En 1864, el profesor alemán Lidenbrock descubrió un antiguo documento escrito por un sabio medieval en el que se indicaba el camino al centro de la Tierra. Aquel hallazgo fue el comienzo de un fantástico viaje emprendido a las profundidades de nuestro planeta por el propio profesor, su sobrino y un guía de montaña. Esta fantasía imaginada por Julio Verne e inmortalizada en su libro "Viaje al centro de la Tierra", se iniciaba en la boca de un volcán islandés, el Snaefellsjökul, situado en la punta de una península que se diría nos espera en el fin del mundo.
Aunque Julio Verne nunca estuvo en Islandia, describió perfectamente el cambiante paisaje de la agreste isla, un tesoro geológico de volcanes, géiseres, campos de lava, cataratas y glaciares. En el recortado relieve del oeste de Islandia se alza el misterioso volcán Snaefellsjökull, de 1.446 m de altura y un cráter de 200 metros de profundidad por el que se deslizaron los tres aventureros de Verne sin temor a resultar carbonizados, puesto que este cono de lava lleva dormido 1.800 años. Coronado por un centelleante casquete helado de 7 km2, sus laderas y la llanura circundante están cubiertas de antiguas coladas de lava, petrificadas en extrañas y ásperas formas en su camino hacia el mar
Este impresionante fenómeno geológico, cuya silueta resulta a partes iguales bella y aterradora, ha sido una continua fuente de inspiración para artistas, poetas, soñadores y entusiastas de la New Age, que acuden hasta aquí todos los veranos a la espera de experimentar algún evento cósmico, para guasa de los endurecidos pescadores locales. Los antiguos vikingos que emigraron aquí desde Noruega, poblaron esta insólita tierra con criaturas extraídas de sus mitos y leyendas: enanos que moraban en las grietas de las rocas, elfos que se escondían entre el espeso musgo, ogros que dejaban sus huellas sobre el hielo... Varias de las sagas islandesas, en las que mito e historia cruzan sus hilos narrando gestas familiares y sangrientos enfrentamientos, tienen como fondo el volcán Snaefellsjökull.
Los más avezados pueden acometer la ascensión del cono. Para aquellos menos intrépidos, la península de Snaefellsness ofrece una riqueza paisajística que difícilmente defraudará al amante de la naturaleza: playas de arenas negras rodeadas por afilados farallones basálticos y sembradas de restos de antiguos naufragios, una costa festoneada de formaciones de lava y espectaculares cavernas sobre las que se estrellan las poderosas olas del Atlántico creando surtidores de espuma, miles de aves marinas, vertiginosos precipicios y cráteres, pequeños puertos pesqueros de casas de madera, un cielo caprichoso e imprevisible y un mar de aguas metálicas sobre las que gaviotas y águilas marinas planean en busca de alimento .
Los islandeses son un pueblo joven que, aun viviendo en una sociedad moderna y tecnificada, no sólo no han olvidado su pasado sino que están muy orgullosos de él. En las reuniones familiares y de amigos todavía se cantan baladas de amor y destierro que sus antepasados vikingos entonaban junto a las hogueras de sus cabañas; el idioma islandés ha permanecido casi inalterado desde la Edad Media y los habitantes de esta apartada isla conocen bien las leyendas, personajes y criaturas de sus mitos precristianos. El volcán Snaefellsjökul ha sido testigo y protagonista de todos ellos y aún seguirá allí cuando el hombre desaparezca e Islandia retorne a sus habitantes originales: trolls, gigantes, elfos y dioses.
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