span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: junio 2009

miércoles, 24 de junio de 2009

Eilean Donan: El espíritu de los clanes


Por algún motivo, los viejos castillos medievales restaurados desprenden un aire romántico, de cuento de hadas, que da pocas pistas acerca de su habitualmente sangriento pasado. Y en cuanto a violencia, sangre y rencillas, la historia de Escocia es tristemente ejemplar.

Los habitantes de las Highlands escocesas estaban unidos por vínculos de sangre o de vecindad. El clan (del gaélico clann, hijos) era al principio una familia, cuyo jefe, al menos en teoría, era el padre, tras el cual venían los hermanos menores y los tíos y las ramas más recientes, que ocupaban parte de las tierras ancestrales. El cargo de jefe no era electivo, pero en algunos casos se descartaba al heredero natural y se escogía, dentro de un reducido grupo familiar, al líder más adecuado. Las ramas secundarias se transmitían hereditariamente las tierras, que podían arrendar durante periodos más o menos largos. Dado que el poder de un jefe dependía del número de seguidores con que contaba, eran comunes las alianzas, que produjeron grandes confederaciones como la Lordship of the Isles (en las islas occidentales, basada en la dinastía de los McDonald) y el clan Chattan.

Cuando el antiguo sistema patriarcal se fundió con las costumbres feudales, la familia se amplió hasta abarcar a todos aquellos que vivían en las tierras del jefe, reconociendo su autoridad y aceptando su protección, siempre dispuestos a combatir por él en caso necesario. Al original tronco escocés de los clanes (con alguna presencia noruega e irlandesa) se sumaron, entre los siglos XI y XIV, familias de sangre normanda (como los Gordon o los Fraser), británica (como los Stuart) y flamenca (los Murray y los Sutherland). Los frecuentes matrimonios fuera del grupo familiar crearon una red de relaciones que fortaleció posteriormente al clan. En este contexto cobra vida el castillo de Eilean Donan (en gaélico escocés, “La Isla de Donan”), quizá el más emblemático de Escocia por su ubicación y peculiar restauración.

Su emplazamiento es único, en medio del lago Duich, en una isleta donde convergen las rías de Alsh, Duich y Long y rodeado de montañas. Tal enclave no fue fruto de la invención. En los alrededores existen varias iglesias consagradas al santo irlandés Donan, que viajó a Escocia en torno al año 580 d.C. Probablemente existió una comunidad monástica en la isla a finales del siglo VII. Desde el año 800 y hasta 1266, gran parte del norte de Escocia y las Hébridas Exteriores fueron víctimas de la invasión y la colonización vikingas, y los castillos eran una pieza esencial para detener su avance puesto que los escandinavos eran temibles guerreros, pero no disponían de conocimientos ni tecnología para efectuar sitios prolongados ni ataques efectivos contra fortalezas. Eilean Donan nació en ese contexto, en 1220, a instancias del rey Alejandro II, con el fin de proteger el territorio de Kintail.

Un elegante puente salva el brazo de ría que separa la isla de tierra firme. Esta pasarela es relativamente moderna y se añadió en el siglo XX durante la última reconstrucción. En el momento de nuestra visita, durante la bajamar, la zona alrededor del castillo queda cubierta de algas y charcos, pero en cuando la marea sube, la fortaleza queda aislada, convirtiéndose en un hueso duro de roer para las tropas sitiadoras. Cuando se reconstruyó el castillo ya habían pasado los tiempos de guerras de clanes y posibles invasiones exteriores, por lo que el puente supuso un acceso cómodo además de un mirador desde donde se puede disfrutar de la hermosa vista sobre las rías, el cercano pueblo de Dornie, las montañas de Skye y el sólido perfil del castillo

El extremo del puente está protegido por las almenas del bastión y un muro que se extiende hacia el exterior desde el castillo propiamente dicho. Desde fuera, la austera belleza de la fortificación deja espacio a una imagen de romanticismo y fantasía, pero en el interior se entiende perfectamente que la función primordial de la edificación fue siempre la defensa. Un portón da acceso al patio, que a su vez tiene una muralla orientada hacia el lago. Una escalera lleva al alcázar y a la zona de acantonamiento. El ambiente militar impregna todas y cada una de las oscuras piedras de sus muros.

Eilean Donan se convirtió a finales del siglo XIII en cuartel general del clan de los MacKenzie, en cuyo poder permaneció hasta el siglo XVI. La fortaleza fue escenario de frecuentes combates con los McLeods y los McDonalds. El sistema de clanes comenzó a entrar en crisis en el siglo XVII, pero fueron las rebeliones jacobitas, que apoyaban al depuesto rey Jacobo VII de Escocia (y II de Inglaterra) las que dieron al gobierno de Londres la oportunidad de destruir la independencia de los jefes y ejercer severas represalias. En 1719, un destacamento español de cuarenta y seis soldados enviados por Felipe V apoyando la causa jacobita desembarcó en las Highlands, no lejos de Eilean Donan. Se encontraron solos, puesto que los clanes escoceses, desconfiando del éxito de la iniciativa, no acudieron a unírseles como estaba previsto. A la espera de refuerzos, se acantonaron en el castillo.

Pero los rumores del levantamiento llegaron a oídos del gobierno inglés, que dispuso el envío de tres fragatas. Durante tres días de mayo, los navíos sometieron al castillo a un intenso bombardeo sin causar daños serios. Los gruesos muros de hasta cuatro metros y medio, aguantaron el castigo. Finalmente, los ingleses desembarcaron y tomaron la fortaleza sin demasiada resistencia. De acuerdo con los diarios de abordo británicos, el capitán se encontró dentro “un irlandés, un capitán, un teniente español, un sargento, un rebelde escocés y 39 soldados españoles, 343 barriles de pólvora y 52 barriles de balas de mosquete”. Los ingleses utilizaron la pólvora almacenada para volar lo que quedaba del castillo antes de llevarse a los prisioneros a Edimburgo. El resto de la fuerza expedicionaria española, unos 200 hombres, se unieron un mes después a los contingentes de varios clanes escoceses (entre los que se hallaba el célebre Rob Roy) sólo para ser derrotados por los británicos en la batalla de Glen Shiel. Las ruinas de Eilean Donan fueron abandonadas durante casi doscientos años.

En 1912, el coronel MacRae-Gilstrap, heredero legítimo de los MacKenzie, inició la reconstrucción del lugar siguiendo los diseños, un tanto fantasiosos, de George Mackie Watson. Veinte años costó devolver al castillo su antiguo esplendor. Por supuesto, el edificio actual se asemeja poco al histórico. No puede sorprender que, ante tan dilatada y a menudo violenta historia, el castillo de Eilean Donan haya sido reconstruido varias veces. Sus dimensiones variaron a lo largo de los siglos. En la época medieval es probable que las torres y los muros llegaran a ocupar casi toda la isla, con la torre del homenaje en el punto más alto. A finales del siglo XIV, el castillo pasó a ocupar tan sólo un quinto de la extensión original, quizá debido a la imposibilidad de mantener un destacamento de la envergadura necesaria para defenderlo. Por otra parte, el confortable interior se ha transformado en un museo en memoria del clan de los MacRae. Se conservan además elementos decorativos de gran interés: escaleras de caracol, techos abovedados, muebles del siglo XVII, una recreación de la cocina existente en 1932 y estancias señoriales, de entre las que destaca el salón de los banquetes, soportado por hermosas vigas de abeto de Douglas, traídas de Canadá por la rama de los MacRae que emigró allí. El castillo sigue siendo administrado y mantenido por la familia MacRae a través de una fundación.

Enmarcado en un paisaje montañoso y reflejado en las aguas de la ensenada, el castillo es en la actualidad uno de los lugares más visitados, fotografiados y filmados de Escocia. Su silueta ha sido vista en películas como El Señor de Ballantree, con Errol Flynn, Los Inmortales, con Christopher Lambert y Sean Connery o El Mundo Nunca es Suficiente con Pierce Brosnan encarnando a James Bond. El que un día fue símbolo del poder de los clanes y escenario de episodios truculentos y sangrientos, se ha transformado en decorado de película y demandado lugar en el que celebrar bodas. Me pregunto si los pendencieros espíritus de los MacKenzie estarán satisfechos con el cambio…
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jueves, 18 de junio de 2009

Legoland: el mundo de juguete



Durante la crisis económica mundial de la década de 1930, el ebanista Ole Kirk Christiansen ya fabricaba juguetes de madera para los granjeros locales y en 1934 bautizó a su pequeña empresa Lego, nombre que juntaba las primeras sílabas de las palabras danesas leg (jugar) y godt (bueno). En 1947 compró la primera máquina de moldeado por inyección de toda Dinamarca para hacer bloques de construcción que encajaban. Pero fue su hijo, Godfred, quien inventó y patentó el sistema de unión de las piezas actuales. A partir de ese momento, Lego se convirtió en todo un fenómeno.

