la inmortalidad, para ellos y para sus obras, introduciendo en los edificios y monumentos que construían innovaciones estructurales, nuevos materiales o formas llamativas. A menudo incomprendidos en su época, su talento y esfuerzo sólo fue apreciado con el transcurrir del tiempo. El grandioso Palacio de Westminster, sede del Parlamento británico, logró plenamente ese objetivo de continuidad adoptando una perspectiva totalmente diferente: regresar al pasado.

Un edificio como el Palacio de Westminster debe cumplir una doble función: por una parte, ha de servir como entorno en el que desempeñar eficazmente las tareas parlamentarias; por otra, debe simbolizar de forma apropiada la identidad colectiva de los administradores de la nación. Estamos muy familiarizados con esta última misión y prueba de ella es que no tenemos problema alguno en reconocer el edificio como una de las imágenes características de Londres y, por extensión, Inglaterra; pero sabemos menos acerca de su organización interna, compleja pero muy racional gracias a que fue diseñado con vistas a las actividades que se iban a desarrollar en su interior.

El emplazamiento de Westminster tiene una larga tradición como sede del gobierno inglés. En el año 1040, Eduardo el Confesor construyó aquí un palacio, en lo que entonces era una isla, Thorney Island, formada sobre tierra pantanosa por la acumulación de tierra extraída de zanjas excavadas en la orilla del río. Muy cerca estaba la abadía de San Pedro. Se establecia así entre los dos centros, el religioso y el político, un vínculo físico y espiritual que mantendría su vigencia hasta el siglo XVI. En 1066, Guillermo de Normandía conquista Inglaterra y establece en Westminster su residencia. El lugar no era sino un burgo campesino alejado de las murallas de Londres. Su decisión vino motivada por su deseo de avenirse con los nobles locales, garantizando la independencia de la ciudad. Aún habrían de pasar siglos hasta que la ciudad de Londres absorbiera el palacio y lo integrara en su estructura urbana.

La gran sala de Westminster Hall, de 1.500 m2, añadida por el rey Guillermo (y única estructura de aquel edificio que ha llegado hasta nuestros días) fue en su día la estancia más grande de Europa. Siglos después su techo se recubrió con vigas de madera de roble sin soportes intermedios, una hazaña de ingeniería que aún hoy sigue desconcertando a los arquitectos. Durante toda la Edad media, el complejo fue ampliado con capillas, criptas, colegios canónicos y salas diversas hasta que en 1513, el palacio fue pasto de las llamas. En lugar de reconstruirlo, Enrique VIII decidió edificar uno nuevo en Whitehall más acorde con los gustos de la época.

En 1547, aunque el lugar era en su mayor parte un montón de ruinas renegridas, los Comunes se
instalaron en la capilla de St.Stephen y los Lores en una sala situada en los antiguos aposentos de las reinas. Así, de residencia real, el lugar pasaba a convertirse en sede del Parlamento que actuaba como contrapeso al monarca. El incendio que arrasó el lugar en octubre de 1834 hizo imperativo la construcción de una nueva sede parlamentaria. El fuego llegó justo a tiempo. Las instalaciones del antiguo palacio ya no eran las adecuadas para albergar a una institución que se había convertido en el centro de un imperio comercial que dominaba los mares de todo el mundo. Se habían llevado a cabo remodelaciones y ampliaciones, pero el gusto por la tradición había impedido abandonar los antiguos edificios a favor de nuevas construcciones de corte neoclásico, el movimiento imperante a comienzos del siglo XIX.

Así pues, se organizó un concurso para elegir un proyecto cuyo principal requisito según el pliego de condiciones era ajustarse al estilo gótico o nuevo isabelino. ¿Por qué esta elección? Al fin y al cabo, por aquella época, las sedes gubernamentales y legislativas de otras naciones (desde el Capitolio de Washington a las Cortes de Madrid), seguían muy de cerca el Clasicismo. ¿Por qué en Londres se optó por un estilo medieval que había dejado de utilizarse hacía siglos?

