Una vez hemos elegido el día adecuado, la primera regla es: “protégete contra el sol”. La nuestra era una mañana magnífica y pasamos la mayor parte del tiempo en la cubierta, en una sólida red que colgaba entre las dos proas del buque. Era una delicia estar tumbado al aire libre, sintiendo la brisa marina y con el tranquilo océano abriéndose ante nosotros mientras la costa iba quedando atrás. Pero era necesario aplicarse de manera frecuente crema de alto factor de protección, puesto que el sol no perdona en el trópico. Ni siquiera la tripulación, un conjunto de gente joven y alegre, con una piel curtida por la vida al aire libre, descuidaban el cuidado de sus miembros y cara.
Al cabo de una hora de navegación, la tripulación nos reúne en la amplia cabina central situada entre ambos cascos y nos explica lo que vamos a ver y cómo lo vamos a hacer. Aquellos buceadores más experimentados y con licencia PADI tendrían a su disposición el equipo necesario, desde trajes de neopreno hasta botellas de oxígeno. Los ignorantes en el arte del submarinismo pero lo suficientemente animosos, podían hacer una breve inmersión de prueba bajo estrecha supervisión de un par de monitores. Yo me encontraba en la más numerosa de las divisiones, la de los practicantes de esnórkel, pero aún había otra menos aventurera que tenía a su disposición un minibarquito con fondo de cristal desde el que poder contemplar el fondo coralino sin mojarse. No era nuestro caso, pero quien tuviera más experiencia y lo deseara podría en Cairns contratar tours para hacer submarinismo en pecios (en esta zonas se registraron más de 1.000 naufragios en el siglo XIX).
Con el humor y la soltura que da la práctica, una atlética muchacha australiana nos explica con profusión de gestos y ademanes las medidas de seguridad que hemos de contemplar
- Una reacción corriente entre los bañistas poco acostumbrados al océano es que se meten en el agua, se dejan llevar por las corrientes mientras disfrutan del espectáculo submarino y de repente descubren que se han alejado demasiado del barco. Se agotan y pueden llegar a desmayarse o sufrir algún ataque al corazón si están predispuestos a ello. E incluso si pasa esto último, como estaréis en el agua con los brazos y las piernas extendidos y la cara bajo la superficie, desde el barco no tenemos manera de saber quiénes bucean realmente y quiénes se han muerto. Hasta que soplamos el silbato y salís todos del agua no nos damos cuenta de que hay uno que se ha quedado flotando a la deriva.
Para que nos sintiéramos más seguros, nos explicó que cuando el barco se detuviera y nosotros nos dedicáramos a lo nuestro, es decir desparramarnos por las aguas próximas para explorar el coral, habría de manera permanente un par de miembros de la tripulación vigilando con prismáticos para el caso de que alguien se encontrara en problemas. El sonido del mar o la distancia impediría que nos oyesen o entendiesen lo que gritáramos, por lo que nos enseñó los sencillos movimientos de brazos que debíamos hacer para indicar diferentes situaciones: “Estoy en apuros, venid a recogerme YA”, “Estoy algo cansado para seguir nadando, por favor enviadme un bote para recogerme en cuanto podáis”, “No pasa nada, todo va bien, seguid de guardia muchachos” , ésta última en el caso de que fueran ellos los que nos hicieran señas tras detectar nuestra misteriosa inmovilidad, incapaces de discernir si era debido a una tranquila muerte o al embelesamiento que nos producía la vida marina.
Todo el mundo conoce la escalofriante historia de aquella pareja a la que se dejaron olvidada en el agua durante uno de esos cruceros, hace ya de esto algunos años. Cuando el barco llegó a puerto y se dieron cuenta de que faltaban, se montó una operación de rescate pero nunca se les volvió a ver. Para evitar historias como esa, ahora las compañías que se dedican a pasear turistas por la Barrera asignan a cada pasajero un número que debe memorizar. Cada vez que se regresa al barco de una inmersión o un baño y antes de poner en marcha los motores, se pasa lista concienzudamente, identificando a todo el mundo.
Nuestra tutora australiana continuó ilustrándonos acerca de lo que hacer y lo que no.
- Las historias de ataques de tiburones, pulpos salvajes y almejas gigantes tienen mucho eco en la prensa, pero son en su mayoría ficción o exageraciones. Sin embargo, unos pocos percances en el arrecife pueden llegar a estropearles las vacaciones, por lo que deben tener en cuenta lo siguiente.