Desde que los bloques salieron al mercado hace setenta años, la compañía Lego ha pasado de ser una pequeña empresa familiar a la fabricante de juguetes más grande de Europa. Fundada en Dinamarca, el país escandinavo más pequeño, la juguetera continúa ubicada en el pueblo de Billund. Pero en la actualidad esta pequeña comunidad posee el segundo aeropuerto más grande del país, y en ella está Legoland, con treinta réplicas de ciudades de quince países del norte de Europa construidas con piezas de Lego así como modelos de edificios y monumentos de todo el mundo. Y todo, todo, construido con piezas de Lego que se pueden hallar en cualquier caja de este juguete. Los barcos surcan las aguas, los trenes se mueve y los camiones circulan en esta inmensa y precisa maqueta.

Además de los clásicos bloques en colores primarios, blanco y negro, existen bloques más grandes para niños en edad preescolar y, desde no hace mucho, veinte líneas individuales de productos destinadas a clientes específicos como adolescentes románticos o niños aficionados a las tecnologías. La comercialización de complementos y productos autorizados, pro ejemplo en el sector de la ropa, no es más que otro indicador de la popularidad de la marca: se ha convertido en una de las concepciones de diseño más conocida del siglo XX, tan famosa como Coca-Cola, McDonald´s o Volkswagen. Desde su invención se han fabricado más de 349 billones de piezas; por tanto, estadísticamente, cada habitante del planeta posee unos 52 bloques. Probablemente no existe ningún otro juguete que pueda competir con la fama de Lego. Según algunos cálculos, aproximadamente unos 400 millones de niños y adultos de todo el mundo son aficionados a elaborar construcciones gracias a este fabuloso juguete.



Los educadores, como la propia empresa, han reconocido y alabado el potencial del juguete en términos sociales y comunicativos, pues la construcción tridimensional ayuda a los más pequeños a comprender y percibir el mundo. La estructura de los bloques favorece el desarrollo del pensamiento metódico y compatible. Hace aproximadamente diez años, el diseñador alemán y filósofo del diseño Otl Aichler apuntó que “la idea de captar una idea es algo más que la mera analogía visual del acto físico de atrapar. Una cultura basada en la mente no puede existir sin una auténtica cultura de la mano… Si a la mano se le permite alcanzar todo su potencial, no sólo se limita a trabajar, sino que además juega… Entonces también la mente se desarrollará con mayor libertad. La plasticidad en la mano es la plasticidad de la mente, el objeto agarrado es la idea captada”.
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domingo, 14 de junio de 2009

Gran Barrera de Coral: el Edén submarino (3ª parte)



Algo más de una hora de travesía nos separaba de un cayo de arena blanquísimo que sobresalía del mar como si fuera el lomo de algún enorme animal. La mitad del cayo estaba vallado para delimitar la zona protegida de anidación de aves. Cogimos las aletas, las gafas y el esnórkel y nos montamos en el bote que nos acercó hasta la playa. El agua estaba a una deliciosa temperatura de 26ºC, lo que hacía que el contacto con el mar fuera una experiencia de lo más placentera. Me senté en la arena de la playa, donde rompían las suaves olas, me puse las aletas y las gafas, incliné la cabeza, la metí dentro del agua y ¡zas! Allí estaban los peces. Había pensado que tendría que internarme más en el mar para ver el mundo submarino, pero no. Allí mismo, entre mis piernas estiradas en la arena, ya nadaban peces y pececillos.

Era una maravilla. Da igual las fotos y documentales que hayas visto o los artículos que hayas leído. La experiencia sensorial será mucho más intensa de lo que uno había imaginado. Es un símil que se ha utilizado hasta la saciedad, pero ello es porque es cierto: es como asomarse a otro planeta. En cierto modo lo es. La vida ahí abajo tiene poco que ver con nuestra experiencia cotidiana e incluso nos cuesta distinguir si algo es un animal o un vegetal, si es una roca o un animal camuflado. En este entorno somos nosotros los extraños.

Aun cuando ni siquiera bucee sino que me mantuve en la superficie simplemente mirando hacia abajo, pude ver una explosión de vida. Escarpados precipicios de coral y desfiladeros repletos de corales y peces de colores. Vi almejas gigantes, estrellas de mar, bosquecitos de anémonas ondulantes, esponjas excavadoras amarillas, esponjas tubulares, hierbas marinas, algas tortuga, budiones lunar azul, peces de medio pico, corales en plato, angelotes banda azul, arbustos de coral, corales cuerpo de venado… Peces tropicales con nombres exóticos pululan entre los corales luciendo sus colores fluorescentes: peces trompeta, plátax de cara roja, peces arilla, peces napoleón… también vi estrellas de mar rojas y pepinos de mar negros …. Fue como estar en un acuario público, pero (claro está) aquello era salvaje y natural.

Es posible observar, entre los tentáculos de las anémonas, pequeños peces de un naranja brillante con bandas negras y blancas: son los peces payaso. Estos peces encuentran refugios entre los tentáculos venenosos de aquellas criaturas, a los que son inmunes gracias a una capa protectora de escamas. Los científicos, a partir de los componentes químicos de esa capa, han creado el SafeSea, una crema que se aplican los submarinistas y que les protege de los nematocitos o células “venenosas” de anémonas, corales o medusas. Las sorpresas y maravillas de este nuevo universo parecen incontables. Una criatura que parece salida de la imaginación de un niño es el pez vaca, con forma de caja y un par de cuernos que sobresalen sobre sus ojos y que le dan su nombre.

No tuve esa suerte, pero no es imposible tener un encuentro con una tortuga marina. Debido a la caza despiadada que han sufrido estos animales, su número ha caído dramáticamente en los últimos años hasta el punto de que, aunque la Gran Barrera es el lugar del mundo con más ejemplares, se considera una gran suerte ver una de estas pacíficas criaturas, que se mueven por el agua como si volaran grácilmente a pesar de su pesado caparazón. Anida cada dos o cuatro años, excavando profundos agujeros en playas de arena, dentro de los cuales depositan más de un centenar de huevos. Después de haberlo hecho, se va. Así, las tortuguitas recién nacidas se tienen que valer por sí mismas cuando eclosionan del huevo. Con gran esfuerzo, se dirigen hacia el mar, donde son presa fácil de gaviotas y cangrejos. Los supervivientes volverán exactamente al mismo lugar al cabo de 20 o 30 años para repetir el ciclo y dar vida a una nueva generación de la especie. Nadie sabe cómo son capaces de encontrar de nuevo el sitio.

Por supuesto, como ya nos dijo nuestra amable monitora, el paraíso tiene también su cara oscura y peligrosa, uno de cuyos más agresivos representantes es el pez roca, cuya boca vertical y sus ojos situados en la parte superior de su cabeza justifican su nombre científico, Synanceia horrida. Ví un par de ellos, camuflados excepcionalmente bien en cavidades del coral, esperando que una presa se acercara. El incauto que lo pise no olvidará la experiencia si consigue sobrevivir. De acuerdo con el Australian Venom Research Unit, el pez roca “puede describirse como el pez venenoso más peligroso del mundo”. Las dos especies que viven en las aguas australianas lo hacen principalmente en la costa norte y el consejo a dar es: ten cuidado. Si se pisan las espinas dorsales, que están unidas a unas glándulas venenosas, se entra en un mundo de extremo sufrimiento. El pie duele y se hincha rápidamente y la víctima no tardará en debilitarse debido al dolor. Una salida inmediata del agua es esencial al igual que un tratamiento de primeros auxilios. Las buenas noticias es que las muertes son muy raras (no se ha registrado ninguna hasta la fecha) y hay antiveneno disponible. Las malas noticias son que sí puede producirse un daño permanente en los tejidos y que las espinas pueden quedarse clavadas dentro de la piel.

