span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Sidney: La bahía perfecta (1ª parte)

martes, 28 de abril de 2009

Sidney: La bahía perfecta (1ª parte)


A pesar de que Sydney presume de tener un clima agradable y soleado, aquellas primeras horas del día, lluviosas y destempladas, no parecían presagiar la mejor de las jornadas. Afortunadamente, la bruma plomiza fue aclarando, dejando al descubierto la parte superior de los rascacielos de cristal del centro de la ciudad. En pocos minutos comenzaron a abrirse grandes claros y contra todo pronóstico el resto del día lució un sol magnífico acompañado de una temperatura ideal: las mejores condiciones para visitar Circular Quay, uno de los más bellos entornos urbanos contemporáneos.



A mi izquierda se encontraban los muelles, muy tranquilos a esa temprana hora de domingo. En el agua centelleante se amontonaban los ferrys, anticuados y regordetes, luciéndose ante los pocos transeúntes como si los hubieran sacado de las páginas de un viejo libro infantil. Ahora no había ajetreo, pero en los días laborables de su interior salen ejércitos de oficinistas de aspecto saludable y con trajes ligeros de camino a las torres de vidrio y cemento que se alzan detrás. A la derecha se extendía un paseo jalonado de palmeras, farolas de diseño y bancos en los que sentarse y disfrutar del panorama. Toda la zona es peatonal y los chaparrones que acababan de caer habían revestido todo de un brillo fresco, limpio, que aportaba un encanto adicional al panorama.

El barrio histórico de The Rocks y sus restaurados edificios quedaba casi oculto por un colosal transatlántico del tamaño de un palacio de congresos, anclado en el Ocean Terminal. Junto a él comenzaba la contundente silueta metálica del Harbour Bridge, salvando la distancia entre The Rocks y North Sydney. Hasta el edificio de la Ópera empequeñecía a su lado. Algo más a la derecha, en la orilla del agua, resplandeciente y vacía a esas horas, está Luna Park, un parque de atracciones al estilo del neoyorquino Coney Island, con una cabeza que sonríe a modo de puerta. A la derecha, al final de Bennelong Point, brillando intensamente bajo el sol, se alza el famoso Opera House, con sus atrevidas y angulosas conchas -o velas, según la sensibilidad de quien lo mire- de aire liviano. Al otro lado de la Ópera, hacia el este, la bahía se perdía entre ensenadas, salientes, promontorios y playas. Nada menos que 70 playas tiene Sydney, playas para todos los gustos: familiares, juveniles, tranquilas, ajetreadas.....

Naturalmente, es el Opera House lo que más atrae la atención, y es fácil entender por qué. Resulta asombrosamente familiar. Es algo más que una obra maestra del diseño arquitectónico, es un icono, un símbolo del país, una marca en la línea de la historia. Con su construcción, el gobierno quiso demostrar que la dependencia de la Gran Bretaña, primero, y de Estados Unidos en los años de Vietnam podía romperse. Australia podía crear una cultura propia. El mismo año de la inauguración de la Ópera, el escritor Patrick White ganó el Nobel de Literatura. Era el inicio de una nueva era.

Los blancos azulejos que cubren sus formas relucían, todavía húmedos, al sol. Aún no había abierto sus puertas a los visitantes, así que deambulé un rato alrededor del fantástico edificio sacando fotografías desde diversos ángulos. El vestíbulo, oscuro y elegante, era amplio y moderno. En aquellos momentos se celebraban diariamente en el complejo cultural tres espectáculos diferentes, inaugurándose aquella misma noche la temporada de ópera. Me hubiera gustado poder asistir a alguno de ellos, pero mi ya larga estancia en Australia había estirado demasiado el presupuesto. En cuanto a la visita guiada, que permite echar un vistazo al interior del edificio, existían dos opciones. La más cara -y lo era bastante- incluía una exhaustiva visita guiada de tres horas, visitando hasta el último rincón del complejo, asi como la entrada a una de las representaciones y una entrevista con los artistas. Aquello quedaba fuera de mis posibilidades, así que hube de conformarme con la visita ordinaria.

