Dejamos atrás el ambiente opresivo y tristón de Turkmenistán y tras los inevitables trámites fronterizos, nos encontramos en Uzbekistán. Cinco o seis kilómetros más adelante, nos detuvimos en el arcén de la poco frecuentada carretera para almorzar. También en Uzbekistán el gobierno exigía la compañía de un guía. Teóricamente, como en Turkmenistán, la tarea de este funcionario sería la de ilustrarnos, servir de intérprete y allanar los trámites burocráticos -especialmente en los controles de carretera-. Dada la naturaleza del régimen uzbeco, no me cabe duda de que también se contaba entre sus obligaciones impedir que nos metiéramos en algún lugar incómodo para el gobierno. El caso es que debía haber estado esperándonos en la frontera pero algún problema lo retuvo y, mientras llegaba, aprovechamos para comer. En unos minutos, nos vimos convertidos en un foco de atracción. Un nutrido y creciente grupo de muchachos de alguna población vecina empezó a acercarse para curiosear nuestro llamativo camión. Mientras poníamos la mesa y disponíamos la comida, a petición de ellos posábamos para las fotos que se hacían con nosotros con sus viejas cámaras soviéticas. Comimos con ellos sentados junto a nuestro improvisado “campamento” -no aceptaron la comida- disfrutando mutuamente de lo que para cada grupo era una exótica compañía. Al fin y al cabo, por esta carretera no pasan viajes organizados al uso e incluso nuestra compañía sólo recorre esta ruta cuatro veces al año y nunca se detiene dos veces en el mismo sitio, por lo que con toda probabilidad aquella era la primera vez que unos viajeros como nosotros se mostraban tan de cerca a los lugareños.
lunes, 6 de abril de 2009
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1 comentario:
MUY INTERESANTE
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