Tras pasar dos semanas atravesando el enorme desierto que ocupa todo el interior de la isla-continente australiana desde Perth, nos recibe el húmedo trópico del norte. Una parada de dos días en la Garganta de Katherine nos sirve para comenzar a aclimatarnos al nuevo entorno antes de ponernos en camino hacia el Parque Nacional de Kakadu, una inmensa reserva natural y quizá el principal parque nacional terrestre del país. El visitante dispone de un buen número de posibilidades a la hora de visitar la zona, desde cruceros fluviales para la contemplación de la fauna hasta caminatas de dificultad variable siguiendo las sendas y pistas que el gran público pudo ver en las películas de Cocodrilo Dundee (que fueron rodadas parcialmente aquí).
Durante la temporada húmeda, la vida en Kakadu sufre una transformación radical: muchas pistas y carreteras quedan anegadas, por lo que el acceso a bastantes lugares resulta imposible. La temporada seca, al final de la cual nos encontrábamos en el momento de nuestra visita, tiene otros inconvenientes: una temperatura de 40ºC con una humedad del 90% era una combinación aplastante que pulverizaba rápidamente el ánimo mejor dispuesto. Decidimos emplear parte de nuestra primera mañana en el parque profundizando en el complejo mundo aborígen.
Una de las amargas ironías de la Historia es que los colonos y convictos emancipados que comenzaron una nueva vida en la colonia australiana de Nueva Gales del Sur sólo acertaran a modelar su identidad destruyendo la de la cultura que ya habitaba aquellas tierras, los Aborígenes. No resulta sencillo aproximarse al mundo aborígen, a menudo receloso del hombre blanco y cerrado sobre si mismo cuando no en franca descomposición. Pero uno de los lugares donde ello resulta posible es en Kakadu, el lugar de Australia con mayor concentración de arte rupestre, hogar de los aborígenes desde hace miles de años.
Los gagadu, los habitantes tradicionales de estas tierras, llegaron hace dos mil generaciones, miles de años antes de que los primeros imperios y civilizaciones dejaran su huella en la Historia escrita. Desde entonces han habitado aquí, aprendiendo a vivir del entorno al tiempo que modificándolo. A lo largo de decenas de miles de años, dejaron su impronta espiritual en la forma de pinturas rupestres en miles de paredes y oquedades rocosas de la región, permaneciendo aislados hasta la llegada en el siglo XVII de pescadores indonesios, los macassan. Los dos pueblos eran completamente distintos pero dado que su relación era meramente superficial y basada en el comercio, el modo de vida aborígen no se vio alterado. La llegada de los hombres blancos tuvo un efecto completamente diferente. La percepción que éstos tenían de aquéllos no podía ser más negativa. Los primeros exploradores holandeses emitieron opiniones nefastas: “salvajes, crueles y bárbaros negros” (Willem Jansz, 1606) o “las más miserables y pobres criaturas que jamás he visto” (Jan Carstenz, 1628). La llegada de colonos, el establecimiento de granjas y el empleo de mano de obra aborígen terminó por quebrar las bases de una sociedad que había conseguido permanecer estable durante decenas de siglos.
La sociedad aborigen tradicional se articulaba en pequeñas tribus que apenas superaban los diez grupos familiares. Cazaban en espacios acotados por los antepasados y la convivencia se basaba en una división básica del trabajo. Las mujeres y los niños se encargaban de recoger raíces, bayas, tubérculos, huevos, larvas, bulbos, insectos comestibles,… mientras que el oficio de los hombres era la caza, utilizando para ello armas de madera. La solidaridad tribal y sus estrictos códigos de comportamiento regulaban las relaciones de los individuos. Es la más compleja estructura de castas que se haya concebido en una cultura tradicional, con un complicadísimo sistema de relaciones personales, familias, grupos, clanes y tribus. La única forma común de autoridad era el consejo de ancianos, depositarios de la tradición oral y de los saberes colectivos de la tribu. Al llegar a la pubertad, el hombre podía ganar prestigio por su habilidad como cazador, la lealtad a la tradición y, sobre todo, por su conducta honrada y sensata.
