span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Gran Barrera de Coral: el Edén submarino (1ª parte)

jueves, 4 de junio de 2009

Gran Barrera de Coral: el Edén submarino (1ª parte)


La ciudad de Cairns, en la costa oeste de Queensland, nació de la nada, en mitad de un manglar no demasiado atractivo, como punto de abastecimiento de los centros de explotación, primero de oro en el norte en 1876 y luego de la madera y el estaño de la meseta de Atherton, al oeste. Su puerto continúa siendo hoy el centro del comercio de pescado y gambas del norte de Australia. El turismo no era algo que pasara por la mente de sus provincianos habitantes hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la pesca del pez espada se convirtió en una actividad popular.

Pero lo cierto es que hasta la década de 1980, Cairns continuó siendo un aburrido reducto en mitad de un pantano tropical. Cuando el turismo de naturaleza comenzó a cobrar fuerza, los turistas empezaron a acudir en masa atraídos por su situación privilegiada respecto al arrecife de coral. La ciudad se transformó y le creció un aeropuerto internacional, restaurantes especializados en comidas de todo el mundo, enormes centros comerciales y hasta un gran casino. La estructura urbana de la población se ha venido manteniendo, con sus casas de poca altura, edificios con porches de madera y trazado en rejilla, aunque sus dimensiones y los intereses urbanísticos amenazan con llevarse por delante el bello y tranquilo entorno tropical que la rodea.


Sea como fuere, muchos visitantes atraídos por la propaganda sufren una decepción. Cairns carece del encanto de otras poblaciones costeras de Queensland y ya no es ni mucho menos el somnoliento y exótico pueblo tropical de otros tiempos. La animación es continua y las calles del centro están tomadas por las tiendas para turistas y las agencias de tours y deportes de aventura. Quien viene a Cairns lo hace para realizar actividades, no para visitar lugares de interés: hay pocos monumentos, naturales o de otro tipo. Esto se debe a que la ciudad estaba en una zona muy alejada que no tuvo enlace de ferrocarril hasta 1924; la gente vino originalmente aquí a explotar los recursos, no para asentarse.

Y desde luego, la inmensa mayoría de los visitantes acuden a Cairns por una única y enorme razón: la Gran Barrera de Coral. Tiene más de dos mil kilómetros de longitud, desde cabo York hasta Bundaberg, una anchura que puede alcanzar los trescientos kilómetros y concentra miles de especies de animales de todo tipo. Se trata de una auténtica explosión de vida.

Justamente en la región de Cains es donde esa maravillosa obra de ingeniería natural está más cerca de la costa, a unos 60 km mar adentro. No resulta extraño, por tanto, que Cairns sea, con Townsville, la mejor puerta de acceso a la Gran Barrera. Hay tantos modos de visitarla que la decisión puede ser difícil. En líneas generales, el arrecife se puede clasificar en tres regiones –interior, exterior e islas-, cada una con características diferentes. El arrecife interior, una sección protegida entre los muros exteriores y Cairns, es plano y poco profundo, por lo que es un buen lugar para los principiantes. El arrecife exterior está al borde del mar abierto, por lo que su atractivo reside en la forma de las paredes, los cañones, las aguas profundas y los peces más grandes. Los arrecifes de la isla son, en general, una mezcla entre el arrecife interior y el exterior, pero tienen un acceso muy fácil, ideal si no se está seguro de la aptitud propia como submarinista.

Todas las regiones se visitan en cruceros de un día, con barcos que van desde viejas barcazas a yates de competición. Una manera de elegir el barco apropiado es simplemente ver los precios: los botes pequeños y sin mucho espacio para los viajeros son los más baratos, mientras que los espaciosos y rápidos catamaranes son los más caros. Desde la ciudad, se organizan viajes de un día, de dos y de cuatro. Nuestra elección fue un elegante catamarán bautizado como Passion of the Reef, con capacidad para algo más de 50 personas. Parecía un avión diseñado por Howard Hughes tras haber pasado demasiado tiempo encerrado en hoteles, sufriendo desinfecciones y leyendo cómics de superhéroes.