Otro amable vecino de la Barrera es el pulpo de anillos azules, que se puede encontrar en aguas someras y las piscinas naturales que se forman entre las rocas y arrecifes cuando baja la marea. Es precisamente su color lo que atrae la atención del visitante; de hecho, es cuando el animalito se cabrea cuando aparecen alrededor de su cuerpo anillos de intenso color azul, tan bellos que no puede pasar desapercibido, especialmente para los niños. Su mordedura no duele, pero su saliva contiene un veneno a menudo mortal. También hay que andarse con mucho ojo con las brillantes “conchas textiles de forma cónica”, porque lanzan dardos a cualquier cosa que las toque y el veneno que contienen bastaría para matar a 300 personas. Cada concha tiene 21 dardos.

Las profundidades marinas son semejantes a una ciudad. Durante el día, hay una gran actividad, con los peces que se alimentan de otros peces y el resto de vecinos viviendo en armonía. Durante la noche, la luz se hace más brillante: los rosados neón, los verdes, y los púrpura. La alimentación se intensifica y las capturas comienzan. Es el anochecer el momento en que barracudas y tiburones se muestran más activos y, protegidos por la oscuridad, capturan sus presas completando el ciclo de vida y muerte de este espléndido lugar.

Disfruté como un niño durante una hora, hasta que mi piel comenzó a arrugarse de un modo preocupante. Volví al barco para el almuerzo. Tomé mi plato de pasta sentado en cubierta, echando de vez en cuando trocitos de macarrones a los enormes peces ángel, del tamaño de un sillón, que nadaban alrededor del barco sabedores de que algo les caería.

Tras la comida, el catamarán puso rumbo hacia otro arrecife, en esta ocasión sin cayo de arena próximo, aunque el coral ascendía del fondo marino hasta menos de dos metros bajo la superficie en algunos puntos.

El hábitat del arrecife de coral está perfectamente equilibrado y se resiente de inmediato ante todo cambio. En los años sesenta y setenta se vio en peligro cuando la población de estrellas corona de espinas, que matan al coral al verter en él sus jugos digestivos, se extendió más allá de sus límites normales. La causa fueron los cazadores de souvenirs, que vaciaron el arrecife de tritones, moluscos predadores que reducen la cantidad de estrellas de mar. La protección al tritón ha disminuido de nuevo los niveles de estrellas, pero partes del arrecife tardarán 40 años en recuperarse

Para proteger esta maravilla, única en términos de diversidad, el gobierno constituyó en 1975 un parque marino que comprende tanto la superficie como las profundidades. Dicho estatus fue mejorado en 1983, cuando el gobierno de Queensland anunció la declaración de Parque Nacional para toda la Gran Barrera. Este aumento de la protección era necesario ante el incremento de la actividad turística y la amenaza de intereses industriales (sobre todo pesqueros) que planeaba sobre la zona.

Las autoridades tienen ante sí una tarea poco envidiable: compatibilizar la conservación con los intereses económicos de los habitantes de la zona. El litoral paralelo a la Gran Barrera es una zona altamente desarrollada, con la presión que ello supone sobre el medio ambiente. Los fertilizantes utilizados por los agricultores de la región acaban indefectiblemente siendo arrastrados al mar durante la temporada de lluvias, donde han comenzado a afectar el ecosistema de la barrera. Los responsables del Departamento de Parques australiano mantienen reuniones con ellos para intentar encontrar soluciones, pero no resulta fácil convencerlos de que cambien sus prácticas.

Además, Queensland cuenta con una importante industria pesquera, a cuyos barcos se suman las decenas de miles de yates particulares. A los locales se suman los millones de visitantes que acuden a la región, muchos de los cuales acuden a la Gran Barrera en tours organizados. Por supuesto, la pesca en todas sus modalidades, tanto comercial como recreativa, está controlada y sólo los aborígenes que habitan al norte del estado –la parte más inaccesible y, por tanto, menos visitada- tienen permiso para pescar libremente a la manera tradicional.

Se da por hecho que el turismo va a causar daños, por lo que se ha intentado limitar la agresión al mínimo posible. Sólo se admite el amarre en boyas establecidas y la mayoría de las inmersiones se realizan en lugares predeterminados, que acusan el desgaste ocasionado por tantos visitantes. Efectivamente, mucha gente se queja del estado del coral y yo mismo, lego en la materia, detecté desconchados y zonas decoloradas a causa de la reunión de buceadores en los promontorios y las cicatrices de las anclas de los botes y yates en el coral. Más lejos, los tramos exteriores están en mejores condiciones, aunque está claro que los lugares más populares muestran evidentes signos de deterioro. En todo caso sólo los buceadores experimentados pueden sentirse algo decepcionados. La decisión del Departamento de Parques protege grandes porciones de la Gran Barrera a costa de que la concentración de embarcaciones en unos cuantos sitios hace que los destrozos resulten muy evidentes en esos lugares.

Si uno llega a Cairns y decide no ir a ver la Gran Barrera de Coral, sus amigos y parientes le mortificarán por ello. Ahora bien, si no apetece o bien si viajar en barco marea, siempre se puede fabricar una mentirijilla. Todo lo que se necesita es decir que fuiste y seguir los siguientes consejos:

- Comienza siempre la historia de tu visita a la Gran Barrera de Coral describiéndola como una de las “grandes maravillas del mundo”. Si has estado en el Gran Cañón y las cataratas del Niágara, aquí tienes la oportunidad para hacer la comparación.



- Quizá podrías decir que te apuntaste a un cursillo de submarinismo y después te adentraste en la barrera con un reducido grupo de compañeros. Si crees que esto no hay quien se lo crea entre los que mejor te conocen, bastará que digas que has hecho snorkelling.


- Incluye siempre una historia de tiburones, pero no te pases. Nadie, ni tu abuela de 104 años, se va a creer que eres el único superviviente del ataque de un gran grupo de gigantescos tiburones blancos. Bastaría con que hubieras divisado un tiburón de arrecife a una distancia de unos 50 m. Suena más verosímil.



- Si has llegado hasta Cairns, lo más probable es que realices un viaje en barco. Una buena idea sería decir que has ido en uno de esos barcos con fondo de cristal, para que así puedas mentir con fundamento sobre la “asombrosa y multicolor vida marina del arrecife”.

La Gran barrera no es sólo para buceadores. De hecho, sólo el uno por ciento de sus arrecifes recibe la visita regular y permitida de submarinistas. El resto, entre los que mi incluyo, permanecemos ajenos a las botellas de aire comprimido y aletas. Pero para todos, incluso para los que sólo quieren pasar un día en el mar disfrutando de maravillosos paisajes marinos o prefieren desembarcar en alguna de las islas para caminar por la maleza o incluso los bosques, para todos, repito, la Gran Barrera ofrece una experiencia que se encuentra más allá de lo que obtiene el común de los viajeros. Volvimos a Cairns satisfechos y con la certeza de haber gozado del privilegio de disfrutar de algo muy especial, un día inolvidable en una verdadera maravilla de nuestro planeta.
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martes, 9 de junio de 2009

Gran Barrera de Coral: el Edén submarino (2ª parte)


Una vez hemos elegido el día adecuado, la primera regla es: “protégete contra el sol”. La nuestra era una mañana magnífica y pasamos la mayor parte del tiempo en la cubierta, en una sólida red que colgaba entre las dos proas del buque. Era una delicia estar tumbado al aire libre, sintiendo la brisa marina y con el tranquilo océano abriéndose ante nosotros mientras la costa iba quedando atrás. Pero era necesario aplicarse de manera frecuente crema de alto factor de protección, puesto que el sol no perdona en el trópico. Ni siquiera la tripulación, un conjunto de gente joven y alegre, con una piel curtida por la vida al aire libre, descuidaban el cuidado de sus miembros y cara.

Al cabo de una hora de navegación, la tripulación nos reúne en la amplia cabina central situada entre ambos cascos y nos explica lo que vamos a ver y cómo lo vamos a hacer. Aquellos buceadores más experimentados y con licencia PADI tendrían a su disposición el equipo necesario, desde trajes de neopreno hasta botellas de oxígeno. Los ignorantes en el arte del submarinismo pero lo suficientemente animosos, podían hacer una breve inmersión de prueba bajo estrecha supervisión de un par de monitores. Yo me encontraba en la más numerosa de las divisiones, la de los practicantes de esnórkel, pero aún había otra menos aventurera que tenía a su disposición un minibarquito con fondo de cristal desde el que poder contemplar el fondo coralino sin mojarse. No era nuestro caso, pero quien tuviera más experiencia y lo deseara podría en Cairns contratar tours para hacer submarinismo en pecios (en esta zonas se registraron más de 1.000 naufragios en el siglo XIX).

