span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Skytrain: un día en el Asia del futuro

martes, 4 de enero de 2011

Skytrain: un día en el Asia del futuro


Caminar por Bangkok es como abrirse paso a través de una sopa húmeda y pegajosa. Ya de por sí, el clima no invita a dar largos paseos, pero a ello se suman otros factores comunes a tantas ciudades modernas de vertiginoso crecimiento en el continente asiático: supremacía absoluta y apabulllante del coche sobre el peatón, lo que lleva a un ruido constante (aunque los tailandeses, y eso hay que agradecérselo, no son tan amigos de los continuos bocinazos como en muchos países del Oriente Próximo); una polución alarmante que se adhiere a la humedad; aceras minúsculas de superficie irregular, baldosines saltarines y anchura roída por los infinitos puestecillos de vendedores; y una profusión de horribles edificios de hormigón, vías rápidas y pasos elevados, que no han conseguido acabar todavía con amplias superficies de antiguas viviendas de poca altura que casi se dirían chabolas a causa del mal estado de conservación. Los pocos edificios históricos y templos de interés se han convertido en islas rodeadas de furioso ajetreo.

Por supuesto, si el peatón no encuentra placer paseando, el papel del conductor no es tampoco envidiable. Como hemos dicho, el tráfico es tan denso que en hora punta puede llevar dos horas recorrer una distancia de cinco kilómetros.

El ayuntamiento de Bangkok, ciudad perpetuamente congestionada, lleva años intentando remediar la situación. Por una parte, está construyendo una red de metro cada vez más extensa; por otro, el 5 de diciembre de 1999, aniversario del rey Bhumibol, se inauguraba uno de los sistemas de transporte de masas más moderno y chic del mundo: el Skytrain, la última joya de la corona tailandesa.

En poco más de una hora podemos recorrer de punta a punta las tres líneas de este elegante tren
aéreo. Accesible mediante escaleras mecánicas, las estaciones sobreelevadas son espaciosas, ventiladas, limpias y seguras. Los andenes cuentan con marcas que indican el lugar en el que se abrirán las puertas del tren que se aproxima, concentrando a la gente en esos lugares en vez de desperdigarse por toda la superficie. Una vez dentro de los amplios vagones, su gélido aire acondicionado nos proporciona una bienvenida escapatoria al húmedo calor. Pantallas de plasma muestran anuncios de estética japonesa, chillones y a la última moda, mientras de fondo suena un continuo zumbar de teléfonos móviles.

Tras unos inicios titubeantes, el Skytrain se ha consolidado como uno de los éxitos de Tailandia, transportando cientos de miles de personas diariamente, desde las seis de la mañana hasta la medianoche. En tan solo diez minutos puedes ir desde Siam Square hasta Sathon, una fantasía de ciencia ficción antes de que el Skytrain comenzara a funcionar. No sólo es un gran logro de la ingenieria civil moderna, sino que a los visitantes nos ofrece una oportunidad única: la de contemplar la ciudad y sus habitantes desde una perspectiva singular. A vista de pájaro observamos el Bangkok más actual: hipermodernos rascacielos, una sinfonía de acero cromado, vidrio y cemento; y, de repente, entre ellos, brillan las espiras y los llamativos tejados rojo y oro de un antiguo templo budista; o los jardines privados de las villas en las que reside la élite de la ciudad que se intercalan con barriadas de chabolas, colosales anuncios publicitarios sobre vallas, monumentos y un tráfico que parece congelado bajo el suave deslizar del tren.

El Skytrain nos ofrece así, un medio cómodo y barato de ver una de las partes más vibrantes de la ciudad que a menudo no merece la atención de los folletos y guías turísticos, más centrados en los viejos templos y los mercados flotantes. Pero un día en este tren nos brinda, además, la oportunidad de echar un cómodo vistazo a otro de los elementos inseparables y fundamentales del Bangkok moderno: los centros comerciales.

Porque el Skytrain, que no resulta en absoluto barato como medio de transporte diario para las clases más modestas de la capital, ya fue concebido en origen como parte de una red comercial de lujo que hace titubear incluso a los anticonsumistas más radicales. Las estaciones de tren están unidas mediante un sistema de pasarelas elevadas, auténticas calles de cemento que conforman una segunda ciudad por encima del nivel del suelo, y a las que están directamente unidos media docena de los principales centros comerciales de la ciudad. De hecho, podemos saltar de uno a otro sin necesidad de pisar el suelo, mojarnos si llueve o cruzar las ajetreadas calles, repletas de peatones y tráfico.

Los centros comerciales en Bangkok no son cualquier cosa. Se han convertido en el marco de toda
una cultura, el espacio en el que tienen lugar las relaciones humanas en una ciudad hostil al peatón y con un clima poco amable. Se han convertido en el equivalente a los parques de otras urbes. Incluso aunque su tarjeta de crédito no disponga de límite suficiente para hacerse con los artículos que relucen en los escaparates, cualquier habitante de Bangkok es un visitante habitual de estos “shopping malls”, templos al consumismo cuyas puertas permanecen abiertas a creyentes e infieles por igual.

Pero claro, también hay castas. Los centros comerciales conforman una especie de sociedad feudal. Los más gregarios prefieren el Emporium, los adolescentes recorren los apretados pasillos del Mah Boon Krong (MBK) y a todo el mundo le encanta el Siam Paragon que, presumiendo de elegante arquitectura futurista, pasa por ser el mayor centro comercial del Sudeste Asiático. La mayoría de los shopping malls cuenta con unos grandes almacenes (Tokyu, Zen, Sogo…) alrededor de los cuales nacen todo tipo de tiendas e, invariablemente, un gran y surtido “food court”: uno o varios pisos dedicados exclusivamente a establecimientos de restauración de toda especialidad y nivel de precios. El tipo de tiendas que se puede encontrar aquí no sorprenderá a nadie: de Zara a Adidas, de Calvin Klein a Swatch, las grandes marcas internacionales son las que dominan.

Pero siempre hay lugar para el toque local, para la sorpresa, como esa planta en Siam Paragon dedicada exclusivamente a servir de espacio de relación y expansión a adolescentes: grupos ensayando pasos de baile, muchachas intercambiando baratijas, fanáticos del skating y un gran “shopping mall” alternativo compuesto de chicos y chicas de menos de veinte años que, sentados dignamente en el suelo, exponen sobre mantas pequeñas cosas que ellos mismos elaboran en el lugar. Por poco dinero se pueden adquirir una amplia variedad de artículos, desde estuches pintados a mano hasta bisutería casera, desde colgantes para bolsos y móviles hasta pinturas y caricaturas realizadas con talento delante del comprador. El capitalismo de los grandes nombres deja aquí un espacio –interesado, claro, pero espacio al fin y al cabo- para la libre iniciativa juvenil.

Además de su aspecto práctico y elitista, el Skytrain proporciona al visitante la necesaria
introducción al moderno Bangkok. A poca distancia de la paz y la serenidad de los templos budistas de la ciudad antigua, de su arquitectura religiosa y ambiente más humilde y tradicional, discurre por las alturas un tren futurista que en su recorrido nos abre la puerta a un mundo que mezcla realidades con sueños, visiones de futuro con restos del pasado, lo tradicional con el producto de la globalización económica y cultural.

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