Lo mejor de conducir por un desierto es que cuando llegas a algo –lo que sea- que pueda considerarse una distracción, te animas de forma desproporcionada. A media tarde, a 500 km de Alice Springs, vimos una señal que anunciaba un lugar llamado Devil´s Marbles. Nos desviamos y seguimos un par de kilómetros por una carretera secundaria hasta un aparcamiento. Y allí nos topamos con algo realmente fabuloso: bloques enormes de granito liso, grandes como casas, amontonados en pilas desordenadas o desparramados por una zona inmensa (1.800 hectáreas según un rótulo). Cada uno tenía una forma característica, pero eran inmensos y algunos estaban apoyados sobre bases insignificantes. Imaginad un bloque de unos nueve metros de alto y casi esférico apoyado sobre una base poco mayor que una tapa de alcantarilla, por ejemplo. No hace falta decir que no había ni un alma. Si tuviéramos esas piedras en Europa, serían mundialmente famosas. Se organizarían viajes en autobús hasta aquí y no habría familia que no tuviera en sus álbumes fotos sonriendo estúpidamente con este fantástico panorama de fondo. En Australia no era más que un trozo del infinito desierto interior. Los conductores de los enormes camiones de cuatro remolques o de los turismos que recorrían ochocientos kilómetros por jornada tenían demasiado asfalto por delante como para entretenerse en estas cosas.
Y esa es la explicación al aparente olvido que sufre el lugar. A pesar de que las fotos de estas “canicas del diablo” aparecen en postales, libros y guías, los grupos organizados no llegan normalmente hasta aquí porque para ello es necesario recorrer grandes distancias por carretera mientras que el turista medio prefiere ajustarse al cómodo itinerario habitual: volar de Sydney a Uluru y de allí a la Gran Barrera de Coral. El Top End, por su clima tropical y su alejamiento físico del resto de Australia, es mucho menos visitado que la costa este de la isla-continente
Paseamos por allí una hora, tan abrumados por la soledad como por las piedras, subiendo a las sorprendentes formaciones rocosas y tomando fotos peculiares gracias al juego de perspectivas que ofrecían aquellas grandes canicas de granito rojo, levantadas de una manera aparentemente sobrenatural, como grandes huevos erectos sobre un cielo azul. Como muchos parajes cuyo aspecto y morfología se aparta de la monotonía del desierto circundante, reviste un carácter sagrado para los aborígenes, que creen que esas enormes bolas son los huevos de la Serpiente del Arco Iris. Los milenios han disuelto los mitos, historias y ceremonias relacionadas con el lugar, pero así y todo continúa siendo importante para la tribu Kayteye. Esto lo convierte, sin ninguna duda, en uno de los lugares religiosos más antiguos del mundo.
La versión geológica se queda muy corta respecto a la aborigen. Estos restos fragmentados y redondeados, en algunos casos partidos como si se hubiera utilizado un cincel mastodóntico, en realidad han emergido del subsuelo. Son piedras que hace 1.800 millones de años estaban enterradas y el agua ha ido desgastando la superficie hasta hacer desaparecer su paraguas arenoso. En fin, la consabida acción de los meteoros y el tiempo, una explicación mucho menos inspiradora que la de la serpiente mitológica.
En el parking sin asfaltar donde estacionamos el vehículo y a nosotros mismos, comenzamos a preparar la cena mientras el sol va descendiendo y el calor, aunque aún intenso, da un respiro. A la hora del ocaso, subimos hasta lo alto de una de las mesetas rocosas de los alrededores para disfrutar de la puesta de sol sobre la inmensa extensión de terreno que dominamos. En ese momento del día, como sucede desde hace miles y miles de años en este entorno inmutable, las sombras de las rocas se van prolongando mientras ellas mismas adquieren un intensísimo color rojizo que parece surgir de su interior.
lunes, 26 de diciembre de 2011
Devil´s Marbles: arte natural en el desierto rojo
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