A la hora prevista, nos reunimos un grupo de 20 personas, para iniciar un fascinante itinerario por escaleras, salones, terrazas de banquetes y patios de butacas, acompañados por Elizabeth, nuestra guía, que nos llevó a uno de los niveles inferiores para comenzar, como era preceptivo, por darnos algunos datos:
- La Ópera de Sydney, donde nos encontramos ahora, es mucho más que una simple ópera. En contra de lo que su nombre pueda hacer pensar, es en realidad un complejo cultural preparado para albergar diversos tipos de representaciones, sede de Opera Australia, el Ballet de Australia, la Compañía Teatral de Sydney y la Orquesta Sinfónica de Sydney. Pero, además, es una obra maestra de la arquitectura, uno de los edificios más emblemáticos del siglo XX y un símbolo de Sydney y de Australia, una imagen reconocible en todo el mundo. La Opera House ha recibido el reconocimiento de Patrimonio de la Humanidad hace tan sólo unos pocos meses, el 28 de junio de 2007, lo cual supone un gran orgullo para nosotros, puesto que, aunque Australia cuenta con muchos lugares incluidos en esa lista, se trata de parajes o maravillas naturales. Al carecer de una trayectoria histórica tan larga como la de otros países, no tenemos muchos monumentos o edificios que puedan alcanzar tal distinción.

Elizabeth nos contó brevemente la historia de la construcción, relato al que a lo largo de la visita fue añadiendo detalles. Que exista este edificio es ya un pequeño milagro. Viendo la moderna urbe de ambiente tan tecnificado como relajado, en primera línea de las vanguardias sociales, tecnológicas o artísticas, resulta difícil por no decir imposible concebir lo atrasada que estaba Sydney en los años cincuenta del siglo pasado. Alejada de todo y de todos, ajena a lo que ocurría en los países más desarrollados y relegada al papel de puritana hermana pequeña de Melbourne, apenas existía vida cultural e incluso los bares cerraban hasta las seis de la tarde.

La idea de construir un teatro de ópera en Sydney comenzó a concretarse en los últimos años de la década de los 40 cuando Eugene Goossens, director del Conservatorio de Música de Sydney defendió la necesidad de la ciudad de contar con un lugar conveniente para las grandes producciones de teatro. En esa época las representaciones teatrales se llevaban a cabo en el edificio del Ayuntamiento de Sydney, a todas luces inadecuado e insuficiente. Entonces Melbourne fue nominada para celebrar los Juegos Olímpicos de verano de 1956 y las autoridades de Sydney, impulsadas por la tradicional rivalidad con aquélla, decidieron apoyar el proyecto de Goossens. Éste insistió de manera especial en que el edificio se construyera en la península de Bennelong Point, sobre la Bahía de Sydney, en contra de la opinión del primer ministro Cahill, que opinaba que era mejor instalarlo en las cercanías de la estación de ferrocarril de Wynyard, en el noroeste de la ciudad, mejorando de esa forma sus accesos. Bennelong es una pequeña península cuyo nombre lo toma de del de un aborigen que hizo de intermediario entre su pueblo y el Comandante de la Flota y primer Gobernador de Nueva Gales, Arthur Philip. El emplazamiento costero demostró ser un inmenso acierto.

El 13 de septiembre de 1955 se convocó un concurso de diseño y se reunió a una serie de respetables ciudadanos para seleccionar al ganador de entre los 233 proyectos aspirantes. No hubo consenso y los jueces pidieron entonces opinión a Eero Saarinen, un arquitecto americano de origen finlandés, que echó un vistazo a la oferta e, inesperadamente, eligió un diseño de entre los inicialmente rechazados por el jurado. Era de Jorn Utzon, un arquitecto danés de treinta y siete años, casi desconocido. Había ganado siete de los dieciocho concursos a los que se había presentado, pero no había tenido la fortuna de ver sus edificios construidos. Posiblemente con gran alivio del jurado, y hay que reconocerles el mérito, aceptaron la opinión de Saarinen y se mandó un cable a Utzon con la noticia. Así que el danés llegó a Sydney en 1957 para ayudar a supervisar el proyecto y la construcción del edificio. No sabía dónde se metía.
La primera fase de las obras comenzó el 5 de diciembre de 1958. Las autoridades querían acelerar los trabajos ante la posibilidad de que el inmenso gasto que iban a suponer acabara generando un movimiento de oposición en la opinión pública. Pero las prisas, como de costumbre, resultaron ser malas consejeras. A comienzos de 1961 ya se llevaba un retraso de 47 semanas respecto a la planificación original, retraso causado por toda una serie de circunstancias que iban desde las inclemencias meteorológicas y el cambio en los documentos originales del contrato hasta el inicio de los trabajos antes de que Utzon realizara los diseños y cálculos técnicos apropiados, especialmente los de las características "velas", que en el proyecto original eran parabólicas.