En la cosmología aborigen, el Tiempo de Sueño o Ensoñación es la remota era en la que gigantescos seres conocidos como Ancestros o Antepasados surgieron de la tierra y vagaron por el mundo, dándole forma en el curso de sus viajes, luchas y peripecias. Para los aborígenes, el paisaje está vivo y, si se sabe leer, nos cuenta historias del pasado, el presente y el futuro. De hecho, a sus ojos, Australia es como una tela de araña cuyos hilos los forman los recorridos de aquellos mágicos seres. Dicha trama define rutas, itinerarios y fronteras de separación entre tribus. Peñascos, gargantas, estanques, cavernas... no sólo son obra de los Ancestros en el tiempo en el que moraron aquí, sino que aún retienen parte de su poder. De esto se desprende que toda la tierra y todo lo que ésta contiene es sagrado, ya sea inanimado o vivo. Entre estos antepasados se encuentra la Madre Tierra, que recibe el sencillo nombre de Warramurrungundji y que se cree que viajó por todo el mundo creando ríos, lagos y vida salvaje antes de transformarse en una enorme roca -su "Lugar de Ensueño"- en Kakadu. Otra figura chocante de esta mitología es la Serpiente del Arco Iris, un símbolo desconcertantemente común a otras culturas totalmente independientes, como los Incas sudamericanos.
Nuestra primera parada es Nourlangie Rock, uno de los conjuntos más importantes de pinturas rupestres y quizá el corazón espiritual y cultural del parque. Se trata de una escarpada elevación de piedra caliza desde cuya cima se domina el paisaje a gran distancia. Cuenta con numerosos cobijos naturales en los que los aborígenes encontraron protección contra la lluvia y el calor. La gran roca es protagonista de muchas historias del Tiempo del Sueño. Según algunos clanes de la región, fue, Namondjok, el Creador ancestral, quien viajó por toda la zona de Nourlangie con su hermana y quien acabó con las leyes relacionadas con el parentesco, a través de las cuales se controlaban las relaciones familiares en el seno de un clan. La hermana de Namondjok tomó una pluma –la roca- de su tocado y la colocó en el lugar en el que acababa de lanzar la roca, después de haber acabado con las leyes.
El arte rupestre aborigen sigue teniendo en Kakadu una función social para las comunidades que habitan la zona. Muchos de los conjuntos de pinturas de Kakadu son lugares tan sagrados que se mantienen en secreto. La creencia en el Sueño continúa siendo importante para gran parte de la población aborigen. Para ellos, la mayoría de los espíritus todavía viven en los lugares donde se asentaron después de sus periplos para encontrar un acomodo en la creación. Esos seres aún dominan fenómenos como la lluvia o el viento y condicionan la fecundidad de la tierra y de las mujeres. También son los guardianes de la cultura, ya que instauraron las reglas sociales y los rituales que han de llevarse a cabo en cada lugar sagrado. Además, continúan guiando a los hombres en sus sueños. Estos espacios son conocidos como djang andjamun o sitios sagrados, cuyo acceso está únicamente permitido a aquellas personas a las que la ley aborigen ha otorgado la responsabilidad de su custodia. Al igual que sucede en Uluru, en el centro de Australia, aunque ahora se admiten turistas en los parques nacionales, éstos sólo pueden visitar ciertos grupos de pinturas no sagradas.
Las pinturas, bajorrelieves e incisiones responden a tres tipos distintos. En primer lugar se encuentran las criaturas de la Edad del Sueño, las wongina, a las que acompañan misteriosas figuras oblongas. Después, las rocas y cuevas pintadas por los espíritus giro giro y mimi, de significado desconocido. Y, por último, las pinturas que llevan firma, la que deja el autor con la palma de la mano. Las pinturas rupestres de Kakadu demuestran una finura inusual en sus variadas formas y estilos, cerradas aún a la interpretación de los estudiosos y especialistas.