Al cabo de una hora de navegación, la tripulación nos reúne en la amplia cabina central situada entre ambos cascos y nos explica lo que vamos a ver y cómo lo vamos a hacer. Aquellos buceadores más experimentados y con licencia PADI tendrían a su disposición el equipo necesario, desde trajes de neopreno hasta botellas de oxígeno. Los ignorantes en el arte del submarinismo pero lo suficientemente animosos, podían hacer una breve inmersión de prueba bajo estrecha supervisión de un par de monitores. Yo me encontraba en la más numerosa de las divisiones, la de los practicantes de esnórkel, pero aún había otra menos aventurera que tenía a su disposición un minibarquito con fondo de cristal desde el que poder contemplar el fondo coralino sin mojarse. No era nuestro caso, pero quien tuviera más experiencia y lo deseara podría en Cairns contratar tours para hacer submarinismo en pecios (en esta zonas se registraron más de 1.000 naufragios en el siglo XIX).
Con el humor y la soltura que da la práctica, una atlética muchacha australiana nos explica con profusión de gestos y ademanes las medidas de seguridad que hemos de contemplar
- Una reacción corriente entre los bañistas poco acostumbrados al océano es que se meten en el agua, se dejan llevar por las corrientes mientras disfrutan del espectáculo submarino y de repente descubren que se han alejado demasiado del barco. Se agotan y pueden llegar a desmayarse o sufrir algún ataque al corazón si están predispuestos a ello. E incluso si pasa esto último, como estaréis en el agua con los brazos y las piernas extendidos y la cara bajo la superficie, desde el barco no tenemos manera de saber quiénes bucean realmente y quiénes se han muerto. Hasta que soplamos el silbato y salís todos del agua no nos damos cuenta de que hay uno que se ha quedado flotando a la deriva.
Para que nos sintiéramos más seguros, nos explicó que cuando el barco se detuviera y nosotros nos dedicáramos a lo nuestro, es decir desparramarnos por las aguas próximas para explorar el coral, habría de manera permanente un par de miembros de la tripulación vigilando con prismáticos para el caso de que alguien se encontrara en problemas. El sonido del mar o la distancia impediría que nos oyesen o entendiesen lo que gritáramos, por lo que nos enseñó los sencillos movimientos de brazos que debíamos hacer para indicar diferentes situaciones: “Estoy en apuros, venid a recogerme YA”, “Estoy algo cansado para seguir nadando, por favor enviadme un bote para recogerme en cuanto podáis”, “No pasa nada, todo va bien, seguid de guardia muchachos” , ésta última en el caso de que fueran ellos los que nos hicieran señas tras detectar nuestra misteriosa inmovilidad, incapaces de discernir si era debido a una tranquila muerte o al embelesamiento que nos producía la vida marina.
Todo el mundo conoce la escalofriante historia de aquella pareja a la que se dejaron olvidada en el agua durante uno de esos cruceros, hace ya de esto algunos años. Cuando el barco llegó a puerto y se dieron cuenta de que faltaban, se montó una operación de rescate pero nunca se les volvió a ver. Para evitar historias como esa, ahora las compañías que se dedican a pasear turistas por la Barrera asignan a cada pasajero un número que debe memorizar. Cada vez que se regresa al barco de una inmersión o un baño y antes de poner en marcha los motores, se pasa lista concienzudamente, identificando a todo el mundo.
Nuestra tutora australiana continuó ilustrándonos acerca de lo que hacer y lo que no.
- Las historias de ataques de tiburones, pulpos salvajes y almejas gigantes tienen mucho eco en la prensa, pero son en su mayoría ficción o exageraciones. Sin embargo, unos pocos percances en el arrecife pueden llegar a estropearles las vacaciones, por lo que deben tener en cuenta lo siguiente.
Cortes con corales o conchas son los percances más habituales, y se infectan si no se tratan inmediatamente extrayendo cualquier fragmento y utilizando un antiséptico. Llevamos lo necesario a bordo para tratar ese problema.
En cuanto a los animales que hay que evitar suelen ser pequeños. Las medusas que se encuentran en el arrecife pueden causar náuseas y levantar dolorosas ampollas, pero no suponen un peligro para la vida. Aunque no es temporada de medusas, les recomendamos que para evitar problemas se pongan los monos de licra o neopreno que llevamos a bordo. Con ello estarán protegidos. Algunos corales pueden producir también una desagradable picadura.
La muchacha concluyó con un consejo que resumía todos los anteriores, como el último mandamiento: la mejor protección en el arrecife es simplemente mirar y no tocar. Y es que aquí casi no hay nada que no pueda hacer daño.