En la decisión de los británicos pesó probablemente el lógico deseo de no desentonar con la cercana abadía de Westminster o con la joya superviviente del antiguo palacio, Westminster Hall. Pero también hubo algo más. Como hemos apuntado más arriba, el simbolismo de un edificio gubernamental es independiente de la racionalidad del diseño y su idoneidad como sede de la política nacional. Como en el caso del Clasicismo, la intención era evocar un pasado lejano como forma de demostrar la continuidad de la civilización a lo largo de las eras. El estilo gótico se desarrolló en las catedrales cristianas del norte de Europa, por lo que se veía como más “nativo” que la alternativa más obvia, el clasicismo, con raíces en la Grecia pagana e importada gracias a los invasores romanos. Así, la arquitectura pretendía alinearse con una idea concreta y profundamente enraizada de la identidad británica, recordando la época dorada de Los Tudor y la fundación de las libertades inglesas. Ese simbolismo sigue funcionando por muchos cambios sociales y culturales que hayan tenido lugar desde que el edificio se construyó.

En enero de 1836, se anunció la elección de Charles Barry como arquitecto al frente del proyecto. Aunque Barry, cuyos viajes por el Mediterráneo y Próximo Oriente le habían impulsado a crear un estilo que fundía el gótico, el griego y el neorrenacentista italiano, era un arquitecto muy apreciado en la época victoriana, no resultaba la elección más obvia porque, en último término, sus inclinaciones eran clasicistas. Sin embargo, su propuesta para el nuevo Parlamento era
racional y bien organizada: el edificio está diseñado alrededor de un eje central, con la Cámara de los Lores a un lado, la Cámara de los Comunes al otro y un recibidor abovedado imponente separando ambas secciones. Un corredor larguísimo corre paralelo a la línea del río Támesis, al que se abren los diferentes despachos. La misma planta ofrecía espacios para las diferentes categorías que allí debían trabajar, desde el monarca a los miembros de cada cámara pasando por los funcionarios o el público visitante. Todas las estancias tienen luz y ventilación naturales, ya que cuando fueron construidas no había otra alternativa viable; para conseguirlo, Barry introdujo en los planos diversos patios y pozos de luz.

Ahora bien, Barry se veía incapaz de cumplir satisfactoriamente la condición que exigía un edificio gótico y decidió contratar a alguien que conociera bien el estilo para revestir de aun alzado medieval a su planta de corte clásico. Y el elegido fue Augustus Welby Northmore Pugin, quien desde que era niño había ayudado a su padre en la ilustración de edificios medievales. A los quince años ya había diseñado mobiliario para el castillo de Windsor y su conversión al catolicismo aumentó aún más si cabe si fascinación por la arquitectura que mejor ha reflejado la espiritualidad occidental, el gótico. No cabe duda de que los dibujos y diseños de Pugin –que abarcaban desde detalles arquitectónicos hasta los percheros o el papel de pared-, influyeron de forma decisiva en la decisión última del jurado.

La fusión de ambos estilos, el racionalismo clásico de Barry y el apasionado gótico de Pugin, fue
menos sencillo de lo que pudiera parecer. Se trataba de utilizar un estilo antiguo y ya en desuso para construir un edificio que debía cumplir una función nueva: legislar y elegir a los representantes del pueblo. Hubo que transformar la poderosa verticalidad propia del gótico en una horizontalidad obligada por el empleo que de la estructura se iba a hacer. Y lo curioso es que se hizo siguiendo el canon gótico con una rigurosidad académica que jamás contemplaron los constructores de catedrales. Los edificios neogóticos acabaron pareciendo más góticos que el propio gótico, introduciendo arbitrariamente elementos que no existían en el estilo medieval. Fue esa falta de libertad respecto a un supuesto canon lo que impidió que el historicismo – o “eclecticismo”, como se ha dado en llamar este estilo “pastiche”- fuera una fuente a partir de la cual pudieran nacer nuevas corrientes arquitectónicas o creaciones independientes que estiraran y reinterpretaran sus características básicas.

Además de ajustar un estilo viejo a unas dimensiones nuevas, hubo que reinterpretar la decoración en función de éstas. Si se quería utilizar la ornamentación propia de un palacio del siglo XIV a un edificio con una fachada de más de doscientos metros de largo y cuatro pisos de altura, lo único que se podía hacer era ampliar las proporciones de los elementos decorativos, simplificarlos y repetirlos una y otra vez, perdiendo así delicadeza en favor del recargamiento.

