J.R.R.Tolkien nació en Bloemfontein, Sudáfrica, y dicen que cuando escribió El Señor de los Anillos, a la hora de hora de crear uno de los parajes más evocadores de su libro, las Montañas Nubladas, la hostil e infranqueable barrera montañosa en cuyo interior se escondían las siniestras minas de Moria, se inspiró en un recuerdo de su niñez. El modelo que utilizó el famoso escritor tiene también un nombre de fantasía: Las Montañas del Dragón, Drakensberg en lengua afrikaner. Estas montañas de perfil áspero y cumbres a menudo ocultas tras la bruma, están situadas al sudeste de Sudáfrica, separando el gran país africano del pequeño reino montañoso de Lesotho.
Mientras conducíamos por las rectas carreteras de la provincia de Kwazulu-Natal nos acompañaban unos cielos cubiertos de amenazadoras nubes cuya lluvia, por el momento, se contentaba con descargar en los lejanos picos que se alzaban sobre el horizonte. El paisaje era llano, alternando el amarillo de los cultivos con el verde intenso de los campos
silvestres extendiéndose en un bordado multicolor de tonos cambiantes. Bordeamos la tormenta, escapando de ella al tiempo que contemplábamos cómo el chaparrón formaba una cortina de tonos púrpura que unía la tierra con el cielo a muchos kilómetros de distancia. De vez en cuando, el manto de nubes se abría permitiendo divisar el brillante azul del cielo. A través de esas ventanas celestes la luz del sol se filtraba, iluminando grandes parcelas de terreno en una estampa casi religiosa.
Una hora después, nuestra visión quedaba totalmente absorbida por la imponente muralla rocosa de las montañas Drakensberg, un farallón rocoso de formas bruscas y agresivas que se asemejaba a las murallas de una fortaleza. Los zulúes llaman a estas montañas uKhahlamba, "barrera de lanzas". Ambos nombres son igualmente gráficos aunque yo me quedo con el primero, más sugerente y menos belicoso. Y la verdad es que se trata de un paisaje que parece directamente extraído de un cuento de hadas, con cascadas que caen desde lo alto de las paredes rocosas, bosques que cubren laderas y valles y arroyos de aguas cristalinas que descienden de cumbres ocu
ltas por un velo de nubes… Esta cordillera, cuya longitud supera los mil kilómetros, rodea al reino independiente de Lesotho como si fuera una especie de ciudadela fortificada. Fue su inusual localización lo que permitió a sus habitantes resistir los embates de los afrikaners y mantenerse alejados del perverso régimen del apartheid. La sección oriental y nororiental de estas elevaciones despliegan una belleza especial que les ha merecido su calificación como Parque Nacional.
Mientras conducíamos por las rectas carreteras de la provincia de Kwazulu-Natal nos acompañaban unos cielos cubiertos de amenazadoras nubes cuya lluvia, por el momento, se contentaba con descargar en los lejanos picos que se alzaban sobre el horizonte. El paisaje era llano, alternando el amarillo de los cultivos con el verde intenso de los campos

Una hora después, nuestra visión quedaba totalmente absorbida por la imponente muralla rocosa de las montañas Drakensberg, un farallón rocoso de formas bruscas y agresivas que se asemejaba a las murallas de una fortaleza. Los zulúes llaman a estas montañas uKhahlamba, "barrera de lanzas". Ambos nombres son igualmente gráficos aunque yo me quedo con el primero, más sugerente y menos belicoso. Y la verdad es que se trata de un paisaje que parece directamente extraído de un cuento de hadas, con cascadas que caen desde lo alto de las paredes rocosas, bosques que cubren laderas y valles y arroyos de aguas cristalinas que descienden de cumbres ocu

Mount-aux-Sources es una enorme montaña que se alza 3.048 metros sobre el nivel del mar en el extremo norte de la cordillera. Una de sus caras mira hacia las colinas del Estado L

Thabantshoyana, de 3.482 m de altura, constituye la cumbre más alta y está situada justo en la frontera con Lesotho; otras cimas son Giant´s Castle, Cathedral Peak, Cathkin Peak, Champagne Castle y la ya mencionada Mont-aux-Sources. Son imanes para los turistas, que vienen de lejos para intentar subir a los picos, explorarlos a pie o a caballo, disfrutar de las vistas y el limpio y saludable aire de la montaña y deleitarse con los ríos cristalinos, la nieve de las laderas más altas y la diáfana amplitud de este bello territorio.
El camping Mah
ai, en el Royal Natal National Park, estaba a rebosar y no resultó fácil encontrar un hueco para nuestro vehículo. Era Semana Santa y el parque nacional, popular incluso fuera de fechas destacadas del calendario, recibía ahora a numerosas familias que acudían a gozar de unos días de descanso en un relajante entorno natural. Uno de los campistas nos contó que venía todos los años al menos en dos ocasiones y que el tiempo era totalmente impredecible, siendo frecuentes los chaparrones. Su afirmación quedaba demostrada por la humedad reinante en el suelo: el césped estaba totalmente empapado y a pesar de que por la
noche las temperaturas bajaron, la única manera de moverse por los alrededores era con sandalias si se quería evitar el acabar con las zapatillas de deporte empapadas. De todas formas, se trataba de un camping magníficamente emplazado: una hondonada cerrada por el sur por los impresionantes acantilados rocosos y con abundantes y frondosos árboles que la protegían del calor durante las horas centrales del día. A pesar de que tras el espectacular ocaso las estrellas quedaron veladas por amenazadoras nubes en cuyo interior se libraba una batalla de truenos, relámpagos y rayos, la ira de los cielos no se decidió a caer sobre nosotros y la noche transcurrió seca y tranquila.


A las seis de la mañana salimos de las tiendas para encontrarnos un día espléndido. Un par de horas después, tras un lento y abundante desayuno, comenzamos una de las caminatas más recomendables del parque. Las 7.400 hectáreas del Parque Nacional Royal Natal, que recibe su apelación de Royal desde que la familia real británica visitó la zona en 1947, constituyen una gran superficie de prados ondulados, paredes y riscos de agreste belleza. Existen múltiples posibilidades pero el destino que nosotros elegimos fue un lugar llamado The Gorge, una garganta rocosa por cuyo interior discurría un río bravo y de difícil vadeo. La caminata supondría un total de 22 km, a los que habría que sumar los cinco kilómetros de carretera asfaltada que separaban nuestro camping del inicio de la senda.

Ese primer tramo, sin sombra y por asfalto, fue la parte más aburrida del trayecto aunque hallábamos cierta compensación en la fantástica vista que nos ofrecía el entorno: en cualquier dirección a la que se dirigiera la mirada sólo se veía un manto verde interrumpido por la serpiente plateada de un río de montaña, el Tugela, que descendía del gran anfiteatro rocoso que se levantaba desafiante a cierta distancia delante de nosotros. La vista es tan bella y espectacular que ha pasado a formar parte de los folletos y

1 comentario:
ESTO ES REALMENTE IMPRESIONANTE Y MAS AUN TODAVIA CUANDO LA GENTE SE PONE AL BORDE DEL ABISMO A FOTOGRAFIARSE.
PARA MI ES UNA MARAVILLA DEL MUNDO.
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