- Esta obra–continuó nuestra guía- abrió el camino para la construcción de edificios de formas geométricas de gran complejidad dentro de la arquitectura moderna. Fue uno de los primeros ejemplos en el uso de análisis computacional en el diseño de formas complejas. El ser un pionero tiene sus inconvenientes. Elizabeth había resumido en un par de frases lo que para mucha gente no fue sino una pesadilla.Y es que el famoso techo se convirtió en un quebradero de cabeza. Era osado, único, bien pensado, vanguardista… el problema era que nada tan atrevidamente inclinado y pesado se había construido hasta entonces y nadie estaba seguro de lo que podía pasar. Visto en perspectiva, las prisas con que se empezó el proyecto fueron probablemente su salvación. Uno de los ingenieros jefes escribió después que si alguien hubiera advertido al principio que aquello era prácticamente imposible de construir, nunca se le habría dado el visto bueno. Se tardaron cinco años sólo para descubrir los principios fundamentales necesarios para construir el techo –para todo el proyecto se habían previsto no más de seis- y al final la construcción se alargó durante más de una década y media. El coste final ascendió a 102 millones de dólares, catorce veces más que el cálculo original.


Casi desde el principio del proceso de diseño del edificio, las bóvedas fueron proyectadas como una serie de parábolas apoyadas por una estructura prefabricada de "costillas". Este planteamiento tuvo la oposición de la firma inglesa encargada de los trabajos de construcción, cuyos ingenieros no podían encontrar una solución aceptable, tanto estructural como económica, para construirlas. Desde 1957 hasta 1963 el equipo de diseño barajó por lo menos doce diferentes interacciones en la forma de las bóvedas (incluyendo parábolas, costillas circulares y elipsoides) antes de dar con una solución realizable. A mediados del año 1961 el equipo de diseño encontró una solución al problema: todas las bóvedas serían creadas como secciones de una esfera.Esta técnica evitó la necesidad de construir un costoso encofrado, recurriendo al uso de unidades prefabricadas en las que los moldes se podían utilizar varias veces. Así, las 2.400 "costillas" de la estructura y las 4.000 placas que recubren las bóvedas fueron prefabricados en láminas a pie de obra. Las diferentes secciones se ensamblaron por partes y luego fueron colocadas en sus respectivos lugares con la ayuda de grúas.

El resultado fue algo diferente, un conjunto de conchas -el emplazamiento original en tiempos de los aborígenes era conocido por las muchas conchas marinas que allí se hallaban- o velas -símbolizando los veleros que inundan la bahía de Sydney. El propio Utzon nunca se pronunció al respecto. Para él, aquellas complicadas estructuras eran la "quinta fachada" del edificio, una especie de forma orgánica que tendría un aspecto diferente desde cada ángulo desde la que se contemplara, de lejos o de cerca, desde lo alto o a nivel del suelo, vistas contra el cielo, el mar o el sol. Curiosamente, Utzon declaró que su principal inspiración en cuanto a la estructura general del edificio habían sido los templos mayas que visitó en México durante un viaje en 1949. Y, efectivamente, los planos nos muestran que las llamativas conchas se apoyan una plataforma a la que se accede gracias a tramos de escaleras.