En 1837 dieron comienzo las obras. La construcción del palacio presentó sus propios desafíos, dictados por las dimensiones del edificio (que con más de tres hectáreas era considerablemente mayor que su predecesor) y el emplazamiento en el que debía alzarse. Los primeros dieciséis meses se dedicaron a la construcción de un enorme dique de granito que aislara el terreno de las obras del río. El hormigón utilizado como cimientos del muro requirió nuevas técnicas constructivas por ser la primera vez que se utilizaba a una escala semejante. Los dos incendios que los palacios precedentes habían sufrido a lo largo de la historia hicieron que los materiales utilizados fueran ladrillo, piedra y hierro, utilizando la madera únicamente para los detalles.

La Cámara de los Comunes se terminó en 1847; el Campanario, popularmente conocido como el Big Ben, hacia 1858 y la Torre Victoria hacia el año 1860. Esas dos torres, construidas de ladrillo revestido en piedra sobre las losas de hormigón de los cimientos, son buenos ejemplos de ingeniería estructural en la que se funden el aspecto meramente estético y simbólico con el funcional. La parte inferior de la torre Victoria servía como entrada del monarca mientras que los nueve pisos superiores, construidos a prueba de incendios, albergan los archivos parlamentarios.

Por su parte, la silueta inconfundible de la Clock Tower alberga en su interior la gran campana apodada “Big Ben” (por sir Benjamín Hall, comisario de la obra), que desde su instalación en 1858 no ha dejado de marcar la hora con británica puntualidad.

En una época en la que la mecanización en la arquitectura no era algo ni mucho menos común o
extendido, todo hubo de hacerse a mano y ello implicaba un gran número de obreros (alrededor de dos mil) y una avanzada logística que permitiera coordinar las canteras, el transporte de los materiales, el corte y moldeado en los talleres a pie de obra, el ensamblaje y la construcción propiamente dicha.

Las obras finalizaron en 1860 (aunque la terminación definitiva no llegaría hasta 1888) y en los cincuenta y un años que duraron hubo de todo, desde huelgas y accidentes hasta problemas presupuestarios. El destino de los dos arquitectos que soñaron el proyecto dice mucho de lo duro que resultó la construcción: Charles Barry murió de agotamiento en el mismo año 1860. Augustus Pugin había fallecido antes, en 1840, enfermo de sífilis y enloquecido, tras concluir el diseño de la Torre del Reloj.

Pero mereció la pena. El resultado de sus esfuerzos y los de miles de personas anónimas, fue un edificio que desde su construcción sirvió como símbolo de la nación y ejemplo para otros países. El palacio es un enorme complejo de excelente calidad constructiva, en cuyo interior, profusamente decorado siguiendo las visiones medievalistas de Pugin, se pueden encontrar casi 1.100 salas, bibliotecas y despachos separadas por once patios, cien escaleras y tres kilómetros de pasillos y corredores. Diez mil personas tienen acceso a las instalaciones de este auténtico hormiguero; nobles y comunes, funcionarios y policías, periodistas y visitantes, deambulan por este pequeño mundo en el que el respeto a la tradición y el escrupuloso cumplimiento de las normas no ha impedido que se introduzcan cambios acordes con los tiempos: los primeros parlamentarios con toda seguridad nunca pudieron pensar que sus sucesores dispondrían de algo llamado agencia de viajes o galería de tiro).

La ecléctica e insólita fusión de estilos que Barry y Pugin llevaron a cabo siguiendo las
instrucciones de sus patrones, dio como resultado uno de los edificios más famosos del mundo, estableciendo un modelo tanto para sedes parlamentarias en otros países (Budapest, Ottawa) como para otras construcciones de carácter público. Su larga y ornamentada fachada junto al río, su inconfundible silueta marcada por las tres torres e incluso el sonido de su reloj, consiguieron su doble objetivo: servir de moderna sede para los representantes de una de las democracias más antiguas del mundo y simbolizar la tradición y el espíritu de un pueblo orgulloso.

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