En cuanto a los animales que hay que evitar suelen ser pequeños. Las medusas que se encuentran en el arrecife pueden causar náuseas y levantar dolorosas ampollas, pero no suponen un peligro para la vida. Aunque no es temporada de medusas, les recomendamos que para evitar problemas se pongan los monos de licra o neopreno que llevamos a bordo. Con ello estarán protegidos. Algunos corales pueden producir también una desagradable picadura.
La muchacha concluyó con un consejo que resumía todos los anteriores, como el último mandamiento: la mejor protección en el arrecife es simplemente mirar y no tocar. Y es que aquí casi no hay nada que no pueda hacer daño.
Para los visitantes extranjeros de las playas australianas, acostumbrados a nada más violento que estrellas de mar resecas y vertidos de cloacas, los mares australianos pueden resultar algo atemorizantes. Tiburones, medusas, serpientes marinas… suficiente para que alguien ligeramente paranoide se quede varado en la arena. La criatura que resumen todo lo temido por estos paranoides es el papá de todos los tiburones, el más malo entre los malos gracias a la película “Tiburón” de Spielberg –por no mencionar los incontables documentales de trastornados sumergidos en el agua en el interior de jaulas de metal con voces en off sobreactuando-: el Tiburón Blanco. Como nadie preguntaba pero todo el mundo lo pensaba, la muchacha agregó:
- Tiburones. Si ven algún tiburón, podrán considerarse afortunados. La caza intensiva a la que se han visto sometidos ha acabado por diezmar la población de esos peces y se han convertido en una rareza. De hecho, nosotros hace meses que no hemos visto ninguno en las inmersiones que realizamos a diario. No debe ser algo que les amargue la excursión.
Para quien esto no le baste y se pregunte cómo de peligrosos son los tiburones, la respuesta es que no mucho. Es más probable sufrir un accidente aéreo que ser atacado por un tiburón. Hay más de 166 especies de tiburones en las aguas australianas y la mayoría de ellas son demasiado pequeñas como para que pase por su diminuto cerebro atacar a un ser humano. Esto no quiere decir, sin embargo, que uno se pueda tomar libertades con los tiburones. Como regla general, cuanto más grande es el escualo, más peligroso para el hombre. Hay excepciones, claro. El gigantesco tiburón ballena se alimenta de plancton. En la división de los grandes tiburones –y peligrosos- están el Tiburón Blanco y el Tiburón Tigre.
La gente se come a los tiburones, no al revés. Lo que normalmente consumen en sus casas como “fish and chips” suele ser tiburón y la sopa de aleta de tiburón es muy popular en algunos países. Esto, unido a la baja tasa de reproducción de estos animales hace que la pesca comercial del tiburón esté reduciendo su número drásticamente.
Además, algunas especies de tiburón se alimentan de otras y muchos peces carnívoros incluyen en su dieta escualos más pequeños que ellos mismos. Las ballenas orcas y otros mamíferos con dientes, como los delfines, también pueden comer tiburones pequeños. Algunos moluscos se alimentan de los huevos de los tiburones y en algunas especies, la primera cría en nacer se vuelve caníbal y se come a sus hermanitos.
Puede que nos digan que no hay muchos tiburones, pero los propios australianos prefieren no correr riesgos. Las redes para tiburones se extienden a la entrada de muchas playas de Australia. Algunas especies de tiburón deben nadar continuamente para asegurar el flujo de agua sobre sus agallas de tal manera que puedan extraer oxígeno del agua. Si el movimiento cesa, lo que ocurre si el tiburón se enreda en una de esas redes, se ahogará. Muchos grupos conservacionistas están pidiendo la eliminación de redes por esa razón. Pero no es la única: estas redes atrapan no solamente tiburones peligrosos, sino tortugas inofensivas, mantas e incluso mamíferos como dugongos o delfines. Es cierto que los ataques de los tiburones han disminuido considerablemente desde su uso, pero también lo ha hecho el número de tiburones. La educación de los bañistas y los salvavidas ojeadores han demostrado ser también eficaces, por lo que el decremento en los ataques bien puede ser debido a estos dos últimos factores más que a las redes.
“En el hipotético caso de un encuentro con un escualo –continuó nuestra profesora- hay varias reglas generales de sentido común que pueden evitarnos un susto. En primer lugar, claro está, hacer caso de las señalizaciones que puedan avisar de la presencia de los tiburones. En segundo lugar, no nadar al amanecer o atardecer, puesto que estas son las horas en las que los escualos se muestran más activos.