Con el humor y la soltura que da la práctica, una atlética muchacha australiana nos explica con profusión de gestos y ademanes las medidas de seguridad que hemos de contemplar

- Una reacción corriente entre los bañistas poco acostumbrados al océano es que se meten en el agua, se dejan llevar por las corrientes mientras disfrutan del espectáculo submarino y de repente descubren que se han alejado demasiado del barco. Se agotan y pueden llegar a desmayarse o sufrir algún ataque al corazón si están predispuestos a ello. E incluso si pasa esto último, como estaréis en el agua con los brazos y las piernas extendidos y la cara bajo la superficie, desde el barco no tenemos manera de saber quiénes bucean realmente y quiénes se han muerto. Hasta que soplamos el silbato y salís todos del agua no nos damos cuenta de que hay uno que se ha quedado flotando a la deriva.

Para que nos sintiéramos más seguros, nos explicó que cuando el barco se detuviera y nosotros nos dedicáramos a lo nuestro, es decir desparramarnos por las aguas próximas para explorar el coral, habría de manera permanente un par de miembros de la tripulación vigilando con prismáticos para el caso de que alguien se encontrara en problemas. El sonido del mar o la distancia impediría que nos oyesen o entendiesen lo que gritáramos, por lo que nos enseñó los sencillos movimientos de brazos que debíamos hacer para indicar diferentes situaciones: “Estoy en apuros, venid a recogerme YA”, “Estoy algo cansado para seguir nadando, por favor enviadme un bote para recogerme en cuanto podáis”, “No pasa nada, todo va bien, seguid de guardia muchachos” , ésta última en el caso de que fueran ellos los que nos hicieran señas tras detectar nuestra misteriosa inmovilidad, incapaces de discernir si era debido a una tranquila muerte o al embelesamiento que nos producía la vida marina.

Todo el mundo conoce la escalofriante historia de aquella pareja a la que se dejaron olvidada en el agua durante uno de esos cruceros, hace ya de esto algunos años. Cuando el barco llegó a puerto y se dieron cuenta de que faltaban, se montó una operación de rescate pero nunca se les volvió a ver. Para evitar historias como esa, ahora las compañías que se dedican a pasear turistas por la Barrera asignan a cada pasajero un número que debe memorizar. Cada vez que se regresa al barco de una inmersión o un baño y antes de poner en marcha los motores, se pasa lista concienzudamente, identificando a todo el mundo.

Nuestra tutora australiana continuó ilustrándonos acerca de lo que hacer y lo que no.

- Las historias de ataques de tiburones, pulpos salvajes y almejas gigantes tienen mucho eco en la prensa, pero son en su mayoría ficción o exageraciones. Sin embargo, unos pocos percances en el arrecife pueden llegar a estropearles las vacaciones, por lo que deben tener en cuenta lo siguiente.


Cortes con corales o conchas son los percances más habituales, y se infectan si no se tratan inmediatamente extrayendo cualquier fragmento y utilizando un antiséptico. Llevamos lo necesario a bordo para tratar ese problema.

En cuanto a los animales que hay que evitar suelen ser pequeños. Las medusas que se encuentran en el arrecife pueden causar náuseas y levantar dolorosas ampollas, pero no suponen un peligro para la vida. Aunque no es temporada de medusas, les recomendamos que para evitar problemas se pongan los monos de licra o neopreno que llevamos a bordo. Con ello estarán protegidos. Algunos corales pueden producir también una desagradable picadura.

La muchacha concluyó con un consejo que resumía todos los anteriores, como el último mandamiento: la mejor protección en el arrecife es simplemente mirar y no tocar. Y es que aquí casi no hay nada que no pueda hacer daño.


Para los visitantes extranjeros de las playas australianas, acostumbrados a nada más violento que estrellas de mar resecas y vertidos de cloacas, los mares australianos pueden resultar algo atemorizantes. Tiburones, medusas, serpientes marinas… suficiente para que alguien ligeramente paranoide se quede varado en la arena. La criatura que resumen todo lo temido por estos paranoides es el papá de todos los tiburones, el más malo entre los malos gracias a la película “Tiburón” de Spielberg –por no mencionar los incontables documentales de trastornados sumergidos en el agua en el interior de jaulas de metal con voces en off sobreactuando-: el Tiburón Blanco. Como nadie preguntaba pero todo el mundo lo pensaba, la muchacha agregó:

- Tiburones. Si ven algún tiburón, podrán considerarse afortunados. La caza intensiva a la que se han visto sometidos ha acabado por diezmar la población de esos peces y se han convertido en una rareza. De hecho, nosotros hace meses que no hemos visto ninguno en las inmersiones que realizamos a diario. No debe ser algo que les amargue la excursión.

Para quien esto no le baste y se pregunte cómo de peligrosos son los tiburones, la respuesta es que no mucho. Es más probable sufrir un accidente aéreo que ser atacado por un tiburón. Hay más de 166 especies de tiburones en las aguas australianas y la mayoría de ellas son demasiado pequeñas como para que pase por su diminuto cerebro atacar a un ser humano. Esto no quiere decir, sin embargo, que uno se pueda tomar libertades con los tiburones. Como regla general, cuanto más grande es el escualo, más peligroso para el hombre. Hay excepciones, claro. El gigantesco tiburón ballena se alimenta de plancton. En la división de los grandes tiburones –y peligrosos- están el Tiburón Blanco y el Tiburón Tigre.

La gente se come a los tiburones, no al revés. Lo que normalmente consumen en sus casas como “fish and chips” suele ser tiburón y la sopa de aleta de tiburón es muy popular en algunos países. Esto, unido a la baja tasa de reproducción de estos animales hace que la pesca comercial del tiburón esté reduciendo su número drásticamente.

Además, algunas especies de tiburón se alimentan de otras y muchos peces carnívoros incluyen en su dieta escualos más pequeños que ellos mismos. Las ballenas orcas y otros mamíferos con dientes, como los delfines, también pueden comer tiburones pequeños. Algunos moluscos se alimentan de los huevos de los tiburones y en algunas especies, la primera cría en nacer se vuelve caníbal y se come a sus hermanitos.

Puede que nos digan que no hay muchos tiburones, pero los propios australianos prefieren no correr riesgos. Las redes para tiburones se extienden a la entrada de muchas playas de Australia. Algunas especies de tiburón deben nadar continuamente para asegurar el flujo de agua sobre sus agallas de tal manera que puedan extraer oxígeno del agua. Si el movimiento cesa, lo que ocurre si el tiburón se enreda en una de esas redes, se ahogará. Muchos grupos conservacionistas están pidiendo la eliminación de redes por esa razón. Pero no es la única: estas redes atrapan no solamente tiburones peligrosos, sino tortugas inofensivas, mantas e incluso mamíferos como dugongos o delfines. Es cierto que los ataques de los tiburones han disminuido considerablemente desde su uso, pero también lo ha hecho el número de tiburones. La educación de los bañistas y los salvavidas ojeadores han demostrado ser también eficaces, por lo que el decremento en los ataques bien puede ser debido a estos dos últimos factores más que a las redes.

En el hipotético caso de un encuentro con un escualo –continuó nuestra profesora- hay varias reglas generales de sentido común que pueden evitarnos un susto. En primer lugar, claro está, hacer caso de las señalizaciones que puedan avisar de la presencia de los tiburones. En segundo lugar, no nadar al amanecer o atardecer, puesto que estas son las horas en las que los escualos se muestran más activos.

Nadar o bucear cerca de colonias de focas o grandes bancos de peces es arriesgarse más que hacerlo en lugares donde el alimento de los tiburones está menos concentrado. En tales circunstancias conviene no bucear solo y si está haciendo pesca submarina, no llevar las capturas colgando del cinturón. Por último, acercarse demasiado es buscarse problemas. Y, por supuesto, es de idiotas intentar alimentarlos a mano”.

Quizá el más famoso de los tiburones que pululan por las aguas australianas, como hemos dicho, es el tiburón blanco. Este animal puede superar los 6 metros de longitud y suele hallarse en aguas subtropicales, por lo que no era probable que lo encontráramos allí. Es curioso que la temperatura corporal de este tiburón suela ser algo más alta que la del agua que lo rodea. Esto hace que permanezcan activos en aguas templadas, pero que no naden en los trópicos por el riesgo de sobrecalentarse.