Soltamos amarras y partimos hacia nuestro objetivo. Según con quien hables, te dirá que la Gran Barrera de Arrecifes tiene una superficie de 280.000, 340.000 km2 o una cifra intermedia; mide 1.930 km de arriba abajo, o bien 2.570. Consiste en unos 3.000 arrecifes separados y más de 600 islas. Dada su naturaleza, no es fácil encontrar consenso en cuanto al punto en el que comienza y termina pero da igual. Es grande, muy grande. Mayor que países como Ecuador, Italia, Japón o el Reino Unido por citar sólo unos pocos.

Los primeros que se aventuraron por aquí fueron los aborígenes, remando en sus canoas en expediciones de pesca. Como no sabían leer ni escribir, el mérito del descubrimiento acabó atribuyéndose a alguien que sí sabía. En 1768, el navegante inglés James Cook había partido de su país rumbo al Pacífico Sur a bordo del navío Endeavour, llevando a bordo un grupo de astrónomos cuya misión era observar el movimiento de Venus alrededor del Sol. Desde Tahití, Cook se trasladó a Nueva Zelanda y desde allí navegó hasta la costa suroccidental de Australia. En abril de 1770 desembarcó en la que bautizaron como Botany Bay (Bahía Botánica) por su fascinante flora.

Continuó con rumbo norte manteniendo siempre la costa a la vista para ir cartografiando el litoral de aquellas tierras desconocidas. Sin saberlo, se introdujo en las aguas someras que separan la barrera de coral del litoral e, inevitablemente, acabó encallando. No tuvo más opción que varar el navío y proceder a repararlo, labor en la que emplearon dos meses. No fue tiempo perdido porque lo empleó en estudiar las maravillas de la Gran Barrera de Coral.Fue el primer hombre en catalogar y examinar con ánimo científico la extraordinaria formación y los animales que en ella viven.

El nombre Gran Barrera de Coral puede llamar a engaño, porque no se trata de una hilera continua. Está compuesto, como dije, de islas, arrecifes y macizos coralinos en diferentes etapas de desarrollo que van desde frágiles líneas que apenas destacan del fondo hasta formaciones que alcanzan anchuras superiores a los 300 kilómetros. Entre unas y otras se abren lagunas, canales y estrechos, formando un increíble cuadro multicolor que sólo es posible apreciar desde el aire. Pero, ¿qué es el coral?

Los corales fueron originalmente clasificados como plantas, porque sus exquisitos colores y formas permiten comparar al arrecife con un jardín, en el que los corales serían las flores. Y, en realidad, dado que los tentáculos del coral ondulan en las cálidas y cristalinas aguas o se abren para capturar a sus presas, no es difícil imaginar todo el arrecife como una vasta plantación. Pero ésa es la única analogía: los pólipos del coral, cuyo exoesqueleto compone la sustancia sólida del arrecife, son animales invertebrados, parientes de las anémonas de mar aunque, a diferencia de éstas, su cuerpo blando y multicéfalo posee una envoltura dura, que ellos mismos crean a la manera del caracol cuando forma su caparazón. Así, cada crestón de coral está conformado por una base de esqueletos de pólipos muertos miles, millones de años atrás, y una cubierta de pólipos vivos, que asoman por entre los hoyuelos de sus carapachos para obtener alimento.

Un alga unicelular vive adherida al cuerpo de los corales; de ella dependen para la construcción del arrecife, en una relación de beneficio mutuo. El coral protege a las algas, que obtienen nutrientes de algunos de los fluidos del cuerpo de aquél y, dado que son plantas, pueden servirse de la luz solar para producir alimento, parte del cual absorbe el coral. Pero, sobre todo, le permiten convertir las sales de calcio del agua del mar en carbonato de calcio para su esqueleto. Sin las algas, los pólipos de los corales no pasarían de ser anémonas agrupadas en colonias, y los arrecifes no existirían.

Se requieren unas condiciones ambientales muy específicas para que los corales se desarrollen. En primer lugar, el agua debe ser poco profunda y clara. Poco profunda para que la luz solar pueda alcanzar fácilmente el coral y sus algas. Por debajo de los 100 m de profundidad no hay arrecifes. Clara, puesto que cualquier sedimento impediría al coral atrapar con sus tentáculos el alimento que necesita. En segundo lugar, la temperatura no puede ser menor de 21ºC todo el año. Y, finalmente, el coral precisa de materia sólida para anclar su esqueleto, es decir, un fondo marítimo rocoso. Los corales pueblan todo lugar que cumpla con estas condiciones, y por eso muchas de las islas cercanas a la costa australiana poseen sus propios bordes de coral.