Ciertamente, son pinturas asombrosas, en absoluto parecidas a las realizadas por otros pueblos primitivos europeos, americanos o africanos. De hecho, son anteriores a las pinturas paleolíticas encontradas en el sur de Europa. La principal pintura de la galería de Anbangbang, quizá la más visitada del parque, que se encontraba en la roca y que está protegida de los elementos por una gran sección cubierta por un voladizo, no es otra que la de Namondjok. Junto a él se encuentra una figura sobrenatural, blanca y esquelética, una imagen común en todo el arte de Nourlangie. Se trata de Namarrgon, el Hombre de la Luz, quien durante la creación se cargó encima el cielo con un arco de luz y se colocó unas hachas de piedra sobre sus hombros, rodillas y pies, las cuales solía golpear contra las nubes de tormenta para crear los truenos.
Debajo de él se encontraba su esposa, Barrginj, también blanca y esquelética. Asombra asimismo esa técnica tan única de representar figuras humanas y animales como si el pintor tuviera rayos X en sus ojos: costillas, vértebras, órganos y huesos quedan perfectamente delimitados con pintura roja sobre una base blanca. Pinturas de canguros se alternaban con otras humanas de una estilización que no desentonaría en una sala de exposiciones de arte contemporáneo. Recordaban a extraterrestres cabezones y de ojos grandes, con un cuerpo en forma de palillo y extremidades desproporcionadamente largas y finas. Otras figuras son totalmente indescifrables: enigmáticos seres mezcla de insecto, ser humano y reptil, con antenas o cuernos saliendo de sus cráneos y bajando por cuerpos insectoides terminados en colas de pescado. Otras escenas mostraban aspectos más familiares como grupos de cazadores o bailarines.
Las horas centrales del día eran demasiado abrasadoras como para pensar en otra cosa que no fuera zambullirse en las aguas del desierto camping. Apenas había excursionistas o familias con sus caravanas. Probablemente el pesado calor les había disuadido de visitar Kakadu en esta época del año.
Durante la temporada húmeda, la vida en Kakadu sufre una transformación radical: muchas pistas y carreteras quedan anegadas, por lo que el acceso a bastantes lugares resulta imposible. La temporada seca, al final de la cual nos encontrábamos en el momento de nuestra visita, tiene otros inconvenientes: una temperatura de 40ºC con una humedad del 90% era una combinación aplastante que pulverizaba rápidamente el ánimo mejor dispuesto. Decidimos emplear parte de nuestra primera mañana en el parque profundizando en el complejo mundo aborígen.
Una de las amargas ironías de la Historia es que los colonos y convictos emancipados que comenzaron una nueva vida en la colonia australiana de Nueva Gales del Sur sólo acertaran a modelar su identidad destruyendo la de la cultura que ya habitaba aquellas tierras, los Aborígenes. No resulta sencillo aproximarse al mundo aborígen, a menudo receloso del hombre blanco y cerrado sobre si mismo cuando no en franca descomposición. Pero uno de los lugares donde ello resulta posible es en Kakadu, el lugar de Australia con mayor concentración de arte rupestre, hogar de los aborígenes desde hace miles de años.
Los gagadu, los habitantes tradicionales de estas tierras, llegaron hace dos mil generaciones, miles de años antes de que los primeros imperios y civilizaciones dejaran su huella en la Historia escrita. Desde entonces han habitado aquí, aprendiendo a vivir del entorno al tiempo que modificándolo. A lo largo de decenas de miles de años, dejaron su impronta espiritual en la forma de pinturas rupestres en miles de paredes y oquedades rocosas de la región, permaneciendo aislados hasta la llegada en el siglo XVII de pescadores indonesios, los macassan. Los dos pueblos eran completamente distintos pero dado que su relación era meramente superficial y basada en el comercio, el modo de vida aborígen no se vio alterado. La llegada de los hombres blancos tuvo un efecto completamente diferente. La percepción que éstos tenían de aquéllos no podía ser más negativa. Los primeros exploradores holandeses emitieron opiniones nefastas: “salvajes, crueles y bárbaros negros” (Willem Jansz, 1606) o “las más miserables y pobres criaturas que jamás he visto” (Jan Carstenz, 1628). La llegada de colonos, el establecimiento de granjas y el empleo de mano de obra aborígen terminó por quebrar las bases de una sociedad que había conseguido permanecer estable durante decenas de siglos.