Pero, mientras tanto, la obra seguía acumulando grandes retrasos. En 1965 hubo un cambio de gobierno en el estado de Nueva Gales del Sur. El nuevo gabinete cambió los equipos a cargo del proyecto, transfiriéndolo al Ministerio de Obras Públicas. Esto condujo en última instancia a la dimisión de Utzon aquel mismo año. El arquitecto ni siquiera acudió a la inauguración de su obra. Tampoco es que lo invitaran ni, aún más lamentable, mencionaran su nombre en la ceremonia de apertura. La obra elegida, Guerra y Paz, de Prokófiev, era muy apropiada para la ocasión. Eso es lo que fueron los años de construcción de la Ópera, una larga guerra hasta que llegó la paz.

El arquitecto abandonó Sydney por la puerta de atrás, descorazonado y con nombre falso para despistar a los periodistas. Se retiró a un lugar tranquilo en Mallorca y no volvió a Australia. Terminó harto de las intrigas, interferencias, zancadillas e incomprensiones que rodearon su trabajo.Utzon no volvió a diseñar nada ni remotamente tan famoso. Goossens, el hombre que empezó todo aquello, tampoco llegó a ver realizado su sueño. En 1956, en la aduana del aeropuerto de Sydney, le descubrieron encima una llamativa colección de material pornográfico. La puritana Australia de los cincuenta no estaba dispuesta a consentir semejante degeneración y al final hubo de fijar su residencia en otro país. Así, paradójicamente, los dos padres de la Ópera de Sydney, el que la soñó y el que la construyó, no pudieron ver el resultado de sus desvelos.

El Teatro de la Ópera fue terminado oficialmente en 1973 con un desfase de diez años y 95 millones de dólares. Su construcción estuvo a punto de durar más tiempo que algunas catedrales medievales o que las pirámides de Egipto. Tantas cosas pasaron que, con los años, alguien escribió el libreto de una ópera titulada “La octava maravilla”, dedicada a los avatares de la obra junto a la bahía. El presupuesto se disparó, las autoridades no sabían ya de dónde sacar dinero. Convocaron una lotería especial y consiguieron que los australianos hicieran una cuestión de orgullo nacional la compra de un decimito. Llegaron incluso a organizar concursos de besos para recaudar fondos. Un escándalo para la época, sí, pero que ha resultado una inversión de primera clase.

Es curioso hasta qué punto una obra arquitectónica, por su fuerza y originalidad, por la audacia de su diseño o por su armonía estética, puede representar una ciudad. La Ópera es uno de los edificios de relaciones públicas con más éxito desde las Pirámides. Los problemas y escándalos durante su construcción no son ya más que anécdotas que forman parte de su historia y hacen que los visitantes se asombren aún más al conocerlos.

Todo el complejo tiene unas dimensiones de 183 metros de largo y alrededor de 120 metros en su punto más ancho. Se apoya en 580 pilares hundidos hasta una profundidad de 25 metros bajo el nivel del mar. Durante la visita fuimos recorriendo diversas salas de conciertos e instalaciones. El Opera Theatre, con 1.547 asientos, es el espacio principal de la compañía Opera de Australia; también es utilizado por la Compañía Australiana de Ballet. Como he dicho, precisamente aquel día estaban retirando el parquet utilizado en la temporada de ballet, que había finalizado la noche anterior, hacía tan sólo unas horas, preparando el escenario para la ópera que inauguraba la temporada lírica aquella misma noche. Elizabeth nos hizo sentar en las cómodas butacas del espectacular auditorio mientras los encargados de mantenimiento trabajaban en el escenario.

- Quiero llamarles la atención sobre un aspecto único de este edificio. Tradicionalmente, los teatros reciben al público por un vestíbulo, teniendo el escenario al frente. Ese vestíbulo envuelve el palco de butacas. A continuación está el escenario, que a los lados y en la parte posterior tiene el espacio dedicado a las bambalinas, camerinos, almacenes, etc. Normalmente, la fachada del teatro da a una avenida principal y el edificio está encajonado entre otras construcciones, por lo que la parte delantera es la única que la gente ve. La parte de atrás suele dar a una calle secundaria desde donde se realiza la carga y descarga del material necesario, entrada de actores, etc.