Más tarde, mientras esperaba para almorzar, eché un vistazo a una de las guías de animales de abordo. Allí estaba, el Tiburón Blanco, con una serie de imprescindibles pistas básicas anotadas al pie:


- El Gran Blanco es una criatura solitaria, lo que, obviamente, es un punto a nuestro favor ya que en el peor de los casos sólo nos las tendríamos que ver con uno.
- No todos los tiburones australianos son blancos
- Puedes identificar fácilmente a uno de ellos: ¿es enorme y te meas en el bañador al verlo? Ahí lo tienes
- Los grandes blancos se alimentan de carne. No pierdas el tiempo tratando de distraerlos con una galletita o una chocolatina.
- Las hembras son más grandes que los machos, aunque no se qué conclusión extraer de ello.
- Los tiburones blancos tienen hasta 3.000 dientes aserrados de forma triangular dispuestos en hileras, así que como te atrape, es imposible soltarse.
- “Muerde y traga” es el modus operandi del Gran Blanco. Al menos no vas a ser sádicamente masticado.
- Los tiburones blancos atacan desde abajo hacia arriba, así que si te pones nervioso, lo mejor es que bucees pegado al suelo del océano (conviene completar este consejo con el de no olvidar el aparato de respiración autónomo y el correspondiente cursillo de buceo).
- Los tiburones blancos poseen un sentido del olfato extremadamente agudo, particularmente bueno cuando se trata de oler sangre. Por esta razón se aconseja no llevar hígado de ternera o sangre de otros animales goteando del traje de buceo.

Como luego me confirmaría un amigo viajero zaragozano aficionado al buceo y que ha hecho varias inmersiones con tiburones, incluidos los blancos, todo el mundo le tiene terror al tiburón blanco –algo por lo demás tampoco tan sorprendente- pero en realidad es el tiburón tigre, uno de los escualos más rápidos, el que está considerado como el más peligroso del mundo. Este sí que ha atacado a mucha gente y en Australia se pueden encontrar ejemplares de hasta cinco metros de longitud.
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jueves, 4 de junio de 2009

Gran Barrera de Coral: el Edén submarino (1ª parte)


La ciudad de Cairns, en la costa oeste de Queensland, nació de la nada, en mitad de un manglar no demasiado atractivo, como punto de abastecimiento de los centros de explotación, primero de oro en el norte en 1876 y luego de la madera y el estaño de la meseta de Atherton, al oeste. Su puerto continúa siendo hoy el centro del comercio de pescado y gambas del norte de Australia. El turismo no era algo que pasara por la mente de sus provincianos habitantes hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la pesca del pez espada se convirtió en una actividad popular.

Pero lo cierto es que hasta la década de 1980, Cairns continuó siendo un aburrido reducto en mitad de un pantano tropical. Cuando el turismo de naturaleza comenzó a cobrar fuerza, los turistas empezaron a acudir en masa atraídos por su situación privilegiada respecto al arrecife de coral. La ciudad se transformó y le creció un aeropuerto internacional, restaurantes especializados en comidas de todo el mundo, enormes centros comerciales y hasta un gran casino. La estructura urbana de la población se ha venido manteniendo, con sus casas de poca altura, edificios con porches de madera y trazado en rejilla, aunque sus dimensiones y los intereses urbanísticos amenazan con llevarse por delante el bello y tranquilo entorno tropical que la rodea.


Sea como fuere, muchos visitantes atraídos por la propaganda sufren una decepción. Cairns carece del encanto de otras poblaciones costeras de Queensland y ya no es ni mucho menos el somnoliento y exótico pueblo tropical de otros tiempos. La animación es continua y las calles del centro están tomadas por las tiendas para turistas y las agencias de tours y deportes de aventura. Quien viene a Cairns lo hace para realizar actividades, no para visitar lugares de interés: hay pocos monumentos, naturales o de otro tipo. Esto se debe a que la ciudad estaba en una zona muy alejada que no tuvo enlace de ferrocarril hasta 1924; la gente vino originalmente aquí a explotar los recursos, no para asentarse.

Y desde luego, la inmensa mayoría de los visitantes acuden a Cairns por una única y enorme razón: la Gran Barrera de Coral. Tiene más de dos mil kilómetros de longitud, desde cabo York hasta Bundaberg, una anchura que puede alcanzar los trescientos kilómetros y concentra miles de especies de animales de todo tipo. Se trata de una auténtica explosión de vida.

Justamente en la región de Cains es donde esa maravillosa obra de ingeniería natural está más cerca de la costa, a unos 60 km mar adentro. No resulta extraño, por tanto, que Cairns sea, con Townsville, la mejor puerta de acceso a la Gran Barrera. Hay tantos modos de visitarla que la decisión puede ser difícil. En líneas generales, el arrecife se puede clasificar en tres regiones –interior, exterior e islas-, cada una con características diferentes. El arrecife interior, una sección protegida entre los muros exteriores y Cairns, es plano y poco profundo, por lo que es un buen lugar para los principiantes. El arrecife exterior está al borde del mar abierto, por lo que su atractivo reside en la forma de las paredes, los cañones, las aguas profundas y los peces más grandes. Los arrecifes de la isla son, en general, una mezcla entre el arrecife interior y el exterior, pero tienen un acceso muy fácil, ideal si no se está seguro de la aptitud propia como submarinista.

Todas las regiones se visitan en cruceros de un día, con barcos que van desde viejas barcazas a yates de competición. Una manera de elegir el barco apropiado es simplemente ver los precios: los botes pequeños y sin mucho espacio para los viajeros son los más baratos, mientras que los espaciosos y rápidos catamaranes son los más caros. Desde la ciudad, se organizan viajes de un día, de dos y de cuatro. Nuestra elección fue un elegante catamarán bautizado como Passion of the Reef, con capacidad para algo más de 50 personas. Parecía un avión diseñado por Howard Hughes tras haber pasado demasiado tiempo encerrado en hoteles, sufriendo desinfecciones y leyendo cómics de superhéroes.

Soltamos amarras y partimos hacia nuestro objetivo. Según con quien hables, te dirá que la Gran Barrera de Arrecifes tiene una superficie de 280.000, 340.000 km2 o una cifra intermedia; mide 1.930 km de arriba abajo, o bien 2.570. Consiste en unos 3.000 arrecifes separados y más de 600 islas. Dada su naturaleza, no es fácil encontrar consenso en cuanto al punto en el que comienza y termina pero da igual. Es grande, muy grande. Mayor que países como Ecuador, Italia, Japón o el Reino Unido por citar sólo unos pocos.

Los primeros que se aventuraron por aquí fueron los aborígenes, remando en sus canoas en expediciones de pesca. Como no sabían leer ni escribir, el mérito del descubrimiento acabó atribuyéndose a alguien que sí sabía. En 1768, el navegante inglés James Cook había partido de su país rumbo al Pacífico Sur a bordo del navío Endeavour, llevando a bordo un grupo de astrónomos cuya misión era observar el movimiento de Venus alrededor del Sol. Desde Tahití, Cook se trasladó a Nueva Zelanda y desde allí navegó hasta la costa suroccidental de Australia. En abril de 1770 desembarcó en la que bautizaron como Botany Bay (Bahía Botánica) por su fascinante flora.

Continuó con rumbo norte manteniendo siempre la costa a la vista para ir cartografiando el litoral de aquellas tierras desconocidas. Sin saberlo, se introdujo en las aguas someras que separan la barrera de coral del litoral e, inevitablemente, acabó encallando. No tuvo más opción que varar el navío y proceder a repararlo, labor en la que emplearon dos meses. No fue tiempo perdido porque lo empleó en estudiar las maravillas de la Gran Barrera de Coral.Fue el primer hombre en catalogar y examinar con ánimo científico la extraordinaria formación y los animales que en ella viven.

El nombre Gran Barrera de Coral puede llamar a engaño, porque no se trata de una hilera continua. Está compuesto, como dije, de islas, arrecifes y macizos coralinos en diferentes etapas de desarrollo que van desde frágiles líneas que apenas destacan del fondo hasta formaciones que alcanzan anchuras superiores a los 300 kilómetros. Entre unas y otras se abren lagunas, canales y estrechos, formando un increíble cuadro multicolor que sólo es posible apreciar desde el aire. Pero, ¿qué es el coral?