La sociedad aborigen tradicional se articulaba en pequeñas tribus que apenas superaban los diez grupos familiares. Cazaban en espacios acotados por los antepasados y la convivencia se basaba en una división básica del trabajo. Las mujeres y los niños se encargaban de recoger raíces, bayas, tubérculos, huevos, larvas, bulbos, insectos comestibles,… mientras que el oficio de los hombres era la caza, utilizando para ello armas de madera. La solidaridad tribal y sus estrictos códigos de comportamiento regulaban las relaciones de los individuos. Es la más compleja estructura de castas que se haya concebido en una cultura tradicional, con un complicadísimo sistema de relaciones personales, familias, grupos, clanes y tribus. La única forma común de autoridad era el consejo de ancianos, depositarios de la tradición oral y de los saberes colectivos de la tribu. Al llegar a la pubertad, el hombre podía ganar prestigio por su habilidad como cazador, la lealtad a la tradición y, sobre todo, por su conducta honrada y sensata.
En la cosmología aborigen, el Tiempo de Sueño o Ensoñación es la remota era en la que gigantescos seres conocidos como Ancestros o Antepasados surgieron de la tierra y vagaron por el mundo, dándole forma en el curso de sus viajes, luchas y peripecias. Para los aborígenes, el paisaje está vivo y, si se sabe leer, nos cuenta historias del pasado, el presente y el futuro. De hecho, a sus ojos, Australia es como una tela de araña cuyos hilos los forman los recorridos de aquellos mágicos seres. Dicha trama define rutas, itinerarios y fronteras de separación entre tribus. Peñascos, gargantas, estanques, cavernas... no sólo son obra de los Ancestros en el tiempo en el que moraron aquí, sino que aún retienen parte de su poder. De esto se desprende que toda la tierra y todo lo que ésta contiene es sagrado, ya sea inanimado o vivo. Entre estos antepasados se encuentra la Madre Tierra, que recibe el sencillo nombre de Warramurrungundji y que se cree que viajó por todo el mundo creando ríos, lagos y vida salvaje antes de transformarse en una enorme roca -su "Lugar de Ensueño"- en Kakadu. Otra figura chocante de esta mitología es la Serpiente del Arco Iris, un símbolo desconcertantemente común a otras culturas totalmente independientes, como los Incas sudamericanos.
Nuestra primera parada es Nourlangie Rock, uno de los conjuntos más importantes de pinturas rupestres y quizá el corazón espiritual y cultural del parque. Se trata de una escarpada elevación de piedra caliza desde cuya cima se domina el paisaje a gran distancia. Cuenta con numerosos cobijos naturales en los que los aborígenes encontraron protección contra la lluvia y el calor. La gran roca es protagonista de muchas historias del Tiempo del Sueño. Según algunos clanes de la región, fue, Namondjok, el Creador ancestral, quien viajó por toda la zona de Nourlangie con su hermana y quien acabó con las leyes relacionadas con el parentesco, a través de las cuales se controlaban las relaciones familiares en el seno de un clan. La hermana de Namondjok tomó una pluma –la roca- de su tocado y la colocó en el lugar en el que acababa de lanzar la roca, después de haber acabado con las leyes.
El arte rupestre aborigen sigue teniendo en Kakadu una función social para las comunidades que habitan la zona. Muchos de los conjuntos de pinturas de Kakadu son lugares tan sagrados que se mantienen en secreto. La creencia en el Sueño continúa siendo importante para gran parte de la población aborigen. Para ellos, la mayoría de los espíritus todavía viven en los lugares donde se asentaron después de sus periplos para encontrar un acomodo en la creación. Esos seres aún dominan fenómenos como la lluvia o el viento y condicionan la fecundidad de la tierra y de las mujeres. También son los guardianes de la cultura, ya que instauraron las reglas sociales y los rituales que han de llevarse a cabo en cada lugar sagrado. Además, continúan guiando a los hombres en sus sueños. Estos espacios son conocidos como djang andjamun o sitios sagrados, cuyo acceso está únicamente permitido a aquellas personas a las que la ley aborigen ha otorgado la responsabilidad de su custodia. Al igual que sucede en Uluru, en el centro de Australia, aunque ahora se admiten turistas en los parques nacionales, éstos sólo pueden visitar ciertos grupos de pinturas no sagradas.