La Gran Barrera de Coral alberga, al menos, a 350 especies de coral diferentes, con una gran variedad de forma, tamaño y color. Algunas son microscópicas; otras (como el coral cerebral, cuya forma y surcos semejan un cerebro humano) alcanzan 2 m de ancho. En los márgenes externos del arrecife se dan especies viscosas capaces de resistir el golpe del oleaje, en tanto que las delicadas variedades lanceoladas deben cobijarse en aguas tranquilas. Las hay en forma de abanico y cúpula, fusta y cornamenta, flor y bonsái. Como las aguas que los abrigan van del blanco al azul y al índigo, los corales poseen matices lo mismo rosados que fucsias, amarillos, azules o verdes.

Sus formas vienen también dadas por la feroz competencia que tiene lugar entre las distintas especies. Puede que el lugar nos parezca un jardín del edén submarino, pero en todo momento está teniendo lugar una lucha a muerte entre los mismos corales. Algunas especies tratan de superar a sus rivales creciendo rápidamente: varias de las especies cuerno de venado, por ejemplo, se expanden hasta 26 cm2 al año. Otras cambian de forma según la profundidad en la que anclan: son planas en aguas profundas de luz escasa y se alargan como dedos donde hay sol.

La diversidad de niveles, grados de claridad y quietud, temperaturas y tipos de alimento ofrecen las condiciones óptimas para miles de formas de vida. Se calcula que en la Gran Barrera habitan más de 1.400 especies de peces, moluscos, anémonas, gusanos, esponjas y aves, aunque nadie lo sabe con exactitud. Sencillamente, hay demasiadas especies y el área a cubrir por el escaso personal científico es inmensa. El coral representa tan sólo un 10% de la población. Y si difícil es contabilizar y clasificar a los animales, comprender la compleja interrelación de todos ellos parece una labor imposible. Un ejemplo del importante papel que todos cumplen aquí podría ser la humilde e invertebrada holoturia, esencial para la protección de la masa del arrecife, pues secreta fragmentos microscópicos de valvas y arena que, hundidos en el fondo del mar, cierran las grietas de los cimientos del coral.

Los peces han tenido que especializarse para responder a las exigencias de la vida en el arrecife. El budión ha desarrollado una larga trompa para conseguir alimento en las fisuras. El brillante labro limpiador de rayas azules cuida la salud de otras especies consumiendo sus parásitos. El pez loco olvida todo instinto predatorio y permanece en trance, boca y branquias abiertas, mientras el labro le extrae parásitos, aun del hocico mismo. La blenia es capaz de adoptar apariencia y conducta de labro, pero muerde al otro pez en vez de asearlo.

Algunos peces llaman la atención por sus colores brillantes; quizá las ventajas de ser divisados por una pareja potencial son mayores que el riesgo de los predadores. Otros son expertos en camuflaje: la escorpina viste de faldón largo para pasar por piedra algosa; sin presa a la vista, permanece inmóvil, pero se abalanza veloz cuando algo comestible queda a su alcance. Los meros pueden cambiar el color y el dibujo de su piel para confundirse con el entorno. La boca y la mandíbula se abren tanto que la presa llega directamente al gaznate.

La espectacular vida marina y su asombroso ambiente hacen del arrecife de coral australiano una de las mayores maravillas naturales del mundo. Es también una de las más jóvenes: cálculos recientes basados en análisis de muestras de su centro indican que en algunas partes tiene apenas 500.000 años –muy poco en términos evolutivos-, y aún las zonas más maduras llegan difícilmente al millón de años. La biodiversidad evolucionada en tan breve tiempo acredita las idílicas condiciones de las cristalinas aguas en que han podido adaptarse y prosperar tantas criaturas.

En una excursión a la Gran Barrera hay que tener una serie de cosas. El clima es el primer factor a considerar: desde finales de abril hasta octubre, los cielos claros y las brisas moderadas ofrecen condiciones ideales para poder observar los corales, bucear, nadar, pescar y tomar el sol. Y aquél era uno de esos días perfectos. En un par de semanas empezarían a aparecer los primeros signos de la estación húmeda, con vientos variables y cada vez más nubes y precipitaciones.

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