Los corales fueron originalmente clasificados como plantas, porque sus exquisitos colores y formas permiten comparar al arrecife con un jardín, en el que los corales serían las flores. Y, en realidad, dado que los tentáculos del coral ondulan en las cálidas y cristalinas aguas o se abren para capturar a sus presas, no es difícil imaginar todo el arrecife como una vasta plantación. Pero ésa es la única analogía: los pólipos del coral, cuyo exoesqueleto compone la sustancia sólida del arrecife, son animales invertebrados, parientes de las anémonas de mar aunque, a diferencia de éstas, su cuerpo blando y multicéfalo posee una envoltura dura, que ellos mismos crean a la manera del caracol cuando forma su caparazón. Así, cada crestón de coral está conformado por una base de esqueletos de pólipos muertos miles, millones de años atrás, y una cubierta de pólipos vivos, que asoman por entre los hoyuelos de sus carapachos para obtener alimento.

Un alga unicelular vive adherida al cuerpo de los corales; de ella dependen para la construcción del arrecife, en una relación de beneficio mutuo. El coral protege a las algas, que obtienen nutrientes de algunos de los fluidos del cuerpo de aquél y, dado que son plantas, pueden servirse de la luz solar para producir alimento, parte del cual absorbe el coral. Pero, sobre todo, le permiten convertir las sales de calcio del agua del mar en carbonato de calcio para su esqueleto. Sin las algas, los pólipos de los corales no pasarían de ser anémonas agrupadas en colonias, y los arrecifes no existirían.

Se requieren unas condiciones ambientales muy específicas para que los corales se desarrollen. En primer lugar, el agua debe ser poco profunda y clara. Poco profunda para que la luz solar pueda alcanzar fácilmente el coral y sus algas. Por debajo de los 100 m de profundidad no hay arrecifes. Clara, puesto que cualquier sedimento impediría al coral atrapar con sus tentáculos el alimento que necesita. En segundo lugar, la temperatura no puede ser menor de 21ºC todo el año. Y, finalmente, el coral precisa de materia sólida para anclar su esqueleto, es decir, un fondo marítimo rocoso. Los corales pueblan todo lugar que cumpla con estas condiciones, y por eso muchas de las islas cercanas a la costa australiana poseen sus propios bordes de coral.

La Gran Barrera de Coral alberga, al menos, a 350 especies de coral diferentes, con una gran variedad de forma, tamaño y color. Algunas son microscópicas; otras (como el coral cerebral, cuya forma y surcos semejan un cerebro humano) alcanzan 2 m de ancho. En los márgenes externos del arrecife se dan especies viscosas capaces de resistir el golpe del oleaje, en tanto que las delicadas variedades lanceoladas deben cobijarse en aguas tranquilas. Las hay en forma de abanico y cúpula, fusta y cornamenta, flor y bonsái. Como las aguas que los abrigan van del blanco al azul y al índigo, los corales poseen matices lo mismo rosados que fucsias, amarillos, azules o verdes.

Sus formas vienen también dadas por la feroz competencia que tiene lugar entre las distintas especies. Puede que el lugar nos parezca un jardín del edén submarino, pero en todo momento está teniendo lugar una lucha a muerte entre los mismos corales. Algunas especies tratan de superar a sus rivales creciendo rápidamente: varias de las especies cuerno de venado, por ejemplo, se expanden hasta 26 cm2 al año. Otras cambian de forma según la profundidad en la que anclan: son planas en aguas profundas de luz escasa y se alargan como dedos donde hay sol.

La diversidad de niveles, grados de claridad y quietud, temperaturas y tipos de alimento ofrecen las condiciones óptimas para miles de formas de vida. Se calcula que en la Gran Barrera habitan más de 1.400 especies de peces, moluscos, anémonas, gusanos, esponjas y aves, aunque nadie lo sabe con exactitud. Sencillamente, hay demasiadas especies y el área a cubrir por el escaso personal científico es inmensa. El coral representa tan sólo un 10% de la población. Y si difícil es contabilizar y clasificar a los animales, comprender la compleja interrelación de todos ellos parece una labor imposible. Un ejemplo del importante papel que todos cumplen aquí podría ser la humilde e invertebrada holoturia, esencial para la protección de la masa del arrecife, pues secreta fragmentos microscópicos de valvas y arena que, hundidos en el fondo del mar, cierran las grietas de los cimientos del coral.

Los peces han tenido que especializarse para responder a las exigencias de la vida en el arrecife. El budión ha desarrollado una larga trompa para conseguir alimento en las fisuras. El brillante labro limpiador de rayas azules cuida la salud de otras especies consumiendo sus parásitos. El pez loco olvida todo instinto predatorio y permanece en trance, boca y branquias abiertas, mientras el labro le extrae parásitos, aun del hocico mismo. La blenia es capaz de adoptar apariencia y conducta de labro, pero muerde al otro pez en vez de asearlo.

Algunos peces llaman la atención por sus colores brillantes; quizá las ventajas de ser divisados por una pareja potencial son mayores que el riesgo de los predadores. Otros son expertos en camuflaje: la escorpina viste de faldón largo para pasar por piedra algosa; sin presa a la vista, permanece inmóvil, pero se abalanza veloz cuando algo comestible queda a su alcance. Los meros pueden cambiar el color y el dibujo de su piel para confundirse con el entorno. La boca y la mandíbula se abren tanto que la presa llega directamente al gaznate.

La espectacular vida marina y su asombroso ambiente hacen del arrecife de coral australiano una de las mayores maravillas naturales del mundo. Es también una de las más jóvenes: cálculos recientes basados en análisis de muestras de su centro indican que en algunas partes tiene apenas 500.000 años –muy poco en términos evolutivos-, y aún las zonas más maduras llegan difícilmente al millón de años. La biodiversidad evolucionada en tan breve tiempo acredita las idílicas condiciones de las cristalinas aguas en que han podido adaptarse y prosperar tantas criaturas.

En una excursión a la Gran Barrera hay que tener una serie de cosas. El clima es el primer factor a considerar: desde finales de abril hasta octubre, los cielos claros y las brisas moderadas ofrecen condiciones ideales para poder observar los corales, bucear, nadar, pescar y tomar el sol. Y aquél era uno de esos días perfectos. En un par de semanas empezarían a aparecer los primeros signos de la estación húmeda, con vientos variables y cada vez más nubes y precipitaciones.
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martes, 2 de junio de 2009

Samarcanda: un pasado resplandeciente (3ª parte)


El último punto de interés monumental de Samarcanda es la tumba del mítico Tamerlán, el Guri Emir. Su nombre había venido surgiendo una y otra vez desde que entramos en Uzbekistán. Hacía un calor intenso y las sombras que proyectaban los muros del mausoleo nos permitieron recobrarnos del paseo antes de penetrar en la sala mortuoria. La primera de las invasiones nómadas que arrasaron estas tierras fue conducida por Gengis Khan, “Rey Universal”, un caudillo mongol menor que pondría a todas las tribus nómadas de Mongolia a su mando. Con la vista puesta en las ciudades allende sus fronteras, inició una campaña de rapiña y conquista que derivó en el establecimiento del gran Imperio Mongol, del mar Adriático al océano Pacífico. Los mongoles eran hábiles jinetes e, inspirados por su líder, demostraron incontenible fuerza. Tras devastar Beijing en 1215, se apoderaron de la Ruta de la Seda y en 1221 sitiaron Samarcanda. Cuando 100 años más tarde el viajero árabe Ibn Battuta arribó a la ciudad, la halló aún en ruinas.

El segundo jefe nómada de importancia para la ciudad, fue Tamerlán, un hombre de raza turco-mongola nacido cerca de Samarcanda en 1336 y que se autonombró soberano de la línea Chagatai de los khanes (dinastía iniciada por el segundo hijo de Gengis Khan) en 1367. Viéndose como descendiente del terrible Khan, decidió encabezar el decadente Imperio Mongol para lograr su restauración. Esa es la versión uzbeca contemporánea, claro.

En realidad, Tamerlán pasó sus años de juventud asaltando las caravanas que transitaban por tierras de Asia Central sin más objeto que el pillaje. En una de estas reyertas Timur fue herido en la pierna y la mano derechas y dejado por muerto. Milagrosamente recuperado del lance, nunca recobraría el total funcionamiento de su extremidad, lo que le valió en adelante el sobrenombre de Timur Leng (Timur el Cojo), que derivaría en el nombre de Tamerlán para los occidentales. El relato de sus hazañas le convirtió en un jefe legendario al que acudían numerosos aventureros y jóvenes idealistas hasta formar un ejército con el que sometió a los diversos jeques y emires en que había quedado fraccionado el imperio.