Nadar o bucear cerca de colonias de focas o grandes bancos de peces es arriesgarse más que hacerlo en lugares donde el alimento de los tiburones está menos concentrado. En tales circunstancias conviene no bucear solo y si está haciendo pesca submarina, no llevar las capturas colgando del cinturón. Por último, acercarse demasiado es buscarse problemas. Y, por supuesto, es de idiotas intentar alimentarlos a mano”.
Quizá el más famoso de los tiburones que pululan por las aguas australianas, como hemos dicho, es el tiburón blanco. Este animal puede superar los 6 metros de longitud y suele hallarse en aguas subtropicales, por lo que no era probable que lo encontráramos allí. Es curioso que la temperatura corporal de este tiburón suela ser algo más alta que la del agua que lo rodea. Esto hace que permanezcan activos en aguas templadas, pero que no naden en los trópicos por el riesgo de sobrecalentarse.
Más tarde, mientras esperaba para almorzar, eché un vistazo a una de las guías de animales de abordo. Allí estaba, el Tiburón Blanco, con una serie de imprescindibles pistas básicas anotadas al pie:
“En el hipotético caso de un encuentro con un escualo –continuó nuestra profesora- hay varias reglas generales de sentido común que pueden evitarnos un susto. En primer lugar, claro está, hacer caso de las señalizaciones que puedan avisar de la presencia de los tiburones. En segundo lugar, no nadar al amanecer o atardecer, puesto que estas son las horas en las que los escualos se muestran más activos.
Nadar o bucear cerca de colonias de focas o grandes bancos de peces es arriesgarse más que hacerlo en lugares donde el alimento de los tiburones está menos concentrado. En tales circunstancias conviene no bucear solo y si está haciendo pesca submarina, no llevar las capturas colgando del cinturón. Por último, acercarse demasiado es buscarse problemas. Y, por supuesto, es de idiotas intentar alimentarlos a mano”.
Quizá el más famoso de los tiburones que pululan por las aguas australianas, como hemos dicho, es el tiburón blanco. Este animal puede superar los 6 metros de longitud y suele hallarse en aguas subtropicales, por lo que no era probable que lo encontráramos allí. Es curioso que la temperatura corporal de este tiburón suela ser algo más alta que la del agua que lo rodea. Esto hace que permanezcan activos en aguas templadas, pero que no naden en los trópicos por el riesgo de sobrecalentarse.
Más tarde, mientras esperaba para almorzar, eché un vistazo a una de las guías de animales de abordo. Allí estaba, el Tiburón Blanco, con una serie de imprescindibles pistas básicas anotadas al pie:
- El Gran Blanco es una criatura solitaria, lo que, obviamente, es un punto a nuestro favor ya que en el peor de los casos sólo nos las tendríamos que ver con uno.
- No todos los tiburones australianos son blancos
- Puedes identificar fácilmente a uno de ellos: ¿es enorme y te meas en el bañador al verlo? Ahí lo tienes
- Los grandes blancos se alimentan de carne. No pierdas el tiempo tratando de distraerlos con una galletita o una chocolatina.
- Las hembras son más grandes que los machos, aunque no se qué conclusión extraer de ello.
- Los tiburones blancos tienen hasta 3.000 dientes aserrados de forma triangular dispuestos en hileras, así que como te atrape, es imposible soltarse.
- “Muerde y traga” es el modus operandi del Gran Blanco. Al menos no vas a ser sádicamente masticado.
- Los tiburones blancos atacan desde abajo hacia arriba, así que si te pones nervioso, lo mejor es que bucees pegado al suelo del océano (conviene completar este consejo con el de no olvidar el aparato de respiración autónomo y el correspondiente cursillo de buceo).
- Los tiburones blancos poseen un sentido del olfato extremadamente agudo, particularmente bueno cuando se trata de oler sangre. Por esta razón se aconseja no llevar hígado de ternera o sangre de otros animales goteando del traje de buceo.
Como luego me confirmaría un amigo viajero zaragozano aficionado al buceo y que ha hecho varias inmersiones con tiburones, incluidos los blancos, todo el mundo le tiene terror al tiburón blanco –algo por lo demás tampoco tan sorprendente- pero en realidad es el tiburón tigre, uno de los escualos más rápidos, el que está considerado como el más peligroso del mundo. Este sí que ha atacado a mucha gente y en Australia se pueden encontrar ejemplares de hasta cinco metros de longitud.
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