Las pinturas, bajorrelieves e incisiones responden a tres tipos distintos. En primer lugar se encuentran las criaturas de la Edad del Sueño, las wongina, a las que acompañan misteriosas figuras oblongas. Después, las rocas y cuevas pintadas por los espíritus giro giro y mimi, de significado desconocido. Y, por último, las pinturas que llevan firma, la que deja el autor con la palma de la mano. Las pinturas rupestres de Kakadu demuestran una finura inusual en sus variadas formas y estilos, cerradas aún a la interpretación de los estudiosos y especialistas.
Ciertamente, son pinturas asombrosas, en absoluto parecidas a las realizadas por otros pueblos primitivos europeos, americanos o africanos. De hecho, son anteriores a las pinturas paleolíticas encontradas en el sur de Europa. La principal pintura de la galería de Anbangbang, quizá la más visitada del parque, que se encontraba en la roca y que está protegida de los elementos por una gran sección cubierta por un voladizo, no es otra que la de Namondjok. Junto a él se encuentra una figura sobrenatural, blanca y esquelética, una imagen común en todo el arte de Nourlangie. Se trata de Namarrgon, el Hombre de la Luz, quien durante la creación se cargó encima el cielo con un arco de luz y se colocó unas hachas de piedra sobre sus hombros, rodillas y pies, las cuales solía golpear contra las nubes de tormenta para crear los truenos.
Debajo de él se encontraba su esposa, Barrginj, también blanca y esquelética. Asombra asimismo esa técnica tan única de representar figuras humanas y animales como si el pintor tuviera rayos X en sus ojos: costillas, vértebras, órganos y huesos quedan perfectamente delimitados con pintura roja sobre una base blanca. Pinturas de canguros se alternaban con otras humanas de una estilización que no desentonaría en una sala de exposiciones de arte contemporáneo. Recordaban a extraterrestres cabezones y de ojos grandes, con un cuerpo en forma de palillo y extremidades desproporcionadamente largas y finas. Otras figuras son totalmente indescifrables: enigmáticos seres mezcla de insecto, ser humano y reptil, con antenas o cuernos saliendo de sus cráneos y bajando por cuerpos insectoides terminados en colas de pescado. Otras escenas mostraban aspectos más familiares como grupos de cazadores o bailarines.
Las horas centrales del día eran demasiado abrasadoras como para pensar en otra cosa que no fuera zambullirse en las aguas del desierto camping. Apenas había excursionistas o familias con sus caravanas. Probablemente el pesado calor les había disuadido de visitar Kakadu en esta época del año.
Al atardecer, cuando la temperatura se redujo a niveles aptos para la supervivencia humana, un corto trayecto en coche y una agradable caminata nos llevaron hasta Ubirr, otra zona del parque en la que grandes bloques de piedra anaranjada emergen de una extensa llanura. Geológicamente, Kakadu se ha mantenido bastante estable durante cientos de millones de años. Las tierras bajas están cubiertas de grandes planicies de bosques bajo las que hay antiguos sedimentos y piedras de granito que se depositaron cuando la zona estaba cubierta por un mar poco profundo durante la era de los dinosaurios, hace más de 100 millones de años. Toda esa agua chocaba contra el escarpado de Arnhem, minando la roca caliza, formando y erosionando acantilados. Eran los restos de uno de esos farallones, Cannon Hill, los que ahora nos servían de mirador natural. El mar fue gradualmente retrocediendo y la planicie del parque quedó expuesta durante unos 100 millones de años, cuando el nivel del mar volvió a aumentar y sumergió la planicie dando lugar a las marismas. En los últimos 7.000 años el mar ha ido retrocediendo otra vez y, actualmente, lo hace a una media de 20-30 cm al año.