En cierta manera, la situación en las postrimerías del siglo XIV era muy parecida a la que había afrontado Gengis Khan casi dos siglos antes, al estar rodeado por Estados en decadencia gobernados por dinastías debilitadas. Conquistó Samarcanda e instaló en ella su capital. Dominando amplias extensiones de territorio y controlando el comercio, la riqueza que acumuló le permitió mantener y ampliar un ejército que haría la guerra con éxito hasta destrozar a los turcos y llegar a orillas del Mediterráneo, el mar Negro y el valle del Indo. Si Gengis Khan había sido sanguinario y cruel, Tamerlán no se quedó atrás. Ciudades enteras, millones de personas fenecieron bajo las espadas, lanzas y flechas de sus jinetes y se dice que levantaba pirámides con las cabezas de sus víctimas.

Quizá esa extrema violencia tenga la misma explicación que su amor a la belleza, que le llevó a patrocinar las artes y construir edificios por los que se le recuerda y venera hoy día. Y es que se dice que Timur era un hombre extremadamente feo, cojo, tuerto y con un brazo mutilado. ¿Fue quizás ese complejo lo que condicionó su carácter hasta convertirle en un monstruo temido por millones de personas al tiempo que un mecenas de la belleza?

Timur tuvo un largo reinado. Murió casi a los setenta años, en 1405, mientras preparaba la invasión de China. Había reinado por espacio de treinta años, pero su recuerdo perviviría mil quinientos años más. Con su muerte, el imperio que tanta sangre había costado, no hizo sino declinar, falto de una dirección firme en unos tiempos y unas tierras de continuos vaivenes políticos y militares.

Su cuerpo fue enterrado en Guri Amir (en farsi quiere decir “la tumba del emir”). El exterior era poco llamativo y su emplazamiento, rodeado de edificios modernos sin gracia no parecía digno de un ser tan maligno. Parte del complejo se vino abajo con el tiempo y la medersa que formaba parte del mismo no sobrevivió a la prueba del tiempo, dejando sólo su fachada delantera como prueba de su existencia. Sin embargo, la sala en la que yace el gran conquistador junto a dos de sus hijos y dos nietos –uno de ellos Ulughbek- no solo se halla en perfecto estado sino que luce magnífica.


La estancia, donde un guarda vela porque se mantenga un silencio respetuoso, está en semipenumbra, iluminada por una sugerente combinación de luz artificial y rayos de sol que filtran unos pequeños ventanales.

Es una decoración exuberante, recargada, a base de mosaicos y bajorrelieves con motivos caligráficos. Tampoco la ordenada decoración geométrica propia del arte islámico pareció ser suficiente para Tamerlán aun cuando no tenía previsto que lo enterraran aquí. El propósito del mausoleo era el de honrar los cadáveres de sus hijos y nietos, pero la súbita muerte del conquistador obligó a sus hombres a enterrar su cuerpo aquí en lugar del lugar que había dispuesto para ello en su lugar de nacimiento, Shakhrisabz. Sus restos se hallan bajo la protección de una espléndida cúpula turquesa. En una tarima, frente a nosotros, el mayor bloque de jade del mundo, traído del Turquestán chino y sobre el que se han inscrito versos en escritura árabe, señala el lugar concreto si bien, como sucede en muchos mausoleos asiáticos, los bloques que marcan las sepulturas son solo eso, “marcadores”. Las auténticas tumbas están en una cámara subterránea.

Svetlana no puede evitar su comentario de guía turístico, narrando la siniestra historia según la cual, cuando los rusos abrieron la tumba de Tamerlán hicieron caso omiso de una inscripción que advertía: “Aquel que abra esta tumba será derrotado por un enemigo más feroz que yo”. Al día siguiente, 22 de junio de 1941, Hitler atacaba la Unión Soviética. Historias sobre maldiciones como esta abundan por todo el mundo (la de Tutankhamon es la más conocida). Si tenemos en cuenta que Rusia acabó aplastando a Alemania, no podemos decir que la ominosa advertencia se cumpliera.

Tamerlán se ha convertido en una especie de héroe nacional merced la corriente nacionalista impuesta por el actual gobierno tras la desintegración de la Unión Soviética. Sus estatuas están por doquier, algo que resulta incomprensible por cuanto en muchos casos han venido a sustituir las de Lenin, quien junto a Stalin, fue responsable de la muerte de millones de personas.

Da igual que Tamerlán no fuera uzbeco (quienes llegaron a la región cien años después) o que fuera un personaje que causó dolor y destrucción allá donde extendiera sus garras. El pueblo uzbeco necesita inventarse un pasado. Lo que hoy conocemos como Uzbekistán ha sido territorio de paso de tribus nómadas, árabes, persas, mongoles, grupos turcos y rusos. No parece haber algo estable sobre lo que anclar unas raíces. Ni siquiera sus fronteras responden a un criterio razonable. La propia Samarcanda, donde se oye hablar sobre todo farsi, pertenece culturalmente a Tayikistán, mientras que ciudades como Konya Urgench, hoy en Turkmenistán, estuvieron siempre bajo el control de Bujara. Tamerlán ha sobrepasado su propia figura. Lo han elegido como padre de la patria, quizá, por ser el “uzbeco” más conocido –tristemente, eso sí- de la historia de la región.

Salimos del mausoleo y tomamos la calle que desemboca en la avenida principal. Para mi sorpresa, la placa que marca dicha calle muestra caracteres que me son familiares. Un paisano nuestro ha dado nombre, nada menos, que al camino que lleva a la última morada del héroe nacional: Rui Gonzalez de Clavijo. Fue este castellano un noble de la corte del rey Enrique III de Castilla en un momento en que muy lejos de allí se estaban produciendo acontecimientos trascendentales. El emir otomano Yildirum Bayazid I, conocido en España como Bayaceto, había conquistado toda Asia Menor, vencido los caballeros europeos de la Cuarta Cruzada en 1396 y puesto sitio a Constantinopla. Nada parecía poder detenerlo. Y entonces apareció por el horizonte otro conquistador: Tamerlán.

Haciendo bueno el dicho de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, los monarcas de la cristiandad, desde el emperador de Constantinopla hasta el rey de Francia, se apresuraron a enviar emisarios a Tamerlán, ofreciéndole tratados, hombres y tributos con tal de que pusiera a sus ejércitos a trabajar en la tarea de derrotar al turco. No parecían darse cuenta del carácter del personaje aun cuando solo unos meses antes Tamerlán había pasado a cuchillo a todos los caballeros de la Orden de los Hospitalarios que defendían Esmirna, después de haberse negado éstos por segunda vez a rendirse. Tamerlán, por su parte, contestaba a los reyes cristianos en términos esperanzadores solicitando el permiso para enviar comerciantes a Génova, Venecia y Castilla.

Fue precisamente el rey de Castilla quien decidió enviar a Rui González de Clavijo al frente de una embajada a Samarcanda con el fin de entregar una carta al gran conquistador, quien había acabado venciendo a Bayaceto, tomando el control de las rutas comerciales y ampliando enormemente sus dominios. Tras sus victorias militares, se encontraba de vuelta en su capital.

El 21 de mayo de 1403, el castellano, acompañado por una docena de hombres, embarcó en Puerto de Santa María para atravesar el Mediterráneo, cruzar el Bósforo y navegar por el mar Negro hasta Trebisonda. Desde allí se internó en Anatolia, cruzando montañas, valles, mesetas y ciudades hasta llegar a Samarcanda en septiembre de 1404.

Aunque fue recibido con honores y todo hacía esperar que conseguiría una audiencia con el emperador, lo cierto es que Tamerlán partió hacia China sin recibirle, por lo que la misión diplomática, que pretendía convencer al emperador para que abriera las rutas comerciales que unían Occidente con China, pudo considerarse un fracaso. Tras dos meses en Samarcanda, el grupo español inició la vuelta a casa, un viaje de regreso turbulento y plagado de incidentes, puesto que la muerte de Tamerlán unos meses después generó un clima de inquietud y revueltas políticas.