Pero el diseño de la Opera House es diferente. Utzon diseñó este complejo para que se ajustara a la península de Benelong. Los dos teatros principales fueron construidos uno al lado del otro para que ambos disfrutaran de vistas sobre el puerto, con los barcos que van y vienen y la iluminación nocturna dando un toque especial a las funciones de noche. Así que, en este caso, los vestíbulos de entrada, acristalados, envuelven todo el edificio y el escenario queda en el centro. De hecho, el público entra desde detrás del escenario y da la vuelta por los pasillos exteriores. Esto hace que, al contrario que en los teatros tradicionales, no puedan existir grandes alas laterales que sirvan de apoyo a tramoyistas y actores. El escenario esta construido a base de grandes plataformas que suben y bajan para facilitar el cambio de escenografía, que se prepara en los talleres subterráneos. Por otro lado, el “cielo” del escenario queda envuelto por la gran concha principal, a diferencia de los teatros tradicionales, que tiene la forma de estructura trapezoidal que sobresale de la base principal.

El asunto del sonido era otro campo espinoso que requirió de numerosos estudios y pruebas. Era necesario dotar a la sala –tanto esta como la de Conciertos, en el edificio contiguo- del grado de reverberación adecuado tanto para conciertos orquestales como para voces humanas; había que encajar los suficientes asientos en las salas como para que el aforo cubriera los gastos y, aún así, que la acústica y la visibilidad fueran óptimas. Y, además, diseñar un escenario que sirviera tanto para las representaciones operísticas como para conciertos de grandes orquestas, coro y órgano incluido.
- El sonido viaja en forma de ondas y éstas tardan un tiempo en desaparecer. Este tiempo lo conseguiremos acortar si el sonido resulta absorbido, es decir, si la energía es absorbida por materiales blandos –o el público, que para el caso es lo mismo-. Por el contrario, si esas ondas golpean materiales duros, se produce un fenómeno de reflexión, de reverberación. Demasiada “absorción” significará que el sonido no viajará lo suficientemente lejos como para que la gente al fondo de la sala disfrute de una buena audición. Demasiada “reflexión” producirá un eco: la gente escuchará el mismo sonido dos veces.


La calidad del sonido se mide por el tiempo que éste tarda en desvanecerse, lo que llamamos reverberación. Dos segundos es lo que se considera óptimo para música orquestal. En el caso de voces humanas, el nivel adecuado es 1,4 segundos. Así, el volumen de la sala debe ser lo suficientemente grande como para que el sonido viaje la distancia óptima antes de que desaparezca. Además, el sonido de la música y las voces debe distribuirse uniformemente por toda el auditorio para que así la gente sentada al fondo pueda oír bien. Y eso es algo que los ingenieros tuvieron en cuenta. No sólo las paredes y los techos están recubiertos de materiales especiales, sino que el tiempo de reverberación puede modificarse instalando estructuras especiales que cuelgan del techo. Es más, los asientos en los que ustedes se hallan sentados están hechos de una madera especial que absorbe el sonido de tal forma que cuando la sala no está llena los asientos no ocupados absorben el sonido igual que si hubiera alguien sentado. De esta forma, siempre se obtiene un sonido igual al que habría si la sala estuviese llena.

Pero no todo son cifras y datos. Han ocurrido aquí episodios muy divertidos. En una ocasión, por ejemplo, una zarigüeya - marsupial parecido a la rata-, entró en plena representación y la soprano se desmayó del susto; o cuando un tenor ruso quedó atrapado en el ascensor que lo elevaba desde el nivel inferior. Al salir, irrumpió en escena cantando en ruso. Se equivocó de ópera, porque lo que representaban era la Aida de Verdi. Y episodios de toda clase no han tenido lugar sólo en el interior de la Ópera sino también en su exterior. La guerra de Irak de 2003 no fue, desde luego, popular aquí en Australia. Dos individuos escenificaron su oposición escalando al tejado y pintando “No War” en una de las estructuras con forma de vela. Ambos fueron encontrados culpables de daños contra la propiedad pública. Limpiar el desaguisado costó nada menos que 40.000 libras esterlinas.
Explicaciones fascinantes como esta se fueron sucediendo a lo largo de la visita. Hay quien dice que la dimisión de Utzon se produjo demasiado pronto y que nunca llegó a diseñar el interior de su edificio con detalle, por lo que éste siempre resulta más decepcionante que el interior. Es cierto que el concepto que preside el modelo exterior de la Ópera no tiene su reflejo en la estructura y decoración interior, pero aún así, me pareció no sólamente un excelente y completo complejo cultural que cualquier ciudad envidiaría, sino un lugar extraordinariamente vivo y con una incesante actividad.