El amplio panorama que teníamos delante ponía de manifiesto que el parque nacional más grande de Australia es un lugar difícil de apreciar en una visita corta. El acceso a los distintos elementos del parque es limitado, y los que esperen encontrar el aire lleno de aves de colores y el monte a rebosar de vida salvaje sin duda quedarán decepcionados. Además, en las épocas del año en las que no está inundado, Kakadu está mucho más seco de lo que se pueda imaginar, y la mayor parte de la vida salvaje está activa sólo durante las primeras horas de la mañana, por la tarde o por la noche. El peligro de los cocodrilos y de la profanación accidental de los lugares sagrados aborígenes, al igual que el terreno árido, hace que las tierras pantanosas y sobre todo el campo de escarpas, se exploren mejor desde un pequeño avión, una posibilidad que no entraba en mi presupuesto.
Además de una espectacular puesta de sol sobre las planicies en las que un enorme número de aves se preparaban para pasar la noche, contemplamos algunas de las miles de pinturas aborígenes que decoran los recovecos y salientes de los alrededores, representando sobre todo peces y animales marinos. Algunas se sobreponen a otras anteriores, algunas nítidas, otras borrosas; algunas relativamente nuevas, otras cuya antigüedad se cuenta en miles y miles de años.
Actualmente se cree que algunas de las pinturas podrían remontarse a hace 50.000 años si bien la mayor parte de las antiguas "sólo" tienen 20.000. Una manera fácil de datarlas es por lo que muestran. Una de ellas, por ejemplo, representa una especie de equidna -mamífero australiano semejante al erizo- que se extinguió hace 15.000 años. En otra aparece un tigre de Tasmania, extinto hace 18.000 años. Resulta realmente increíble. Algunas de estas pinturas hacen que otras culturas parezcan casi recientes. Las primeras ciudades aparecieron en el Próximo Oriente hace 10.000 años y los faraones egipcios dejaron su huella en la historia hace tan sólo 4.500 años.
La historia del clan y su simbología queda consignada en dibujos que muestran tanto escenas de hace miles de años como otras más recientes: la llegada de los hombres blancos es fácilmente identificable por las figuras con sombreros, rifles, pipas y sus manos metidas en los bolsillos, una estampa que debió de impactar bastante a los aborígenes. Algunas de las pinturas están evidentemente retocadas, algo que no puede extrañar ni escandalizar. No estamos en un museo, sino en un lugar que aún guarda un significado para la gente aborigen y sobre el que siguen trabajando algunos elegidos con permiso de la tribu.
Varios metros por encima del nivel del suelo hay una serie de figuras algo desvaídas. Son los espíritus Mimi. Son criaturas frágiles, con cuerpo de palo y pequeñas cabezas colocadas al final de un largo y delgado cuello. Nos dicen que son criaturas muy delicadas y que tienen que tener cuidado porque sus cuellos se pueden romper si el viento sopla demasiado fuerte. Los Mimi enseñaron a la gente a dibujar y, así, lo primero que los hombres grabaron fueron esos espíritus.
Puede que ahora los aborígenes tengan nombres cristianos y que vistan con tejanos, pero hay algo en su interior que no ha podido librarse de miles de años de tradición. Esos espíritus de extrañas formas nos resultan ajenos, incluso alienígenas. Pero para ellos aún son algo real, fuerzas que hay que tener en cuenta. Su sentido de la continuidad, de ser parte de una cultura que se cree anclada en la niebla del tiempo y en los mitos que rodean el origen de la sociedad humana en la Tierra, es algo probablemente sin parangón en ningún otro pueblo del planeta. Son parte de una civilización antigua que, en sus creencias religiosas, dejaron atrás hace mucho tiempo las preocupaciones materiales, pasando a caminar mental y espiritualmente por un paisaje de rocas y montículos, estanques y billabongs, todos ellos al tiempo sencillos y sagrados.
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