Clavijo perdió todos los presentes y obsequios que le habían sido entregados y llegó a casa con las manos vacías, sin ni siquiera una carta o un mensaje que entregar a su señor. Uno podría pensar que lo único que dejó Clavijo fue su nombre en la placa de una calle. La Ruta de la Seda, además, perdió importancia con el cierre de las fronteras chinas y la apertura de rutas marítimas con la India, por lo que su viaje aún tuvo menos relevancia. Pero con el transcurso de los siglos, su contribución resultó mucho más importante de lo que nadie hubiera podido pensar entonces: las notas que tomó y el magnífico relato que salió de ellas fue el primer libro de viajes de la literatura española. Su crónica nos da hoy una detallada imagen de un mundo ya desaparecido convirtiendo su aventura en un documento histórico de enorme valor.
Si el legado de Clavijo fue sobre todo inmaterial, también lo fue una de las aportaciones de Samarcanda a la historia de la humanidad. La ciudad, como parte de la Ruta de la Seda, jugó un papel importante en la transmisión del conocimiento del papel desde Oriente. El papel se inventó en el siglo I de nuestra era, y su nombre chino es Zhi, que curiosamente también quiere decir “seda”. Al principio, se servían únicamente de la borra de seda de los capullos desechados para fabricar un papel de seda muy fino, pero demasiado frágil. Buscando una solución, comenzaron a experimentar con las ramas jóvenes de morera cuyas hojas habían servido para alimentar a los gusanos. Un largo procedimiento que incluía el humedecimiento, rascado, baños en sosa caústica y mezcla con trapos viejos y almidón de arroz, escurrido, secado y martilleo, daba como resultado una sólida hoja dispuesta para múltiples usos.

Setenta y cinco años más tarde, los chinos descubrían también el principio de la imprenta. Como el papel era perecedero, con el fin de conservar los valiosos pensamientos de Confucio, éstos se grabaron sobre estelas de piedra. Y así descubrieron el procedimiento del grabado: bastaba con impregnar con tinta (tinta “china”) la piedra grabada y aplicar contra ella fuertemente una hoja de papel, para que el texto se reprodujera en el reverso de la hoja.

La fabricación del papel de morera permaneció secreta durante mucho tiempo. De hecho, el papel sólo fue fabricado en Samarcanda tras la derrota de los chinos frente a los árabes en 751 tras una batalla de cinco días que tuvo lugar cerca de la actual Djambul, en Kazajstán. Miles de soldados chinos fueron capturados, hechos prisioneros y llevados a pie hasta Samarcanda. Entre ellos se encontraban tejedores de seda, orfebres y técnicos de la fabricación del papel. Allí enseñaron a los vencedores la secreta técnica y fue así como Samarcanda se convirtió en el primer centro de esta industria en el mundo musulmán, que a su vez iba a convertirse en el proveedor del mundo cristiano.

Se trata de una revolución cultural más importante que la que supuso la diseminación de la sericultura en el ámbito económico. En primer lugar, por la reproducción cómoda y barata del texto escrito. En segundo lugar, porque únicamente el papel así fabricado permitió el nacimiento de la imprenta y, a partir de ahí, la enorme difusión del libro: libros santos del canon budista, libros clásicos confucianos, anales históricos, libros científicos o médicos, todos los conocimientos humanos en un gran número de ejemplares y con precios relativamente accesibles. Después de los chinos, aprovecharon los beneficios de la imprenta las otras civilizaciones, musulmana, cristiana y el resto del mundo. El secreto acabaría pasando a la España musulmana en el año 950, es decir, casi un milenio después de su invención.

Seis de nosotros decidimos ir a cenar aquella noche a alguno de los restaurantes al aire libre del Gorky Park. Nada más salir del hotel, en la Registanskaya, nos encontramos con una nueva sorpresa: el tráfico había sido cortado y las aceras estaban tomadas por una multitud de gente que esperaba algo, quizá un cabalgata. Conseguimos enterarnos de que estaban esperando el paso de una especie de desfile deportivo, alguien portando una antorcha o algo similar.

Ahmit, de origen y aspecto inconfundiblemente indio, debía haberse reunido con nosotros en el hotel, pero al no aparecer decidimos marcharnos sin él. Mientras esperábamos inmersos en la expectante multitud lo vemos caminando hacia nosotros acompañado de un muchacho vestido con el atuendo tradicional islámico, una túnica blanca de manga corta y el gorrito característico del mismo color. Resulta que Ahmit se había detenido en un cine a mirar la cartelera y el joven, estudiante islámico que se encontraba en la taquilla, lo invitó a ver la película al darse cuenta de que Ahmit era indio...¡de la misma nacionalidad que los populares protagonistas de la película que proyectaban! El joven, encantado de dar salida a su correcto inglés, se ofreció a escoltar a nuestro compañero al hotel después de la película y es entonces cuando nos los encontramos.

Nuestro multinacional grupo (nuestros orígenes, aparte de España, incluían Inglaterra, India, Estados Unidos y Nueva Zelanda) ya éramos objeto de suficiente atención, pero cuando Ahmit se unió a nosotros la situación tomó otro cariz. La gente comenzó a aproximarse formando un corro alrededor de nosotros y un grupo de chicas, acompañadas por una institutriz, rodeaba a Ahmit con ojos embelesados. Sacaron sus cuadernos para que nuestro azorado amigo, que no perdía su, al parecer, cautivadora sonrisa, les firmara un autógrafo. El joven islámico hacía de traductor para ellas: ¿Qué opinas de nuestro país? ¿Qué comida te ha gustado más?... y otras por el estilo. Parecían las típicas preguntas que se les hacen a las misses en los concursos de belleza, y Ahmit daba las respuestas que cabía esperar. Las muchachas se hacían fotos junto a él como si fuera una estrella de cine o un jugador de fútbol. Los demás quedamos totalmente eclipsados por la inexplicable popularidad de nuestro amigo indio. La única razón que se nos ocurría para tal fenómeno era que se debía parecer a alguno de los actores de las películas indias que circulan por todos estos países -por el contrario, Hollywood no había penetrado en la misma medida en estas tierras de indudable perfil asiático, más identificados en su modo de vida con la India que con California-.

El caso es que la situación no fue en absoluto del agrado de las autoridades. El evento principal, la antorcha pseudoolímpica, que a juzgar por el nerviosismo de los policías presentes, estaba aproximándose, interesaba ya menos que el tumulto que se formaba alrededor de nuestro grupo. Así que un policía a caballo que rondaba por allí se acercó y con un gesto brusco acompañado de un semblante malencarado, nos indicó que nos largásemos. No convenía provocar un altercado, así que mientras el corredor que portaba la llamita recorría la avenida escoltado por los preceptivos coches de la policía y jaleado por los aplausos del público, reanudamos nuestro paseo hasta el parque.
Bajo las frondosas copas de los árboles iluminadas con pequeñas bombillas de colores, nos despedimos con un brindis de la mítica Samarcanda, una ciudad de cuyos tiempos gloriosos apenas queda el nombre y un puñado de maravillosos edificios. Resulta paradójico que el brutal Timur fuera a la vez el artífice de un renacimiento artístico e intelectual con importantes aportaciones a la arquitectura y la astronomía. La fortuna de la ciudad había menguado tanto un par de siglos tras la muerte de Timur que a partir de 1720 estuvo deshabitada durante 50 años. En el siglo XIX cayó bajo dominio ruso; como capital de provincia y con el tendido de vías ferroviarias en 1896, inició su recuperación económica, que no artística, para convertirse en un importante centro de exportación de productos agrícolas.

Hay viajeros que todavía consideran Samarcanda como un lugar de leyenda oculto en las entrañas de un reino perdido, pero no hay duda que les vencen sus propias nostalgias. Samarcanda dejó de ser mágica e inaccesible a mediados del siglo XX, cuando los soviéticos se empeñaron en derruir la castigada ciudad antigua e intentaron convertir el lugar en un espacio carente de alma. Pero no se salieron totalmente con la suya. Samarcanda parece inmortal y ha salido con vida de numerosos atentados perpetrados por todo tipo de conquistadores.
Aunque la ciudad no es hoy la misma que mencionó Marco Polo en el siglo XIII, conserva suficiente de su encanto como para merecer una visita. Sobre todo porque aquí, aunque parezca mentira, todavía es posible sentirse viajero. De entrada, no es fácil comunicarse con la población local. A menos que uno domine tayiko, uzbeko o ruso, es casi imposible conversar con las capas más desfavorecidas de la ciudad. Cierta elite local sigue hablando ruso y muchos empiezan a conocer el inglés, al igual que en los bazares del interior de las medersas y hoteles. Pero el turismo masivo aún no ha llegado a Samarcanda. Por suerte o por desgracia, una de las ciudades perdidas de Asia Central sobrevive escondida en el interior de un país de extraño nombre que la mayoría de europeos ni tan sólo es capaz de situar en un mapa.
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