El Concert Hall o Sala de Conciertos, con 2.679 asientos, contiene el órgano mecánico más grande del mundo con unos 10.000 tubos. Además de esas dos grandes salas, el complejo alberga el Drama Theatre con 544 asientos; la Sala de Música, con 398 asientos y vistas al mar, el Studio Theatre, con 364 asientos –todos ellos situados bajo las salas principales de conciertos y convenientemente aislados- además de algunos salones cerrados por grandes ventanales que dan a la bahía y que se pueden alquilar para celebraciones, bodas, fiestas o conferencias. Nos detuvimos un rato en uno de ellos para tomar fotos del lugar –el único sitio donde nos dejaron hacerlo-. La localización era inmejorable. Todos los años se celebra aquí una fiesta de fin de año desde donde se pueden disfrutar los fuegos artificiales que se lanzan desde el puente, con todo Sydney iluminado.

- Por supuesto, no estamos viendo todo el recinto de la Ópera. Tenemos también aquí un estudio de grabación, una sala de exposiciones, cinco salas de ensayo, 42 camerinos, 2 restaurantes, cuatro tiendas de souvenirs, 6 bares y 6 vestíbulos, sin contar las oficinas de administración, la biblioteca y los archivos. En total hay alrededor de 800 ambientes o salas diferentes en todo el complejo. El edificio cuenta con más de 2.200 puertas y ocupa 1,8 hectáreas. El suministro de energía es el equivalente al de una ciudad de 25.000 personas y se distribuye a través de 645 km de cable.

Al atravesar el corredor que unía las dos estructuras del edificio, Elizabeth nos llamó la atención sobre los azulejos que recubrían las “conchas” que forman los elegantes tejados en forma de vela.

- ¿Cuántos azulejos dirían ustedes que se utilizaron para recubrir toda la estructura?–preguntó.










Se hicieron las más variadas apuestas pero pocos se acercaron a la cifra auténtica: 1.056.006 azulejos de un color crema que de lejos parece blanco. Construidos en Suecia, por alguna razón que no recuerdo, tienen una propiedad especial que repele la suciedad.

La visita finalizó en una agradable sala dedicada a conciertos de música de cámara, un espacio íntimo con sillas de diseño y hermosas vistas exteriores. Allí nos contó nuestra servicial guía cómo a fines de la década de los 90, el Patronato de la Casa de Ópera de Sydney había iniciado un acercamiento a Jorn Utzon con el fin de llegar a una reconciliación y asegurar su implicación en una futura remodelación del edificio. Poco después, en 1999, el Patronato lo designó como consultor del diseño para tal trabajo. En 2004, se abrió el primer espacio interior reconstruido para restablecer el diseño original de Utzon, rebautizándose como "Sala Utzon" en su honor.

- Utzon no ha venido a Australia y no creo que ya lo haga–contestó Elizabeth a una pregunta de alguien del grupo-. Es muy mayor, el viaje es largo y odia las multitudes, algo que tendría que sufrir si viniera aquí debido a la expectación que despertaría su visita. Pero conoce el edificio perfectamente y, como les digo, ha comenzado a colaborar de nuevo con nosotros.

Cuando salgo al exterior, el cielo brilla con un azul intenso y los rayos del sol se reflejan sobre las aguas de la bahía y los blancos azulejos de las velas de la Ópera. Es la luz perfecta con la que soñó Utzon cuando un día imaginó su obra. De lejos o de cerca, desde un barco o desde cualquier otro punto en tierra firme, las inconfundibles conchas de la Ópera se recomponen a sí mismas una y otra vez en diferentes y abstractos diseños.


Utzon falleció el 29 de noviembre de 2008, un año después de mi visita. Jamás llegó a ver su obra personalmente. Veinte años antes, en 1978, Utzon fue premiado en Europa con la Medalla de Oro de Arquitectura y aclamado como “el mejor arquitecto del siglo XX”.

(Continuará...)

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